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Retrato de una obsesión

Decido escribir estas líneas cuatro días después de la rotura del tendón de aquiles de Kobe Bryant. Intenté, por todos los medios, evitar cualquier atisbo de emoción en este escrito, pero resulta inevitable sentir un poco de calor ante un hecho de tamaña magnitud.

No soy fanático de Kobe Bryant. En verdad, no soy fanático de ningún jugador de básquetbol. Nunca tuve pósters pegados en una habitación, no tengo fotografías enmarcadas ni tampoco colecciono autógrafos.

De todos modos, esto no significa que no me haya visto afectado por la lesión del astro de Lakers.
Regresé al video no menos de cuatro veces para analizarlo de cerca. Lanzamientos a distancia, penetraciones incisivas, movimientos sorprendentes. Lo que hizo Kobe en la noche de su lesión es lo mismo que llevó adelante durante toda la temporada con los Lakers. Tuvo al menos tres oportunidades de salir de la cancha ante diversos golpes, pero prefirió insistir una, otra, y otra vez.

Una batalla obsesivo-compulsiva que recibe el nombre de "competitividad". Una expresión manifiesta de un conflicto interno sin resolución, que permite a los talentosos de estas características ser los mejores en lo suyo pero que les impide disfrutar de los logros obtenidos una vez que se cumplen los 48 minutos de acción.

Kobe Bryant intentó hacer posible lo imposible con sus propias manos. Se enfocó con una obstinación tan desafiante como enfermiza y pagó consecuencias graves de algo que podría haber sido menos extremo si así se lo proponía. Kobe vivió con dolor en los últimos años y lo aceptó como parte del proceso. Padecer molestias estaba en su rutina diaria y jamás buscó excusas por esto. Creyó poder atravesar todo y a todos con un empuje que contradice la naturaleza: "No me digas lo que puedo o no puedo hacer".

Así y todo, estuvo cerca de lograrlo. Sus actuaciones fueron tan conmovedoras como maníacas: era, noche a noche, ver a un hombre expresar para el mundo, a través de su talento, una guerra contra sus propios fantasmas. Sísifo en su máxima expresión. Así, su entrenador -carente de autoridad en este aspecto- y sus compañeros se convirtieron en cómplices de su propia enfermedad.

Cada balón mal ejecutado sin reproches, cada movimiento excesivo sin recibir ayuda, cada minuto jugado de más alimentaron una droga invisible que tarde o temprano traería consecuencias. Lo evitable, entonces, mutó en inevitable.

"Si me ves pelear con un oso, reza por el oso", escribió Kobe luego de su fatídica noche en su cuenta de Facebook.

Es una frase formidable, pero no tiene que ver con la búsqueda de un ideal deportivo. Es el razonamiento propio de la obsesión, la automotivación que se desparrama como un virus contagioso en los casos extremos. Un hambre feroz que convierte, dentro de la cancha, lo muy bueno en extraordinario, pero que fuera de la misma lleva a la infelicidad. La razón fundamental es que no hay otra cosa para alimentar ese monstruo llamado ego -en estos casos, desmedido- que triunfos. Individuales, grupales, como vengan.

Ganar, ganar y ganar. Como sea, cuando sea, donde sea.

La vida no se construye de triunfos y derrotas. No es blanco o negro. Convivir con los grises es el proceso para mantener una cierta cordura: una manzana más en uno de los dos platillos fomenta el desequilibrio.

El caso de Kobe no es único y se reproduce a diario en los diferentes ámbitos de la vida. El aspecto diferencial con cualquier ser humano es que Bryant recibe máxima exposición para exponer un talento inigualable. En el básquetbol, Michael Jordan estaba construido con la misma madera. Wright Thompson, periodista de ESPN The Magazine, explica las consecuencias que padece por esto el dueño de los Charlotte Bobcats en su nota "Michael Jordan has not left the building" (Michael Jordan no ha dejado el edificio).

En estos casos, la frase: "no les gusta perder a nada" es equivocada, porque eso sucede con todos nosotros. Nadie compite y sonríe en la derrota. Para esta clase de deportistas, es algo mucho más complejo. La lógica sería algo así como: "no aceptan perder a nada".

¿Comprenden el alcance de esta condena? ¿Logran asimilar el dolor que produce algo semejante en estos individuos? La cara de desolación de Kobe en el vestuario fue un regreso a sus primeros años de vida. Ya no tenía la seguridad de sus cinco campeonatos NBA, sino que parecía un jovencito a la espera de una palmada en el hombro. Un hecho imprevisto -al menos para él- lo empujaba a no cumplir el objetivo pautado de antemano. Sin poder hacer nada para impedirlo, Bryant había perdido.

Sin embargo, a las pocas horas, la debilidad abría la puerta a la oportunidad: "Ellos dicen que yo no puedo volver y demostraré que puedo hacerlo". Otro síntoma de que el monstruo interno volvía a hacer de las suyas.

Fue por esta misma razón que Bryant se quedó toda su vida en los Lakers. Sí, fue fidelidad, pero también una forma de demostrar que podía construir el edificio con sus propias manos sin ayuda. Una auténtica locura que sólo Phil Jackson pudo moldear sin sufrir consecuencias de cirugía mayor. En ese lapso de tiempo, Kobe se hizo con una idea y el mundo con otra.

Es inevitable que Kobe resurja de las cenizas como el Ave Fénix. Si los médicos dijeron entre seis y nueve meses de recuperación, es probable que se produzca su vuelta en cinco. No lo tomen como un caso sobrenatural, es parte de su obsesión enfermiza. Se trata de ganar una nueva competencia ante sus detractores. De extender los límites establecidos de manera racional.

Cuando su regreso se produzca, será una de las páginas más maravillosas que escribirá Bryant en su vida deportiva. Será el retorno del guerrero, la gran historia que le falta para completar una carrera inolvidable. Eso sí: meses después, cuando se apaguen las luces de las cámaras para siempre, cuando ya no quede nadie en el Staples Center y deba regresar a su casa por última vez, deberá convivir con esta condena.

¿Cómo hacer para apagar el hambre voraz que lo carcome por dentro? ¿Cómo dominar esa puntada que lo obliga a competir en circunstancias extremas, todo el tiempo?

Su vida recién está empezando. El mayor triunfo de su carrera, entonces, será vencer a este monstruo.

El primer paso es enfrentarlo.

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