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La pionera

BUENOS AIRES -- No hay edad para ser pionera. La botsuana Amantle Montsho fijó eso en su mente en el año 2007, cuando con 24 años volvió a fallar en su intento de meterse en las finales de un gran evento atlético internacional. El mundial de Osaka había terminado para ella cuando concluyó cuarta en su serie semifinal de 400 metros llanos y quedó eliminada en esa instancia.

Venía de pasar por las mismas decepciones en los Juegos de la Commonwealth 2006, el Mundial 2005 y los Juegos Olímpicos de Atenas.

Pero las luces, el glamour y la ropa deportiva de última tecnología que ahora vestía no le habían hecho olvidar que todo, absolutamente todo, le había costado enormes esfuerzos en su vida. Mucho mayores que los que habían tenido que enfrentar las atletas con las que ahora competía.

Si esa era su historia, ¿por qué pensar que ahora las cosas serían distintas? ¿Que serían menos complicadas?

Había nacido el 13 de julio de 1983 en Mabudutsa, un paraje perdido en medio del joven país africano Botsuana (en inglés, Botswana). El pequeño espacio de tierra en el que su padre, Victor Nkape, críaba vacas apenas generaba ganancias para comer, pero fue lo que le dio a Montsho la posibilidad de correr. Todo el tiempo.

Sin juguetes ni muchos vecinos que vivieran lo suficientemente cerca para jugar con ellos, Amantle obtenía su diversión diaria mediante carreras solitarias. No hacía otra cosa.

Trayectos cortos y rápidos; carreras más largas; resistencia. Tenía el tiempo y el lugar para hacerlo. "Ella corría en cualquier espacio abierto que encontraba", cuenta su madre, Janet Montsho, recordando los años de niñez y pubertad de la atleta, hoy convertida en la campeona mundial reinante de los 400 metros llanos.

A los 11 años empezó a entrenar de manera más formal, y enseguida comenzó a obtener grandes resultados en las competencias escolares del norte de Botsuana, la zona donde ella vivía.

No pasó demasiado tiempo para que los entrenadores de la capital del país notaran su existencia. En cuanto lo hicieron, la invitaron a participar en las finales escolares nacionales, y ella demostró que no se habían equivocado al hacerlo.

Ganó la medalla de plata en 100 metros llanos, bronce en 200 y oro en 4x100.

Las propuestas empezaron a llover.

Montsho siguió haciendo eso que siempre le había divertido tanto, correr. La única diferencia era que ya no lo hacía en campos desolados y rodeada de vacas, sino en pistas profesionales y con público.

Los años pasaron y ella mantuvo esa filosofía: Sólo centrarse en que continuaba realizando, simplemente, su actividad favorita.

Llegaron las competencias internacionales y esa autopresión por no poder alcanzar las finales en los grandes torneos.

Nunca es tarde para ser pionera.

Para ella el momento llegó en 2008. Ese año logró por fin entrar en una final relevante. Y de qué manera. Clasificó entre las ocho mejores en los Juegos Olímpicos de Beijing.

Terminó última la carrera. No le importó. Su primera meta estaba cumplida. Era la primera atleta mujer de Botsuana que llegaba a la elite del atletismo mundial, y la primera que competía en unos Juegos Olímpicos.

Demostró que se podía.

Llegó el momento de dar el próximo paso.

Afianzada en ese nivel de competencias, fue por más. En el mundial de Berlín 2009 se metió de nuevo en la final. Volvió a terminar última.

2010 fue un año de transición, sin grandes títulos pero con una muy buena continuidad. Logró la segunda posición en la tabla de los 400 metros de la Liga de Diamante, ganando una de las cuatro carreras en las que participó.

Y llegó 2011. Alcanzó otro escalón en aquella carrera para ser pionera. En el mundial de atletismo de Daegu, en Corea del Sur, obtuvo el mayor logro de su carrera al consagrarse campeona.

Se convirtió en la primera atleta de su país en ganar una presea de oro en un mundial.

A ese título le sumó la victoria general en la Liga de Diamante, al ganar cinco carreras y terminar segunda en otras dos.

Fue pionera en todo. La primera en cada uno de sus logros.

El peldaño final está en Londres. Allí intentará abstraerse una vez más y pensar que sólo está corriendo entre las vacas, en el campo de su padre.