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El héroe del rating

BUENOS AIRES -- Los americanos que pagaron los 60 dólares para ver la pelea de Maravilla Martínez y Chávez Junior hicieron una buena inversión. Se trata de un dinero considerable para seguir un espectáculo a través de la pantalla, sin más garantía que el circo previo (las provocaciones entre ambos contendientes), que intentaba vender un encono sangriento aunque todos sabemos que así es el guión previsto por el negocio.

Pues bien, la pelea tuvo técnica, acción, bullicio en las tribunas, una clase de boxeo a cargo del argentino y un final dramático como pocos. Chávez, cohibido durante todo el combate, hizo su última y única apuesta con un golpe certero que casi le da el triunfo.

Cierre de gladiadores heridos, entonces. Pómulos deformados y piernas estragadas por el esfuerzo. Como pide el público de este deporte, en especial en los Estados Unidos, fanático de las proezas individuales y de la sangre.

De este lado del mapa, había otra razón para engancharse con la pelea. Algo que, además de convocar a los seguidores de un deporte, obliga a la iniciación de los legos: un compatriota exitoso.

Aun así, el interés que despertó el combate fue de una intensidad que el boxeo no registraba desde las épocas de esplendor protagonizadas por Carlos Monzón y Víctor Galíndez.

Desde entonces, el box no ha hecho más que retroceder en las preferencias del público. Fue recortando su auditorio a un grupo de expertos un tanto anacrónicos, confinado a escenarios pequeños, cuando no lúgubres.

Ni siquiera la televisión y algunos campeones estables (como Omar Narváez, ¡que igualó el récord de defensas de Monzón!) le devolvieron popularidad.

En paralelo, el boxeo femenino, gracias a la televisión, cierto plus erótico y una vaga pretensión glamorosa, se infiltró en el cuadrilátero a modo de competencia.

¿Por qué Maravilla Martínez, un argentino europeizado, un boxeador distante, impulsó un rating de 30 puntos en la medianoche del sábado? ¿Por qué cerca de 3 mil compatriotas viajaron hasta la ciudad de Las Vegas para alentarlo?

¿Fue la excesiva promoción? Tal vez. Se machacó más que otras veces. Pero una semana de propaganda intensiva no reemplaza décadas de decadencia de un deporte.

Las razones de la popularidad no suelen ser fáciles de descifrar. Sí queda claro que un atleta (o un equipo) arraigado en el público es más efectivo para la convocatoria de un deporte que la mejor, más duradera y abarcadora campaña de fomento.

Alguna vez pasó con el vóley (la generación de Castellani y Conte padre) y más cerca en el tiempo con el rugby, cuando Los Pumas terminaron terceros en el Mundial de Francia 2007.

El éxito que supera las previsiones, la salida de pobres para codearse con la elite hasta entonces reticente, arrastra multitudes. Aunque sólo sea por curiosidad y un oportunismo inocente.

Quizá luego de Maravilla y su curiosa mezcla de técnica, enjundia y carisma, el boxeo vuelva, en la Argentina, a una zona de indiferencia. Pero en la noche épica de Las Vegas, como en los viejos tiempos, recuperó su lugar de causa deportiva nacional y gran usina de emociones. Misterios con respuesta incierta.

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