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A puertas cerradas

BUENOS AIRES -- Un sol agónico deja una marca roja y sangrienta en el horizonte, partiendo la escena en dos. El cielo, que comienza a oscurecerse. La ciudad, encendiendo sus mejores luces: una arteria roja de luces --avenida Del Libertador-- marca la escena. Desde este piso del Sheraton hotel, desde el enorme balcón, se perciben a la izquierda los grandes edificios engalanados y se adivina, a la derecha, la oscuridad de los terrenos del ferrocarril y también la presencia de la Villa 31: dos caras de una ciudad, a las siete menos cuarto de la tarde...

En esta suite, a la que hemos accedido luego de una breve y silenciosa espera, hay una enorme sala, a la que le han sacado algunos muebles para que quede un rectángulo libre. Hay una mesa enorme, para seis comensales, en la que campea --inútil, olvidada- una botella de vino Luigi Busca Malbec. Hay cuadros de época, el ya mencionado balcón, muchas lámparas y una gran araña con caireles de cristal. "Esto es muy lindo, pero todos los del equipo sabemos que es también, una mentira", dice sonriendo Miguel De Pablos, amigo--socio--custodio--confidente de Sergio Maravilla Martínez, el campeón mediano del Consejo. "Cuando tú eres campeón, todas las puertas se te abren y te ponen las limusinas más largas --agrega, con su tono madrileño--, pero cuando pierdes, te llaman para decirte que, si puedes, dejes el cuarto libre lo más rápido posible, así es la vida", sonríe.

¿Por qué estamos aquí, esta tarde--noche de jueves, en la suite de Maravilla Martínez? El propio campeón ha designado a dos periodistas: Germán Giani, de TyC sports y a este escriba, en nombre de ESPN.com. Sobre el filo del ingreso se suma, casi sin darse cuenta, Bryan Armen Graham, de Sports Illustrated, una de las revistas deportivas más prestigiosas del mundo. Graham, recién arribado al país, no lo puede creer. Y nosotros tampoco. Nunca antes un campeón mundial ha invitado a unos pocos a su último entrenamiento privado.

Mientras esperamos en el pasillo, celosamente custodiado por hombres de rostro impenetrable y elegantes trajes --grises o negros, no hay otra variedad--, recordamos las palabras de Sampson Lewkowicz: "Maravilla solamente quiere que lo vean entrenar y saquen sus conclusiones. No habrá cámaras, ni de video ni de fotos, no quiere nadie que se vea en movimiento o por foto lo que hará". Así que, mientras esperamos, aparece Miguel De Pablos: "Sergio va a hacer bicicleta y volverá en unos veinte minutos. Si les parece bien, esperamos en la suite, ¿si?". Decimos que si, mientras aparece él, sonriente, enfundando en un jogging azul--celeste. "Enseguida vengo muchachos, pónganse cómodos, disculpen si los hago esperar un ratito más..."

Así que mientras aguardamos, De Pablos agrega: "Cuenten y anoten todo lo que quieran y escriban lo que vean, estamos un poquito cansados de tantos rumores sobre que no está bien y que la rodilla no le funciona, y blablablá, mejor vean por ustedes mismos". Así que, ya que esperamos, hacemos el inventario luego de ver, desde el balcón, como anochece en Buenos Aires.

Hay un escritorio con fax incluído, una mesa de licores que --lo confesamos--, nos hace pensar en un desperdicio, pues el dueño de casa no probará semejantes exquisiteces. Hay un estuche con porta termo para tomar mate con el escudo de River, un reloj que parece muy antiguo y viejas litografías europeas, firmadas por un tal Jean Carl Dalaposso. Hay un enorme dormitorio al que preferimos no acceder. Y una cocina en donde hay dos cajas diferentes de cereales, un paquete de yerba (al dueño le encanta el mate), varias botellas de Gatorade, pan de salvado doble... No hay música, no se escucha nada desde el equipo de audio que está en la habitación central, debajo de un enorme led.

Finalmente, llega él. Saluda a todos con mucho cuidado y nos sentamos a la enorme mesa donde se destaca una canasta de frutas gigante. A nuestra derecha, el doctor Roger Anderson, responsable de curar heridas. A nuestra izquierda, la doctora Raquel Bordón Cortázar, a quien Martínez menciona como "Mi ángel custodio". Cerca, pero lejos del cuadro, pasando inadvertido, el promotor panameño Carlos González. Maravilla saluda a todos, pero casi no habla. Viene con su laptop plateada, y con un poco de dedicación para hacer las conexiones, la música de Calle 13 estalla en los oídos, y él empieza a moverse...

