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Cuando la historia es más fuerte

LONDRES -- La única certeza que permanece después de presenciar la derrota de Juan Martín Del Potro frente a Roger Federer por la semifinal del tenis en los Juegos de Londres es la de haber presenciado historia. Porque fue el partido a tres sets más largo de la Era Abierta: 4 horas y 26 minutos. Porque el suizo finalmente alcanzó la posibilidad de disputar el oro olímpico. Porque el argentino dejó la imagen de un fenómeno que batalló para terminar cayendo 19-17 en un tercer parcial que no podrá olvidarse.

El premio para el perdedor es un consuelo triste: para acceder a una medalla deberá vencer por el tercer puesto al perdedor de Djokovic-Murray. Poco para el representante de un país que sigue esperando la buena noticia de una presea olímpica.

La historia jugó su parte en una cancha que Federer conoce a la perfección, que eligiría por sobre cualquier otra y que lo vio multicampeón. En un partido épico, su sangre fría pudo más que la insistencia de un argentino impetuoso.

Los matices de un partido realmente fenomenal pueden escaparse detrás de un resultado extraordinario. La sensación en la primera porción del match fue que Roger se salvó. Porque había comenzado otorgando esas pequeñas facilidades que les da a sus grandes rivales en las derrotas importantes: desperdiciaba oportunidades de quiebre y estaba impreciso con la derecha.

Su arranque lento se hizo más evidente durante tramos del segundo set: erró un smash sencillo que frenó directo en la red, falló un par de voleas fáciles y enganchó un drive que terminó con la bola casi en la tribuna.

Durante ese período, los dos se apoyaron en sus respectivos servicios y eso hizo que se tornara muy difícil quebrar. Valgan como ejemplo los números de todo el juego, Del Potro acumuló 41 saques ganadores y 11 aces. Federer, 42 y 24. En total hubo 108 puntos en los que la bola pasó la red una única vez.

Sin embargo había ritmo, porque el tandilense proponía con su drive una velocidad que lastimaba al número uno del mundo. Así consiguió el único quiebre de las primeras dos mangas. Así llegó a tener dos ventajas para quedar arriba con su servicio en el 2-2 del segundo parcial. Pero Roger es Roger, y resolvió esas chances con autoridad.

Es evidente que el hombre de Basilea quiere resolver esa falta dorada en sus abundantes vitrinas. Se notó en su festejo y en la concentración desequilibrante que precisó y puso en práctica durante el desenlace interminable que lo vio asegurarse al menos una plata en el singles.

Es que en ese micropartido que resultó el tercer set (duró 2 horas y 49 minutos) Federer jugó como quien tiene una deuda pendiente. Empezó a estar más preciso, a buscar las líneas con insistencia, a arriesgar y sobre todo a ir estirando el juego en una especie de definición perepetua que por cuestiones numéricas -Del Potro sacó primero- casi siempre lo veía corriendo desde atrás el marcador. Como si no estuviera cansado. Como si no le pesaran para nada los años y la diferencia de juventud con el muchachito de turno, que seguía tirando y tirando.

Del Potro incluso regaló una postal digna de Boris Becker con una palomita cuando estaban 8-8, que lo dejó dolorido en el piso, mientras caía una ovación desde ese Wimbledon que resultó parcial -era obvio- en favor de su contrincante.

El nervio y el desgaste no parecieron resentir el plan ni el rendimiento de los tenistas. Roger concretó una de sus 9 chances de quiebre del super set final para quedar arriba 10-9 con su saque. Cuando nadie lo preveía, el argentino volvió a romper y estiró la cuestión como para agregar dramatismo. Hasta ese momento el tandilense venía resistiendo como podía las distintas embestidas de un suizo que sólo fallaba en aprovechar las chances que se generaba.

Cuando faltaban las uñas, el segundo quiebre del suizo en todo el partido (el cuarto de cualquiera de los dos en 58 games) sentenció la cuestión. Del Potro, que todavía debe jugar el doble mixto junto con Gisela Dulko, no supo qué hacer más que llorar en el hombro de su héroe y tirarse en una silla para sufrir en silencio, aunque sin nada por reprocharse.

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