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Ayer nomás

BUENOS AIRES -- Carlos Bianchi se muestra sorprendido con el periodismo. Le endilga el haber cambiado mucho desde su última experiencia como técnico en la Argentina.

Luego del empate con Tigre, evocó en una improvisada rueda de prensa que una vez le dio 15 días de descanso a Carlos Tevez porque volvía de jugar con la Selección y lo veía cansado.

Si nadie dijo nada entonces (y se trataba de una estrella en ciernes como Carlos Tevez), por qué tanta historia ahora que decidió borrar a algunos de los titulares, se pregunta el entrenador de Boca.

Hombre orgulloso, Bianchi se malquista con los críticos. Pero sabe encubrir su molestia con un humor irónico, sobrador.

Por eso frente a los periodistas habla precisamente de los periodistas, sus jueces naturales, a quienes, con el panorama errático de Boca, les cuesta poner buenas notas. Y más les cuesta a algunos de ellos abstenerse de agitar las aguas en busca de conflictos taquilleros.

Pero la prensa no es lo único que varió en estos años en los que Bianchi se dedicó a dormir la siesta, como le gusta al DT definir su largo período de inactividad voluntaria.

Es probable que el vestuario, hasta nuevos logros, no le sea tan incondicional como el de otros tiempos. Y que la maduración de los futbolistas requiera plazos más cortos que los que él recomendaría.

Basta escucharlo hablar de Leandro Paredes para darse una idea. Se refiere al jugador como a un jovencito muy verde aún y apenas "interesante", cuando hace pocos meses pintaba para sustituto inmediato (y muy adecuado además) de Riquelme.

Y de Riquelme seguramente tiene otros recuerdos. Más amables, más llanos. Propios de un discípulo agradecido. Pero ahora, el gran ídolo no hace más que embarrarle la cancha. Rateándose de la pretemporada, diciendo que no y luego que sí (en el momento menos oportuno).

Y, sobre todo, colocándolo en la obligación de devolverle la manija del equipo (en cualquier momento baja el grito desde la popular) cuando su pobre preparación física no haría más que perjudicar a Boca.

También Carlos Bianchi ha cambiado. No sólo porque ya no dispone de línea directa con Dios, sino porque sus objetivos y valoraciones parecen haberse reducido.

Celebrar el cero a cero con Tigre por la gran faena defensiva es, en realidad, un contragolpe ante las críticas de la prensa que se avecinan. Pero rebota como un pelotazo en contra.

Bianchi se da cuenta de que Boca juega mal. Y, mientras el equipo aparece, ofrece como una demostración de su poder correctivo, de su capacidad como entrenador (la defensa había sido un desastre ante el Toluca), el arco invicto en el estadio de Victoria.

En paralelo, suena a poco, a conformismo peligroso, que el conductor de uno de los equipos más poderosos de la Argentina se ufane de empatar con Tigre. A este paso, si obtiene un cero a cero en el Monumental, querrá dar la vuelta olímpica.

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