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Mirar el pasado, entender el presente

BUENOS AIRES -- Algunos creen que volver al pasado y revisarlo, impide avanzar. Otros sostenemos que, por el contrario, remover convenientemente la historia permite distinguir aciertos o equivocaciones que, bien analizados, ayudarán a ir hacia adelante con mayor precisión y firmeza.

Rememorar la maravillosa conquista del primer Campeonato Mundial de básquetbol, hace ya 62 años, no significa quedarse anclado a un recuerdo, si no mantener vivo un acontecimiento al que vale resaltar como distintivo de la propia identidad de este deporte en la Argentina.

El nuestro básquetbol en la última década ofreció a través de su selección nacional demasiados argumentos como para disfrutar, para tomarlo de ejemplo y hasta para sentirse orgullo de él. Sin embargo, si repasamos la historia nos vamos a encontrar con que muchas de las virtudes que le destacamos a la llamada "Generación Dorada", ya había aparecido reflejadas en el plantel mundialista del 50.

Hoy se exige ante cualquier compromiso internacional una preparación extensa, planificada, rigurosa e intensiva y no se acepta menos que eso. Aquel grupo liderado por Furlong y González concentró durante 62 días antes del debut y entrenando en doble turno, algo desconocido en el deporte argentino. Entregó una prueba de sacrificio y esfuerzo que debería ser incluida en cualquier manual para el deportista ideal. "Vivimos dos meses para el básquetbol", recuerda el Negro González, capitán del equipo. Y no es un detalle menor esa actitud que hoy emparentamos con los buenos profesionales, tratándose de jugadores amateurs...

Desde hace una década se escuchan elogios a los campeones olímpicos de 2004 porque lograron que los unieran no solo motivos deportivos, si no que además los emparentaran sentimientos de afecto. Se aplaude que dentro de la cancha se perciba la amistad que edificaron afuera.

Aún hoy, a más de 60 años del máximo logro del deporte argentino hasta ese momento, aquellos muchachos, hoy convertidos en ancianos, siguen manteniendo una indestructible amistad. Continúan conectados, se acompañan, se cuidan los "achaques", se ayudan y no pierden oportunidad para pasar momentos juntos. "La unión del grupo fue tan importante como las virtudes basquetbolísticas", no se cansa de repetir Furlong. Y nadie que los conozca puede dudar de eso.

Si algo conmueve de personajes como Ginóbili o Scola, por ejemplo, es que aunque ganaron casi todo, parecen tener en su ADN el gen del renunciamiento a las poses de estrellas, condición que bien ganada tienen. Eso impacta y genera más admiración aun.

Furlong fue la figura indiscutida del Mundial de 1950, el máximo encestador argentino, el hombre desequilibrante del campeón, sobre el que pasaba lo mejor del juego argentino. Pero ni aun demostrándole todo eso, se lo saca de su postura de ser uno más, perdido en el montón. Jamás hizo mención sobre que era una estrella internacional a los 22 años. Siempre minimizó lo que significó en esa conquista.

También González podría hablar de su valioso aporte o el propio Uder resaltar el papel que su temperamento incontenible jugaba en el equipo. Sin embargo, ninguno dice nada de su valía personal. Al contrario, destacan los aportes del benjamín Viau (entonces de apenas 18 años) o de Del Vecchio en la final ante Estados Unidos, ambos ya fallecidos.

Esos campeones interpretaron de forma sublime aquello de que "el equipo debe estar siempre por delante de los nombres" y con una dignidad que asombra lo mantienen hasta ahora, que todos ya traspasaron los 80 años.

Cuando se revisa lo hecho por la selección argentina en los últimos 10 años, más allá de los resultados, lo que resalta es el nivel de su juego. Lo que lograron fue, por encima de todo, porque jugaron con una jerarquía admirable, ganándose un reconocimiento sin fronteras.

Al primer campeón mundial también se le debe mensurar el altísimo rendimiento que mostró en ese torneo, al ganarlo invicto en seis partidos, con 19,3 puntos de diferencia promedio y sin dejar ninguna duda de su superioridad. Pero además, porque para compensar su limitada altura (1,83 metro de media) desplegó un estilo agresivo en defensa y dinámico, intenso y veloz en ataque, que también le forjó respeto internacional en su época.

Hoy se dimensiona el arrastre popular que provoca la "Generación Dorada" en cada presentación. Aquel equipo de 1950 hizo reventar el Luna Park con 21.500 espectadores, que las imágenes del público sobre las mismas líneas de la cancha certifican.

También se valora lo que los campeones olímpicos significan para muchos jóvenes que los tienen como ídolos y ejemplos a seguir. Con mucha menos exposición mediática los de 1950 contribuyeron de manera contundente en la masificación del básquetbol en la Argentina. Revolucionaron el ambiente, en una época en la que el deporte empezaba a posicionarse mejor en la vida social de los argentinos.

Me gusta reafirmar, por las dudas, la idea de que no fue con la Generación Dorada que comenzó el básquetbol en la Argentina. Existieron muchas cosas buenas y malas antes. Entre las primeras, lo más maravilloso sucedió hace 62 años, con virtudes que aún hoy reclamamos y que merecen ser aplaudidas.