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Noble, bonito y rendidor

Neymar sufre mientras todo México celebra la histórica victoria en la final olímpica AP

LONDRES -- Costaba creerles a Neymar y a Marcelo la aflicción posterior a la derrota. Tal vez fue un modo que cumplir con las cámaras y, detrás de ellas, con millones de brasileños decepcionados no tanto por la derrota en la final olímpica, sino por la indolencia de su equipo nacional.

Resultaba difícil, digo, aceptar como genuino el lamento luego de un partido en el que, más allá de luces y sombras -avatares de cualquier deportista-, lo que faltó fue energía. Deseo. O al menos eso pareció.

Acaso Hulk encarnó la excepción. Sin llegar a ser increíble, como pretende su nombre, demostró voluntad para encarar y apuntar al arco, ganas de torcer una historia que comenzó cuesta arriba, con el gol de Oribe Peralta a los 30 segundos, para colmo producto de un error defensivo.

El peor derivado de la depresión, de ese andar melancólico con el que Brasil encaró la final en Londres, fue que extravió las ideas más sencillas y eficaces para jugar al fútbol. La posesión, la circulación y las pequeñas sociedades que los brasileños han patentado como su destilado más sabroso.

Esa letra elemental la respetó México, justamente. Que, lejos de ser una formación de gran agresividad, optó por adueñarse de la pelota y hacer de ese preciado bien un mantra de la victoria. La tengo, luego existo. Así.

El excelso Barcelona de Pep Guardiola llegó a la expresión más acabada del virtuosismo en el fútbol. Al funcionamiento colectivo más perfecto que se haya visto en una cancha.

Igualar eso, siquiera imitarlo, es casi imposible. Pero hay una lección básica de la que se puede sacar provecho: todo va mejor si se tiene y se cuida la pelota. Y se procede con la paciencia necesaria para esperar (macerar) el momento de soltar la estocada.

México lo hizo. Jugó a conservar la ventaja temprana, de acuerdo. Pero no sólo se aguanta un resultado con enjundia y raspones. El campeón olímpico licuó los esbozos de reacción de su adversario haciendo correr la pelota. Con precisión, sin prisa. Además de agotar al rival (el Barcelona lo destruye moralmente), el movimiento da confianza.

No estuvieron Xavi ni Messi, pero no hizo falta. Alcanzó y sobró con un ordenado Enríquez (que también sabe poner la pierna fuerte), Salcido, Fabián... Y el muy certero Oribe Peralta, cuya genética goleadora facilitó el doblete del triunfo.

Una selección es, sobre todo para los equipos de América del Sur, la reunión puntual y esporádica de los mejores jugadores nacionales, todos ellos dispersos por el mundo y, por lo tanto, partícipes de culturas futbolísticas (el equipo de cada quien) muy diversas.

Lograr cohesión no parece cosa fácil. Pero además del tiempo, el bendito tiempo demandado por los entrenadores para darle forma a un proyecto, es necesario repasar algunos rudimentos.

Brasil a veces cree que ese preparado básico son las fantasías de sus hombres más iluminados (lo que yo llamo barroco playero). Sin embargo, la respuesta clave es colectiva. Simple, solidaria, sin oropeles ni renuncios. Fútbol noble, bonito y rendidor. Como nos enseñó México este sábado en Wembley.