Creo en la gente
Creo en mi bandera...

Comienza a bailar, al ritmo de la música. Las piernas se ven fuertes, seguras y ágiles. Boxea con su sombra. Dos rounds. Y luego comienza a vendarse lentamente. Se ha quitado el buzo y exhibe una remera roja. De Pablos por un lado, y el ténico Pablo Sarmiento por el otro, se enfrentan y toman una soga a la altura de sus tórax. Entonces, Maravilla comenzará a saltar y a moverse, usando esa soga como límite para cimbrear su cintura. Va y viene, retrocede y avanza, lanzando golpes curvos, resoplando a cada golpe. De Pablos toma el tiempo, y cuando finaliza un nuevo round, Sergio se quita la remera. Tiene otra ya puesta, de color gris. Sale al balcón durante el minuto de descanso. "Afuera hace más calor que adentro", dice, se le adivina, mientras suena la música...

Hay poca comida,

pero hay muchas balas...

Ahora se venda y le ponen los guantes. Se prepara para hacer manoplas, en una coreografía que ya nada tiene que ver con "Bailando con un sueño", es la coreografía de la guerra: derecha larga, izquierda, derecha en banco. Los golpes hacen ruido, los acompaña con quejidos, una extraña danza entre medio de lámparas de estilo, arañas con caireles y nosotros como espectadores. Avanza, retrocede, avanza, retrocede, gira sobre sus piernas, hace pasar de largo al rival imaginario. "Tiempo", dice --se adivina que dice, entre la música-- la voz de De Pablos. Ahora, Maravilla se sienta en una silla habilitada solamente para él, "La silla del campeón", como dice De Pablos. Sarmiento le seca el rostro y Calle 13 le pone música y letra al momento...

Indisciplinados por un día...
Vamos a portarnos mal...
Rompemos con las reglas...

Ahora vuelve al ruedo, sin camiseta, torso desnudo, tras tomar agua sin gas. La danza con Sarmiento le permite conectar golpes duros, secos, que hacen un ruido que, por momentos, tapan la música, golpes con todo: derecha un punta, gancho de izquierda, uno--dos--tres, volver a empezar, Sarmiento marca los tiempos y los envíos, tira golpes a fondo y Sergio se agacha, rota la cintura, se defiende y entonces ataca, parece un tigre cercano a la presa. Tiempo.

Soy Maradona contra Inglaterra
Marcando dos goles...

Ahora ya con el torso desnudo, transpirado y sonriente, sin perder el jopo, trabaja con golpes al cuerpo. "Ap, ap, ap" Grita, pega, baila, se mueve y pega y vuelve a pegar. Sarmiento lo aguanta pero se nota en cada golpe la fuerza, la determinación, el ruido del impacto. No hay más que eso, es trabajo. Ni bronca, ni enojo, solamente un golpe seco. Está concentrado en cada golpe, los combina con precisión sobre dos piernas fuertes, veloces y hábiles para pegar y alejarse, por momentos baja los brazos, ofrece la cara. Parece que estuviera peleando.

Siempre digo lo que pienso...

Vuelve al balcón y cuando regrese, comenzará a bailar, solo ahora, soltando músculos, relajando, la respiración sin alteraciones sobre la alfombra espesa de color crema, bajo las luces de las lámparas de estilo. Se baja la música, es el final. Se irá al balcón para conceder una entrevista o charlar con quien sabe quién con su eterno celular, siempre prendido. Se pondrá una bata de toalla blanca, y se pondrá una toalla en la cabeza, mientras se sienta en el suelo y habla.

Ya no hay música, se acerca el final, la respiración luce tan tranquila como si no hubiera hecho nada, las piernas han lucido tan firmes como de costumbre y agrega que, como mucho, puede subir unos tres kilos desde el pesaje a la noche de la pelea. Ni menciona a Murray, apenas agrega por ahí que "La primera nota que me dio publicidad fue la de Tognetti, y gracias a ella me entrevistó Fantino, y gracias a eso llegué al programa de Tinelli, por eso me conocen todos", dicen. El guerrero de hace unos minutos es ahora un hombre sonriente.

Llegan los hombres del programa de Alejandro Fantino: reflectores, monitores, cables de audio, las mesas se corren, aparece otro decorado y él se va a cambiar, a bañar, a ser otra vez Maravilla, el boxeador mediático capaz de hacer stand ups.

Saluda a todos, sin embargo. "Disculpen, estoy un poco transpirado", dice. Y se va a su cuarto, la música se terminó y cuando nos asomamos al balcón, antes de la despedida, ya no hay sol, y las luces de la ciudad, allá, muy abajo, brillan...