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La gordita de blanco

Ilustración Sebastián Domenech

NUEVA YORK -- Y ahora queridos lectores gracias al yotibenco volador estamos en Estados Unidos. En otro país, en otro tiempo. ¡La tierra de todos los sueños; las carreteras, los puentes, las grandes estrellas de televisión, las calles de la vieja serie de televisión Fiends!

¡Acá estamos en Nueva York, llena de ñuyorican, boricuas y latinos de todos lados! Corre el año 1994 y el fútbol de a poco, se va popularizando, comienza a tener tantos fanáticos como el beisbol, la NBA y el fútbol americano.

¡Junio de 1994! Atlanta o cualquier otra ciudad de los miles de estados de este país infinito y genial. ¡Estados Unidos de América, el gran monstruo de nuestra modernidad! Nuestro seleccionado dirigido por Basile tiene un equipo de estrellas espectaculares.

Argentina juega un fútbol impresionante. Los brasileños miran con miedo, desde los televisores de sus concentraciones y piensan: "Otra vez vamos a tener que enfrentar a estos monstruos, los mejores de la historia?". Brasil, en Estados Unidos de 1994, no tiene equipo para ganarle al Maradona, Batistuta y Redondo de nuestro seleccionado.

Otra vez estamos en el banco de suplentes, viendo el baile impresionante que Maradona le da a los nigerianos, unos jugadores fuertes, fuera de serie, pero no pueden contra el talento inagotable de Maradona. A punto de terminar el partido, Diego Maradona agarra la pelota en un costado de la cancha y corre como si el partido recién comenzara, demostrando un estado físico asombroso, gambetea a varios gigantes de Nigeria y se dirige hacia el gol. El árbitro sabiamente, marca la finalización del partido.

Basile y compañía saltan al campo, todo es alegría y festejo, Argentina acaba de dar una excelente cátedra de fútbol a un equipo campeón olímpico como el nigeriano que venía con todas las luces encendidas. Diego se las apagó.

¡Estados Unidos de América ama a Diego Maradona! Sin embargo, los brasileños con Bebeto y Romario quieren ser los campeones del Mundo, jugarán una final insípida ante la mediocre Italia de Roberto Baggio que errará el último penal que convertirá a Brasil campeón del Mundo.

No importa. Lo más dramático de este mundial está en los minutos finales del partido ante Nigeria, donde los argentinos festejan a todo lo que da, muy felices. Diego ha resucitado nuevamente y el poder del mundo le tiene miedo.

Corro al medio del campo y estoy muy cerca de Diego que se abraza a los jugadores, a Cani, a Redondo, a Gabriel Batistuta que hizo un golazo.

De pronto veo a una gordita de blanco, rubiecita cara simpaticona que camina hacia Diego. Y Diego sale de la cancha con la gordita de la mano. Va al control antidoping y ya todos sabemos lo que va a pasar.

Trato de separar a Diego de la gordita. Me desespero, le digo que no vaya, que le van a hacer un análisis y le van a cortar las piernas con el resultado.

Diego, sonriente, precioso, tan joven y altlético como siempre, con la cinta de capitán mas gloriosa que nunca me dice:
-Cucurucho, no te hagas problemas, muchacho, no consumí nada. Estoy genial, mejor que nunca. Estoy muy feliz por mi rendimiento y el rendimiento del equipo.
-Diego, estamos para campeones, no vayas...

-No pasa nada, Cucurucho, vivimos otra vez un gran momento histórico, le demostramos al mundo que Argentina tiene los mejores jugadores del Mundo.

La gordita me dice "come on", "come on". Y pienso en decirle que me saque sangre a mí, que no tomo, no chupo, no hago nada, pero que lo deje a Diego en paz.

Mi inglés es fluido, le explico a la gordita que soy argentino, que vengo a resolver un enigma de años. Le digo que soy detective privado y que no toque a Diego Maradona que este hombre es lo más maravilloso que tenemos en mi pequeño país.

No hay caso, Diego se va feliz, explosivo, lleno de color y alegría y ternura. Diego querido, ¡qué grande fuiste y sos!

(continuará...)