Washington Cucurto 11y

Lo que dicta el corazón

BUENOS AIRES -- Recordando los duros momentos vividos en el capítulo anterior, decidimos parar con el viaje e ir a descansar a Buenos Aires. Pero fue tanta nuestra mala suerte que recalamos en la Reina del Plata, en 1976. ¿Qué hacer?

Cuando el estadio Azteca se detuvo sobre el Kavanagh, más de un turista apuntó sus flashes hacia nosotros que saltamos hacia el vacío y caímos en la terraza del famoso edificio.

Bajamos las escaleras y salimos a la Plaza San Martín que estaba llena de periodistas, reporteros gráficos, fotógrafos mirando el partido de Brasil ante España. Para nosotros, fue uno de los mejores partidos del Mundial, después de la final entre holandeses y argentinos.

¡Volver a Buenos Aires después de semejante recorrida mundial fue lo mejor que podía pasarnos! La calle Florida estaba tan linda como siempre, las mujeres elegantes, cultas y bien vestidas, el olor a carne que salía de los churrasquerías nos recordaba que estábamos en casa.

Sin embargo había una parte oscura en la vida diaria, miedo, terror, una opresión invisible que nos acechaba a cada momento.

Caminábamos con cuidado y nunca nos metíamos por una calle demasiado oscura.

El gran comentario de la gente era el gol increíble que se había perdido el jugador español Cerdeñosa, que en ese partido ante Brasil llevaba puesta la camiseta número 11. Solo, frente al arco, pateó suave, pero se interpuso el brasileño Amaral y salvó el gol en dos ocasiones.

En la calle sentimos la felicidad de la gente, el representativo argentino, con Menotti a la cabeza va superando etapas y se dirige al título.

Ya lo dije, sin embargo, no todo es alegría. En una panadería que tiene televisor cerca de Retiro vemos a un niño solo, mirando la final de la Copa del Mundo. El niño argentino es hincha de Holanda y tiene puesta la camiseta de ese equipo. ¡Qué solo te puede dejar el fútbol a veces! A su alrededor todos gritan el primer gol de Argentina.

Entramos a la panadería mas que nada para acompañar a este niño que se llama Orlando. Holanda pierde y un país entero está de fiesta. Pero un niño está triste.

-¿Por qué sos hincha de Holanda?
-Me gusta como juegan y me gusta el color de su camiseta.

-Pero ¿no deberías alentar por el equipo de tu país? -le preguntamos como tontos.

El niño que es un genio, nos responde:

-No siempre la felicidad de la mayoría es lo correcto. Siento que mi corazón está en Holanda más allá de lo que piensen todos.

Cuando Holanda hizo el gol del empate, confieso que nos dio ganas de gritarlo. Orlando se mordía los labios y apretaba con sus manitos una latita de Coca Cola.

Argentina jugaba mejor, era local y casi imposible que perdiera el partido. Los holandeses leales, amantes del buen fútbol dejarían pasar una oportunidad única para coronarse campeones.

Saludamos a Orlando, nos paramos y nos fuimos. En las afueras de la panadería había demasiados hombres con bigotes vigilando. Además, no queríamos ver la tristeza que iba a causar el fútbol en la vida de un niño que se atrevió a hacer lo que le dictaba su corazón.

(continuará...)

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