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Una mente brillante

No se trata del triple que anotó con sólo 2.9 segundos por jugar en el segundo tiempo suplementario. No se trata, tampoco, de haber entendido que debía abrirse para quedar en soledad cuando la jugada no estaba diseñada para él.

Se trata de lo que ocurrió antes de que lo maravilloso se produzca. El otoño que anticipa la primavera. Manu Ginóbili llevaba 5-19 en tiros de campo antes de su lanzamiento decisivo. Previo a esa situación se había apurado con un tiro de tres puntos de frente al aro con 44 segundos en el reloj, cuando quedaban 11 en la posesión. Una eternidad. Y también había perdido la oportunidad de ganar el juego antes del cierre de tiempo regular, cuando su lanzamiento en suspensión no encontró destino de red.

Y de eso se trata el poder que hace del escolta argentino un jugador diferente. Poderoso. Ginóbili es un maestro del registro interno, definido como el control de todas las acciones que rodean a un partido de básquetbol. Cuándo acelerar, cuándo frenar, cuándo pasar el balón, cuándo atacar por su cuenta. Su fortaleza mental, su concentración obsesiva para romper el orden establecido, lo eleva al pedestal de los grandes.

Ginóbili convierte cada posesión en un partido diferente. Suena absurdo, pero no hay otra forma mejor de explicarlo. Como sucede con Roger Federer en el tenis, cada punto es una aventura diferente. Todo se trata de olvidar lo que pasó segundos antes para afrontar lo que viene. Cada ataque del escolta argentino redime los pecados de la experiencia anterior, los sumerge en un baño cristalino para empezar de nuevo sin carga a cuestas.

Manu tiene una virtud única para un deportista: siempre cree que puede. No importa si el rival es más grande, más joven o más talentoso. Si está jugando en Bahiense del Norte o en la NBA. Ginóbili no entiende de qué se trata el poderío del rival construido a partir de la sugestión. Ni siquiera lo analiza. Avanza, contagia al resto y se motiva cuando le hablan de límites, mientras se encarga, una y otra vez, de correrlos un poco más allá de lo que establecen los parámetros racionales.

Con Tiago Splitter fuera de acción y Tim Duncan entre algodones, Manu tuvo que tomar más determinaciones en el juego. No fue una opción elegida, fue una obligación porque era lo mejor para su equipo. Tony Parker fue el gran factor de la levantada, pero Ginóbili fue quien supo leer nuevamente el punto justo de cocción del juego. La mano izquierda que le permitió al boxeador monocromático golpear a la mandíbula pese a tambalear como nunca antes.

Su confianza para tomar el último tiro es antinatural si se lo compara con el común de los deportistas. Hay que tener en cuenta lo que había sucedido segundos antes. ¿Cómo poner los pensamientos en blanco en el lugar y momento indicado? ¿Cómo eliminar la carga de situaciones pasadas para impulsar el presente y disfrutar el futuro? Mente superior domina a mente inferior.

Según nos comunica el departamento de estadísticas de ESPN, es la segunda vez que Ginóbili anota un tiro decisivo en su carrera de playoffs, en tiempo extra, con cinco segundos o menos en el reloj (el otro partido fue en 2008 ante Suns con 1.8 segundos por jugar en el 2° tiempo extra).

De todos modos, aquí hay que entender un punto clave: no se trata de los números ni de las estadísticas, sino mas bien de las decisiones. Ginóbili jamás será en los Spurs un jugador dominante en números, como pueden ser LeBron James, Kevin Durant o Kobe Bryant en sus equipos. La razón es tan sencilla como difícil de creer: verdaderamente no persigue eso. Es un ganador nato, una persona tan obsesiva con los triunfos que deja de pensar en sí misma para alcanzar la meta. No hablamos de solidaridad, hablamos de una distinta comprensión del producto final. El triunfo grupal es, para Manu, una consecuencia del mérito individual. La suma de las partes hacen al todo. Un pase extra, una defensa a fondo, un bloqueo invisible. Cuestiones del juego que ni siquiera la NBA mide y que confirma el valor de un jugador de estas características en un equipo contendiente.

El escolta argentino, con 35 años, es el espíritu de un equipo que aún lo aprovecha como inyección anímica. El corazón de una maquinaria que brilla desde hace más de una década en el mejor básquetbol del mundo.

Lo de Ginóbili impacta, pero no sorprende. Quien conoce su carrera a fondo, sabe que siempre ha sido igual. Es un jugador que nos engaña en el mejor sentido del juego, porque parece tener menos de lo que tiene en el tanque para acelerar a fondo en la recta final. Lo hizo en serie regular, lo hizo en el arranque de playoffs, y lo hará en cada oportunidad que se le presente a partir de ahora.

Para llegar a Europa, Manu tuvo que romper con el escepticismo de los refutadores del progreso. Para alcanzar la NBA, tuvo que pasar primero por la segunda división de Italia, brillar luego en la Lega y soportar a todos aquellos que veían su salto a la estratósfera del básquetbol como algo imposible. Verán, no es para juzgarlos, eran otros tiempos. En Argentina se entiende a la NBA como AG y DG (antes de Ginóbili y después de Ginóbili), porque fue él, con su determinación extrema, el que pudo sacar con sus manos la espada que dormía en la piedra rocosa para enseñar luego el camino. Y una vez que atravesó el umbral, afinó su música tras soportar un año de adaptación a las órdenes de Gregg Popovich, en un régimen casi militar. Así, en el sacrificio, alcanzó a evolucionar de pichón a águila en sólo un par de años. Y a partir de entonces, hizo escuela para sus compañeros latinoamericanos.

"Pasé de querer transferirlo a otro equipo a querer hacerle el desayuno mañana", dijo el coach Popovich luego del triunfo en el Juego 1 ante Warriors, según recolecta USA Today.

El poder de la mente permite transformar lo posible en inevitable. Quebrar los límites, extender las fronteras, dibujar nuevos trazos a partir de su muñeca izquierda.

Ginóbili lo hizo de nuevo. Un cuento que nace una y otra vez con el poder de los clásicos.

Y que jamás morirá.

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