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Una historia de festejos

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BUENOS AIRES -- Todo cambia. El tiempo todo lo transforma. Cada época se diferencia de la otra por variadas razones. Respecto de las ceremonias inaugurales de los Juegos Olímpicos Modernos, su evolución marchó al compás de las obligaciones cuando debían realizarse, llamese políticas, económicas o televisivas.

Desde 1896 hasta 2012 transcurrieron 116 años. De la primera apertura y las siguientes sólo se mantiene parte de los llamados actos tradicionales, aunque reformados en sus maneras de desarrollarse. El resto y fundamental es un espectáculo. Mejor dicho, un notable, sensacional e impactante show.

Los Juegos de Montreal 1976, Moscú 1980, Los Ángeles 1984, Seúl 1988, Barcelona 1992, Atenas 1996, Sídney 2000 y Atenas 2004 los presencie en las tribunas de prensa. Todos, incluido el de Beijing 2008, que debí verlo por televisión a causa de mi enfermedad, basaron su argumento en la historia del país, de la región o de la ciudad de acuerdo a su nacionalismo.

Ahora relataré la primera ceremonia, la de Atenas 1896, y las ceremonias de apertura del '76, '80, '84 y '88. En una segunda entrega, sobre las fiestas del '92, '96, '00 y '04. Los ocho, Juegos a los que tuve la fortuna de asistir y aún perduran en mi mente.

ATENAS 1896
El 6 de abril de 1896 -25 de marzo según el calendario juliano- se inauguraron los primeros Juegos Olímpicos de la Era Moderna. Era lunes de Pascua tanto para el cristianismo occidental como para la iglesia ortodoxa y, además, era el aniversario de la Guerra de Independencia de Grecia.

A la ceremonia de apertura asistieron aproximadamente 80.000 espectadores al Estadio Panathinaiko, incluido el rey Jorge I de Grecia, su mujer Olga y sus hijos. La mayoría de los atletas se alinearon en el césped del estadio, agrupados por países. Después del discurso del presidente del comité organizador, el príncipe heredero Constantino, su padre abrió oficialmente los Juegos con las palabras: "Proclamo la apertura de los primeros Juegos Olímpicos internacionales en Atenas. Larga vida a la Nación. Larga vida al pueblo griego". (En Londres, el encargado sólo dirá: "Declaro abierto los XXX Juegos Olímpicos de Verano")

Después de esto, nueve bandas y 150 coristas interpretaron un Himno Olímpico, compuesto por Spyridon Samaras y escrito por el poeta Kostis Palamas. A partir de entonces, diferentes músicas sonaron en las ceremonias de apertura de los Juegos hasta 1960, fecha en que la composición de Samaras y Palamas se convirtió en el Himno Olímpico oficial (decisión tomada en la sesión del COI de 1958).

Otros elementos de la ahora llamada ceremonia tradicional de apertura se iniciaron más tarde: la llama Olímpica se encendió por primera vez en 1928, el juramento de los atletas se prestó por primera vez en 1920 y el de los jueces en 1972. En 1912, se dispuso que el ingreso de las delegaciones fuese abierto por Grecia, seguida por la de los países de acuerdo con el orden alfabético y cerrado por la de la nación organizadora.

MONTREAL 1976
MONTREAL, Canadá.- Para mí, Montreal 1976 significa la realidad de un ansiado sueño. ¡Al fin estar presente en los Juegos Olímpicos! Saber las razones de estar enamorado de ellos, desde los 18 años, allá por 1950, cuando me abracé al deporte con pasión.

Y allí estaba, impactado. Ingresando al monumental Estadio Olímpico del Parque Maisonneme dispuesto a presenciar la ceremonia inaugural. Un estadio con una elevada torre distinguible desde muy lejos, carente de los colgantes para sostener el techo corredizo del proyecto inicial, debido a las huelgas de la construcción que obstruyeron la gigantesca obra, dejando esa cubierta retráctil para más adelante.

Ubicado en la tribuna de prensa, en el sector bajo, justo frente a la llegada de las pruebas de pistas de atletismo, rodeado de los otros cinco colegas argentinos acreditados por el COI. Ansioso, esperando emocionado el comienzo, advertí la enorme diferencia de estar respirando ese clima con respecto a seguir los Juegos mediante la lectura o mirarlos por películas y televisión.

