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Un adiós especial

NUEVA YORK -- Un partido que comenzó el martes a la noche con un pelotazo -sin intención de herir, propio del juego- por parte de Andy Roddick hacia un Juan Martín del Potro que intentaba tapar la red, termina con ambos colegas abrazados; Brooklyn Decker (esposa de Andy) llorando detrás de los anteojos de sol que pretenden esconder sus lágrimas, casi 20.000 personas presenciando el momento especial y la ovación en la despedida de Andy Roddick. Una emoción que, como él define, "es compartida, no tiene nada que ver con triunfos, derrotas, ranking, torneos o cheques".

Andy Roddick lloró en público por primera vez desde que anunció su retiro y había una razón poderosa: el retiro se estaba haciendo realidad. No participará en el circuito profesional a menos que decida regresar, y él no va en esa dirección.

"El micrófono es todo tuyo", le dijeron pasadas las 18 en Nueva York. "Por primera vez, no sé qué decir", se reía él. No había preparado discurso, como sí lo había hecho Andre Agassi cuando colgó la raqueta en 2006, pero Roddick es hábil en estas situaciones. Lo finalizó con un momento emocionante, la mirada al cielo, ya con lágrimas en la cara, y la dedicatoria a Ken Meyerson, su agente y amigo, fallecido hace ya casi un año. Desde su posición de cronista en la pista, desde su pasado de ex entrenador de Andy, Brad Gilbert sacaba fotos del discurso con su teléfono móvil.

Como aquella vez que retiró a Marat Safin en el Masters 1000 de Paris, Del Potro supo correrse del foco de atención porque entendió el momento: el último gran ídolo estadounidense -último en serio: por primera vez en la era profesional, no habrá en actividad singlistas campeones de Grand Slam de ese país- terminaba su carrera en el US Open, el único Major obtenido, en 2003. Apenas concedió una respuesta ante las cámaras para decir que era el momento de Roddick, y siempre señaló al estadounidense como el único que merecía recibir aplausos en ese momento.

Para el argentino, la situación no era sencilla: además de la dificultad del rival en situación especial, el rol que le tocaba como villano en la serie, se agregaba un hecho particular: no jugaba en el Arthur Ashe desde que obtuvo su título de Grand Slam en 2009.

En 2010 no participó y, en 2011, jugó sus tres partidos en el Louis Armstrong y el Grandstand. Es un terreno familiar para él, de hecho en los primeros días del torneo pudo practicar en la cancha principal, mientras ensayaban las bandas de teen-pop que tocarían en el Kids Day. Sin embargo, no jugaba por los puntos desde aquella victoria ante Roger Federer hace tres años.

Ambos capítulos de la historia -martes a la noche hasta el 6-6 y la continuación del partido el miércoles- ofrecieron el mismo comienzo: Roddick en quinta velocidad, Del Potro intentando poner primera, como si el coche estuviera ahogado. En la primera parte, recién ofreció su velocidad acostumbrada cuando perdía 5-2. "Yo suelo ir de menor a mayor, y sabía que él iba a estar con todo de entrada, pero a medida que pudiera hacer un partido largo, con puntos largos, iría a mi favor. Algunos arrancan como él y después bajan, mi idea no es comenzar con la intensidad muy baja pero si vas para arriba, es mejor que quedarte", explicaba el sudamericano con una sonrisa.

La pelota inflada por la humedad, pesada y difícil de mover, se había transformado en una oveja. Roddick sacaba provecho: forzaba su hombro herido en forma de aces y saques ganadores. El estadounidense no pretendía jugar dos pelotas iguales: slice de revés ("nunca vi a Andy con esa efectividad en el tiro", decía Gilbert por el slice), cambio de alturas, presión con el revés cruzado bajito, subidas a la red, voleas que no le hemos visto en 15 años, drives cruzados... Del Potro no se sentía a gusto, de noche ni de tarde, pero, como decía Gilbert al costado de la cancha, "es increíble la calma que tiene, pareciera que no siente los nervios".

Para ganar, Roddick debía ser frenético (diez segundos antes de que Carlos Bernardes dijera "time" para dar final al descanso, Roddick ya estaba picando la pelotita en su lado de la pista) y ganar los puntos importantes. No ocurrió en el segundo set, que terminó siendo la clave: de haberlo perdido, habría hundido a Delpo, pero ese tie-break lo terminó rescatando. Aun si lo hubiera ganado Roddick, se presume que Del Potro seguiría en el intento de desgastarlo.

Sobre el final, Roddick resoplaba más que nunca: en un partido normal, suele (solía) hacerlo cuando impacta(ba) la bola y una vez más entre los impactos. Ahora lo hacía dos veces entres los golpes, agitado. "¡¡Arriba, Juanmar!!", gritaba una chica en la cuarta fila, eligiendo apodo curioso para el tandilense. El público latino en general, argentino en particular, se hizo respetar en un Ashe que nunca estuvo lleno. Hay que admitirlo, el cambio de la noche a la tarde le hizo perder algo de clima al retiro de Roddick.

La ovación del último set no podía hacer cambiar el rumbo de los hechos: Roddick ya estaba sin gasolina, Del Potro con su sonido característico (uóooo) cuando los impactos salen con fuerza. Al perder el servicio en el último set, reconoció el ex Nº 1, ya no podía mirar a su banco, a su esposa, a su entrenador. Sabía que llegaba el final.

Tras el emotivo discurso, en las pantallas del Ashe comenzó un video de la rueda de prensa de Roddick, aquella en la que anunció el retiro. "Gracias por venir, lo voy a hacer corto y dulce: éste es mi último torneo", dijo con una sonrisa. En las tribunas, varios buscaban un pañuelo, papeles para secarse las lágrimas. Roddick ya no estaba ahí.

Al regreso a la sala de prensa, Bud Collins, veterano periodista estadounidense, recuperado de un problema de salud, decía en voz baja: "Fue el perfecto escenario para Andy: perdió ante un campeón y, por demás, muy buena persona".

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