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Defensa y ataque

NUEVA YORK -- Nivel excelente, consistencia, intensidad, excelente físico, la mejor devolución del circuito y algo de suerte, que también se necesita, son los ingredientes que enumeró Juan Martín del Potro para armar el combo Novak Djokovic. No fue una sola respuesta: lo fue largando a medida que analizaba el partido de cuartos de final.

¿Por qué el serbio es un jugador moderno? No es un análisis de Delpo, sino del que firma estas líneas: entre otras cosas, porque borra las distinciones entre "ofensivo" y "defensivo" con las que categorizábamos a jugadores de años anteriores. El tenista de la "década del diez" debe hacer todo bien, no puede dejar de trabajar áreas del juego porque confíe en otras, se afina en lo físico y es un maestro de la transición entre pelotas salvadas y ataque para luego cerrar el punto. Djokovic es el ejemplo de esa clase de jugador, en un universo competitivo que se mide por detalles, que separa al ganador y el perdedor por un par de puntos en situaciones clave.

Así como el segundo set del partido con Andy Roddick fue capital para la victoria del argentino, el segundo del choque contra Djokovic determinó su derrota. Obviamente, no hay que engañarse: el set para su lado no garantizaba un triunfo, sino estar mejor posicionado. El sudamericano tuvo un quiebre de ventaja en ese parcial, sirvió 5-4, envió afuera una volea alta de drive en el primer punto y quedó tumbado en la red más tiempo del necesario. Djokovic olió sangre y recuperó el servicio en su última oportunidad.

El análisis tampoco debe conformarse con la pelea de un set: en los otros dos se vio a un serbio soberbio (cacofonía), que jugaba con un nivel de precisión notable a la línea de fondo; tal precisión que Del Potro terminó bromeando: "Tenía ganas de romper el aparato ese (por el Ojo de Halcón). Eran todas para él. Estos tipos juegan a la línea, es así".

"Una, otra, esa de allá, increíble", murmuraba Del Potro en cancha, y señalaba con su mano derecha las líneas de fondo que tocaron las bolas que enviaba Djokovic. La precisión y profundidad no son sólo casualidad o suerte, sino talento y práctica. "Sé que a Juan Martín le gusta jugar del lado de su revés dominando con su drive. Tenía que sacarlo de esa zona de confort", explicaba Nole. Por eso el revés paralelo que tan bien le funciona al serbio contra Nadal y Federer, también fue clínicamente utilizado en la noche del jueves en el Arthur Ashe.

Del otro lado, Del Potro no suele pegarlo. Cuestión de costumbre y confianza, de estrategia y patrones. En este Grand Slam, el argentino puede ser excusado de no ofrecer la mejor versión de ese golpe: llegó con problemas en la mano izquierda, utilizó una venda hasta el partido con Roddick y, si bien impactó con mayor violencia en el encuentro con Djokovic, apenas logró un tiro ganador en todo el partido con el revés. Lo notó el serbio, lo reconoció Del Potro: el revés no era el mismo. En las próximas horas, el tandilense viajará a Rochester, para una nueva consulta con su doctor de cabecera, antes de regresar a la Argentina.

"Quizá fue uno de los mejores sets que jugué en el 2012", destacó Djokovic con una sonrisa. No hablaba de su nivel solamente, sino del espectáculo. Jugadas espectaculares, puntos con el dominio que pasaba de manos e interacción con el público. "Me gusta el público de Nueva York, se compenetra en el partido y le encanta disfrutar con el tenis", decía Del Potro, que ganó un increíble juego de 17 minutos para llegar al tie-break. En esos momentos todavía pensaba que la historia podía darse vuelta.

En los balcones del VIP disfrutaban Alec Baldwin y Camilla Belle (separados), corría la cerveza y el champagne. El Arthur Ashe, el estadio más grande del tenis (23.200 personas) nunca está callado: los tenistas se acostumbraron a jugar con un murmullo que no se apaga jamás. Ruido que parte de las últimas gradas y llega hasta la primera fila. Gente que entra tarde a la cancha y se sienta igual, mientras los jugadores están corriendo. Nada parecido a lo que pueda ocurrir en Wimbledon. Diferencias culturales. En Londres o París jamás podrían ver al frenético danzarín de las últimas filas, contratado para estimular al público a que baile en los cambios de lado, mientras se va quitando la ropa hasta terminar con una remera que dice "I love NY".

Del Potro ofreció buena cara después de su derrota: reconoció las diferencias con Djokovic y destacó los progresos propios. Hacía tres años que no jugaba en el Arthur Ashe, desde aquella victoria contra Roger Federer en la final (volvió a pisarlo por los puntos en el partido con Roddick), se divirtió en la cancha con el serbio–en el tercer set, encontró un excelente passing de revés y se paró sobre unos carteles de publicidad, abrió los brazos, pidió y recibió una ovación- y completó un año regular en los Grand Slam: cuartos de final de Australia, Roland Garros y US Open y octavos en Wimbledon. A fin de año, el Masters debería tenerlo entre sus participantes.

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