La música envolvía el ambiente y el relato era en inglés y francés. En la pantalla gigante se proyectó cómo la llama olímpica había llegado desde Atenas a Ottawa mediante una señal satelital trasportadora de un rayo láser que recreó la llama como si fuera un acto mágico.

La hora señalada comenzó por el conteo de los últimos diez segundos y dio paso a los aborígenes como base de un sensacional espectáculo de luces, sonido y color para dejar establecido primero quienes fueron los habitantes iniciales de Canadá. Luego siguieron las invasiones anglosajonas y francesas que dividieron el país, manteniendo ese ritmo de luces, sonido y color.

En el breve impase para el ingreso de las delegaciones, un espectador burló las medidas de seguridad y dio una vuelta al estadio desnudo, perseguido por la policía.

Me emocioné cuando el remero Hugo Aberastegui ingresó portando la bandera argentina. La reina Isabel I de Gran Bretaña declaró abiertos los XXI Juegos Olímpicos de Verano y el clímax llegó con el encendido del fuego olímpico realizado por dos niños, uno de cada región: Stéphane Préfontaine y Sandra Henderson.

La llama ardía en el pebetero. La noche estrellada me cubría. Sentado aún en mi butaca no quería despertarme de lo que me parecía un sueño. Interiormente sabía haber comprendido las razones de mi amor por los Juegos Olímpicos.

MOSCU 1980
MOSCU, Unión Soviética.- Allí estaba en la capital del comunismo. En la Plaza Roja, disfrutando las maravillas de la arquitectura del Kremlin, del metro, del teatro Bolshoi, del circo ruso, de navegar por el río Moscova y, a la vez, de sentirme vigilado desde la llegada al aeropuerto hasta la salida de él, pasando por el hotel, los paseos previos, la sala de prensa y los escenarios deportivos.

"Modestia y comodidad" era el lema de los organizadores. El Estadio Lenin, construido 30 años antes, remodelado para esta ocasión, se constituyó en el Estadio Olímpico, con capacidad para 103.000 espectadores.

La ceremonia inaugural fue maravillosa. Un enorme ballet cubrió el campo y puso en evidencia la plasticidad de sus movimientos, al son de una cautivante música. Una multitud de gimnastas, con vestimentas tradicionales de las repúblicas que conformaban la Unión Soviética, brindaron una sensacional exhibición, en la que reinó la perfección, la destreza y una impactante sincronización.

Y junto a todo eso, como contraste de las 18 delegaciones desfilando detrás de la bandera olímpica, los pobladores de una de las tribunas formaron la imagen de la mascota, el simpático osito Misha, para poner el color y el calor faltante por la carencia de turistas.

LOS ANGELES 1984
LOS ANGELES, Estados Unidos.- Como sucedió en 1932, la proximidad con la meca del cine (Hollywood) se dejó sentir antes y durante los Juegos. Si en aquella ocasión la ceremonia inaugural fue diseñada por Cecil B. Mille, en esta el himno oficial fue compuesto por John Williams, autor de bandas sonoras tan famosas como La Guerra de las Galaxias o En busca del arca perdida.

El marco principal de estos Juegos volvió a ser, después de 52 años, el Memorial Coliseum, escenario de una ceremonia de inauguración al más puro estilo de Hollywood. En ella se fundieron recuerdos de la cultura e historia estadounidense, y fue presenciada, gracias a la televisión, por 2,500 millones de personas. Todo un espectáculo que pretendió otorgar tanta importancia al aspecto visual como al sonoro. Los acordes de más de ochenta pianos repasaron melodías norteamericanas que iban desde tradicionales composiciones del siglo XIX hasta el por aquel entonces actual "breakdance".

El famoso compositor brasileño Sergio Mendes también compuso una canción especial: "Olympia". Un coro de cientos de voces me hacía sentir como si estuviese presenciando una gigante obra musical con melodías de Broadway, cuyo argumento era la conquista del oeste norteamericano. Las carretas atravesando el desierto, con un humo asemejando la tierra del desierto; los ataques de los indios, los inmigrantes construyendo los pueblos. Luego, el río Misisippi, con sus barcos a vapor movidos con paletas, y el nacimiento del blue y el jazz a través maravillosos cantantes negros.

