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El sueño de béisbol de Doug Clark

En Hermosillo, México, hace 81 grados y es un poco después de las 7 pm MT en la noche del jueves. Las gradas del nuevo estadio están repletas y escandalosas. Las banderas están ondeando. Las canciones, sonando. La cerveza circula. Dos outs en la parte superior de la primera entrada del campeonato de la Serie del Caribe, el gran teatro para el béisbol de América Latina. Se acerca el jardinero izquierdo Doug Clark de los Yaquis de Obregón, jugando como el equipo visitante ante los fanáticos locales. Batea un rodado a primera para terminar la entrada.

En Springfield, Massachusetts, la temperatura desciende a un solo dígito un poco después de las 9 pm ET, mientras Bill y Peggy Clark se instalan frente al televisor en la sala de su rancho de tres dormitorios en la calle Piedmont, donde criaron a sus siete niños. Una enorme tormenta de nieve se prevé que comenzará la mañana del viernes. Algunos dicen que será el rival de la gran ventisca del 1978, en la época en que Doug era un pequeñín, no tenía ni dos años.

Su uniforme está cargado de patrocinios -- Infinitum, Pacífico, el famoso logo de Coca-Cola bajando un cuádriceps -- Doug Clark, de 36 años de edad, trota hacia el jardín izquierdo. Está rodeado por un montón de jugadores de las Grandes Ligas. El equipo mexicano incluye, entre otros, a la leyenda local Dennys Reyes (15 años en las Mayores), Karim García (10), y Alfredo Amézaga (9). El poderoso equipo dominicano incluye al ex Jugador más Valioso de la Liga Americana (Miguel Tejada), un ex Novato del Año de la Liga Nacional (Hanley Ramírez) y Fernando Rodney, quien salvó 48 juegos para los Rays de Tampa Bay la temporada pasada.

Justo a su al lado está Clark, quien aprendió sus primeras palabras de español en la Escuela Secundaria Central hace muchos años gracias a Mena DeCarvalho. A pesar de que ha estado jugando béisbol invernal en México durante una década, y a pesar de que ahora tiene una esposa nacida en México (Pilar) y un hijo nacido en México (Matteo), y que casi habla el español de forma fluida, los compañeros de equipo de Doug Clark a menudo tiernamente se burlan de él por ser extranjero.

En la parte superior de la cuarta entrada, con México perdiendo 1-0, se poncha sin hacer swing.

Es después de las 10 pm ahora en Springfield mientras Bill y Peggy Clark -- y sus hijos adultos, William y Molly -- hacen una mueca ante la llamada. Tanto William como Molly son maestros, y el viernes ya se ha declarado un día de nieve, por lo que no tendrán problemas en seguir concentrados en el juego.

En cierto modo ellos saben que la presencia de su hermano en este escenario es absurda. Doug Clark nunca jugó al béisbol en las Pequeñas Ligas, y en la Escuela Secundaria Central, Doug jugó fútbol, baloncesto ... y el tenis. Fue a la Universidad de Massachusetts con una beca por fútbol americano, se acercó al entrenador de béisbol, Mike Stone, acerca de intentar jugar durante su segundo año.

De alguna manera, tres años más tarde, fue una selección de séptima ronda de los Gigantes de San Francisco. Firmó un contrato por $850 al mes y voló al oeste para unirse a los Volcanes de Salem-Keizer.

Los lanzadores están dominando en Hermosillo. Outs por rodados. Por elevados. Ponches. Pero en la quinta entrada, para el deleite de los fanáticos locales, los Yaquis aprovechan un error y consiguen adelantarse por 2-1.

Doug Clark había tenido una gran Serie del Caribe hasta el momento, y bateaba de 21-9 antes del partido de campeonato, pero luego de conectar un lineazo que fue atrapado por Tejada, había bateado de 3-0 en la noche.