De repente, todas las miradas se posaron en un objeto que sobrevoló el cielo y que poco a poco se acercó al estadio olímpico. Los asistentes no pudieron salir de su asombro al comprobar que se trataba de un hombre con un motor de propulsión adosado a su espalda, que finalmente aterrizó sobre el césped del estadio. Las gradas del recinto adquirieron un colorido especial, al formar todos los asistentes un mosaico con las banderas de los países participantes, mientras se producía el desfile de los deportistas.

"Sólo faltan Fred Asteire y Gene Kelly", me dije, justo en el momento en que un Rocketman impulsado por un motor a propulsión en su espalda, trepó por el aire para unirse a los globos y a las palomas. Un super show que, comparado con Montreal y Moscú, reafirmó mi concepto: cada inauguración representa el espíritu de su pueblo.

Por eso titulé esta inauguración como "Una obra musical al estilo Hollywood".

SEUL 1988
SEUL, Corea del Sur.- No se dejó detalle por cubrir. Cada espectador de la ceremonia inaugural y de clausura encontraba en su butaca una caja con un aparato receptor y sus auriculares, por donde escuchaba, en diez idiomas, el significado de cuanto sucedía en el campo y fuera del estadio

En la inmensa pantalla se trasmitía en vivo a navíos navegando por el río Han, que cruza la ciudad. Simbolizaban embarcaciones embanderadas de los países presentes, llegando a Seúl para formar parte de los Juegos.

Tras el conteo, al estridente ritmo musical de Los Angeles, lo sucedió la majestuosidad y la cadencia oriental, sólo roto en sus ancestros por la aparición de centenares de paracaidistas y cinco aviones dibujando en el espacio los aros olímpicos.

Si no fuera el circo el mayor espectáculo del mundo, lo serían los actos de apertura de los Juegos Olímpicos. Los de Seúl, por la amplitud de continentes y contenido de países, por su significado (la paz universal), su color (la gama de la fantasía oriental) y, quizá, por lo más importante para la vida de los pueblos: la salud, la fuerza, la destreza, la estética y la bondad, sobre todo la bondad que lo deportivo proporciona a quien lo entiende bien. La apertura es una presentación solemne de la juventud del mundo que va a competir noblemente. Al menos se pide eso en el juramento olímpico que hay que cumplir porque es algo más que un grito y ritual.

Imposible graficar los monstruos, las vestimentas, los sonidos de cada escena. Represan su historia, cultura y sentimientos. Los coreanos en su original ceremonia bailan el hwagwan que representa la felicidad y seguidamente otra danza que significa el caos, con el bien y el mal, el amor y el odio del hombre y su máscara, con el triunfo final de la vida, simbolizada en los niños portadores de los cinco aros que unen al mundo. Al menos, ésta es la ilusión y el propósito.

Luego, cinco mil cultores de artes marciales realizaron una inolvidable exhibición y un niño, nacido el día que Seúl fue designada sede, ingresó empujando una rueda. Poco a poco, niños de su misma edad, provenientes de las otras 159 naciones participantes, lo fueron acompañando, en un mensaje a la humanidad de unión, amor, amistad y paz.

El momento más emocionante y dramático se produjo cuando ingresó el último portador de la antorcha con la llama olímpica y a la vez el encargado de encender el pebetero. Son Mi-Chung, de 76 años, trotaba con paso firme, con la cabeza en alto y la mirada nublada por las lágrimas, porque constituía la reivindicación de no haber podido representar a Corea cuando ganó la maratón en los Juegos de Berlín 1936. ¿La causa? Japón había invadido su país. Fue obligado a lucir los colores del sol naciente y en el momento de la coronación vio subir a lo alto del mástil la bandera japonesa, acompañada por el himno de ese país.

Cosas de la vida, de la política, de las guerras. Heridas abiertas durante 52 años. A Son Mi-Chung se las cicatrizó el circo de las ceremonias inaugurales de los Juegos Olímpicos.

En la próxima entrega relataré mis experiencias en las fiestas inaugurales de Barcelona, Atlanta, Sidney y Atenas.

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