Por muchos años, la familia de Clark ha seguido su carrera improbable. La primera temporada, en 1998, Bill Clark se quedaba despierto hasta tarde para ver los juegos que comenzaban en Oregón a las 10 pm ET, y a menudo escuchaba la radio bien pasada la medianoche para alcanzar un turno al bate. Cuarenta y cuatro jugadores convocados a los Volcanes ese verano. Treinta y cuatro de ellos nunca llegarían a las Grandes Ligas. Doug usaba tarjetas telefónicas en ese entonces para llamar a casa, hablándole a su familia acerca de los partidos, sobre la costa oeste y sobre su compañero de habitación, Ryan Vogelsong.

En los próximos años, las tarjetas telefónicas darían paso a los teléfonos celulares. Los celulares darían paso al Skype. Doug seguía abriéndose camino. Siempre fue un buen bateador con buena velocidad. Pero en la época en que el batazo largo era el rey, su poder era sospechoso. En aquel entonces, por supuesto, los Gigantes tenían un jardinero izquierdo con muy buen poder.

A veces en los entrenamientos de primavera, Clark simplemente se maravillaba con Barry Bonds. "Tiene tanto poder", dijo Clark un año, "que ni siquiera puedo imaginarlo".

En 2005, su octavo año en la organización de los Gigantes, Clark fue el jardinero izquierdo titular de los Fresno Grizzlies en Triple A. Bateó para promedio de .316 con 13 jonrones, 30 dobles y 29 bases robadas. Estaba seguro de que por fin recibiría la llamada de los Gigantes cuando las plantillas se ampliaron el 1 de septiembre. No fue así. Profundamente decepcionado, voló a su casa en Springfield.

Este juego te parte el corazón. Doug Clark lo ha visto una y otra vez. Más de tres horas adentradas en el partido, abre la novena entrada con una base por bolas. Llega hasta tercera. El amenazante Fernando Rodney cierra la puerta.

En la apertura del fondo de la novena entrada, todo el ondear de las banderas y todos los ruidos desde los asientos llegaron a un abrupto fin cuando Ricardo Nanita de la República Dominicana conecta un jonrón entre el jardín derecho y el central, empatando el juego a dos carreras.

Hay gemidos de angustia en la sala de la casa en Springfield. Está muy pasada la medianoche. Bill Clark observa un turno al bate más de su hijo, un rodado de out en la apertura de la undécima entrada, y luego avanza arduamente hacia la cama.

Es una pena, por supuesto, pero Bill sabe que ya ha tenido su parte de recuerdos de béisbol para toda la vida. Lo sabía allá cuando sonó el teléfono el martes 13 de septiembre de 2005.

El director de las menores de los Gigantes, Bobby Evans, había intentado conseguir a Doug ese mismo día después de que el equipo sufriese dos lesiones la noche anterior. Pero el jardinero izquierdo había apagado su teléfono celular cuando entró en la Escuela Secundaria Central para trabajar como profesor substituto de Historia Americana. Así pues, Evans llamó a la casa en la calle Piedmont y consiguió a Bill, que salió disparado hacia la escuela. Corrió por los pasillos y llamó a la puerta de la habitación 218.

Doug miró por la ventana rectangular de cristal, vio a su padre y con nerviosismo lo presentó a los estudiantes. "Douglas", susurró con insistencia, "¡tienes que llamar a los Gigantes!".

Un par de horas más tarde, con 29 años de edad, Doug Clark estaba volando en primera clase por primera vez en su vida, en dirección a San Francisco.

Cada lanzamiento cuenta. Un strike dudoso inflama la multitud. Una pelota que se abre en curva hacia el territorio de foul es bendecida. Hay dolor. Hay esperanza. Hay muchos "casi".

Doug ha llegado a amar esta vida en México. Mientras que sus seis hermanos viven cerca de su casa en Nueva Inglaterra, él ha visto el mundo a través del béisbol. Sabe lo que este juego significa para el pueblo mexicano. Con dos outs en la decimotercera entrada, batea un sencillo al jardín derecho. Llega hasta la segunda base, pero se queda varado allí.

Luego, en la decimocuarta entrada, Karim García conecta un jonrón para poner arriba a los Yaquis, 3-2. Un fanático con un sombrero sosteniendo una bandera Mexicana corre en torno a las bases siguiendo a García. La dulzura del campeonato está lo suficientemente cerca para saborearlo.

Hasta que, con dos outs en la parte inferior de la decimocuarta, Tejada conecta un sencillo por el jardín derecho para impulsar una carrera y empatar el juego una vez más.

La carrera en las Grandes Ligas de Doug Clark duró exactamente 11 turnos al bate. Se fue de 5-0 con los Gigantes en 2005, luego firmó con los Atléticos en el 2006. En una breve llamada a las mayores consiguió seis turnos al bate más. Su único hit, un sencillo al jardín opuesto, fue ante Clay Hensley de los Padres.

Bill y Peggy Clark se despertaron aquella noche por los gritos alegres de uno de sus hijos, Connell. Durante horas después, Peggy veía los titulares debajo de la transmisión de ESPN, incluyendo este precioso detalle, "Clark 1-1".

La pelota de béisbol está ubicada en una vitrina de la sala del hogar.

Clark nunca dejó de jugar. Hubo un año más en la Triple A. Luego, tres años en Corea, donde los fanáticos casi no hablaban inglés, aparte de decir, "Reloj, reloj, reloj: ¿Qué hora es?", cuando el chico cuyo nombre no podían pronunciar iba a batear.

Siempre hubo béisbol invernal en México. En 2011, comenzó a jugar allí todo el año.

Se enamoró de la hermosa Pilar. Luego vino el niño, Matteo.

Con dos outs en la decimoquinta entrada de un juego ya en su sexta hora, Doug Clark dejó pasar el tercer strike, sacudió la cabeza y salió corriendo a cubrir el jardín izquierdo.

En la parte superior de la decimoctava entrada, ahora las 2 de la mañana en Hermosillo, Clark llegó al plato contra el delgado lanzador derecho Edward Valdez. El primer lanzamiento fue uno en curva que no rompió mucho y se quedó por encima del plato. Clark la recibió con un buen swing.

La bola salió por la línea del jardín derecho hacia una valla verde a 325 pies de distancia. El jardinero derecho, Abraham Almonte, llegó hasta allá, saltó hacia arriba extendiendo su mano con el guante sobre el muro. La bola siguió un poco más allá, golpeando una propaganda en amarillo y naranja de Hermosillo, justo en la palabra "artesanía".

Clark flotaba alrededor de las bases. Cuando llegó al plato, se levantó la parte superior del uniforme oscuro sobre su rostro, besó la palabra "México" en su camiseta, y agitó sus manos hacia la multitud.

Inmediatamente después, el hombre con el sombrero y la bandera mexicana pasó volando alrededor de las bases, deslizándose de cabeza en el plato.

En Springfield, ahora pasadas las 4 de la mañana, Peggy Clark miró con asombro. "Podíamos ver a Doug corriendo por las bases. Sus brazos volaban como un pájaro. Apenas tenía los pies en la tierra".

William Clark corrió por las escaleras hacia arriba para despertar a su padre: "¡Despierta! ¡Despierta! ¡Despierta!".

Bill bajó a ver la repetición y a sudar en la parte inferior de la decimoctava entrada.

Aún con el uniforme completo en su habitación del hotel una hora y media después del partido junto a Pilar y Matteo, Doug Clark, dijo que este momento era uno de los más grandes de su improbable travesía por el béisbol. "Esto supera todo para mí", dijo, "por el escenario en el que estábamos aquí, y el valor de todo el torneo en México, y su pasión por el béisbol ... es un carnaval. La música. La cerveza fluyendo. Todos están apoyando al equipo, apoyando al país".

Dijo que era difícil encontrar las palabras para describir la sensación. "Es el mejor momento, porque todo el mundo está unido", dijo. "Nadie es mexicano. Nadie es estadounidense".

Él ya no es un extranjero. En todo caso, es un héroe nacional en México. Dijo, besando su camiseta y soplando ese beso a los fanáticos tras el jonrón que era algo que había soñado hacer durante mucho tiempo. Era su manera de decir: "Gracias, México, por darme la oportunidad. Esto es algo que nunca olvidaré".

Pilar consiguió su visa hace dos semanas. La próxima semana la familia va a volar hacia el norte. El pequeño Matteo, de la misma edad que Doug tenía allá para la tormenta de nieve de 1978, se está preparando para celebrar una gran fiesta en la calle Piedmont.