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Ensayo sobre la evolución

LeBron James es el jugador más dominante de la tierra. No importa demasiado si Frank Vogel se equivocó al no colocar a Roy Hibbert en cancha en la última posesión del juego, si Paul George no defendió de manera adecuada o si la arremetida del astro de Miami Heat terminó en una bandeja en la más absoluta soledad.

James empezó su recorrido de control mucho antes de la última acción. El tiro decisivo puede haber sido sólo el golpe de gracia para las cámaras, el final de impacto que todo truco necesita para gestar el asombro. Pero lo cierto es que su dominio ya excede los elementos de sorpresa: el alero nacido en Ohio está llevando su básquetbol a un nivel jamás visto antes. Su versatilidad destroza todo lo que se pone enfrente, pero va mucho más allá de su físico incomparable. Haber ganado el título en la temporada pasada le ha quitado una mochila de ladrillos de la espalda que le permite saborear sus actuaciones de otra manera.

LeBron ha desarrollado una mesura que puede conspirar contra la propia competencia, por el grado de dominio que genera con propios y extraños. Derrite y congela los partidos con un chasquido de dedos. No se inmuta. El niño malcriado de los Cavaliers ha muerto para darle nacimiento al superhombre del Heat.

James ha cambiado el modo sufrimiento por el modo relajación, en el buen sentido del término. La tormenta le ha dado lugar a la calma y Erik Spoelstra lo ha ayudado a ser un jugador infinitamente superior a lo que era en tiempos anteriores. Ya no se trata sólo del talento, sino que es el talento puesto en función del equipo. Nunca hubo un jugador más versátil en la historia del básquetbol. Esto no significa que haya sido el mejor -tampoco me interesa entrar en esa discusión inútil- pero sí digo que nadie hizo tanto daño en distintas posiciones del campo como lo está haciendo James.

LeBron juega con la lógica de una muñeca de Mamushka. Se hace grande, se hace chico, se multiplica. Puede jugar en el perímetro o en el poste. Puede disparar como un rayo en el juego de transición, romper en ofensiva estacionada con dribbleo o distribuir el balón entre sus compañeros. Agarra rebotes, asiste, anota puntos. Es un león, una gacela o un elefante, según las circunstancias. Un alfil que puede ser peón, un caballo que puede ser reina. Y en este recorrido sinérgico, multiplataforma, ya no lo hace como antes: pasó de ser un paciente ideal para un psicológo a ser el psicólogo mismo. En vez de romper las paredes, tiene las llaves para abrir las puertas. Un artista que esculpe el mármol, que lo va haciendo de a poco para terminar noche a noche con una obra maestra entre manos.

Los Bulls, con Tom Thibodeau al mando, mostraron un camino para defenderlo y de a ratos dio resultado. Los Pacers intentaron mejorar con sus armas, pero a medida que pasaron los minutos notamos algo escalofriante: James se mejora a sí mismo minuto a minuto. Es un virus resistente que no parece contrarrestarse con ningún medicamento conocido. Uno para todos y todos para todos. Nunca todos para uno. El Heat es el mejor equipo de la NBA por la construcción mental que han desarrollado sus estrellas. Esto es un giro de 180 grados respecto a lo que pensaba el Big Three en el primer abrazo consistente en South Beach.

Es mucho más difícil cerrar doce puertas que una sola. Un ego como el de James merece reconocimiento en la apropiación de una máxima semejante. Su obsesión enfermiza por ganar lo llevo a conquistar uno de sus mayores logros como persona: escuchar. Entender que aún tenía mucho por aprender más allá de las planillas sobrenaturales. Expandir su juego a terrenos inexplorados le permitió ser lo que es hoy.

El departamento de estadísticas de ESPN nos informa que James penetró la llave cinco veces en los primeros tres cuartos, cometiendo dos pérdidas y entregando tres asistencias. En el último cuarto, James se metió en la llave ocho veces, lanzó en cinco y anotó dos veces para pasar arriba en el marcador -incluyendo el tiro ganador- en los últimos 11 segundos del tiempo extra.

LeBron aprendió a ser jugador de básquetbol a las órdenes de Erik Spoelstra. Que se entienda bien este concepto: siempre tuvo un talento descomunal, de hecho es el emblema máximo del básquetbol de híbridos, pero lo cierto es que antes de trabajar con el entrenador de Miami buscaba resolver todo con sus propias manos. No se puede hacer eso en un deporte de equipo. Hoy encuentra los momentos para destrozar al rival con anotaciones, pero antes hace cosas que lo enaltecen: defiende de manera brillante, hace el pase anterior a la asistencia -que no se cuenta en boxscores-, carga al rebote, defiende jugadores internos. Hace lo que un líder debe hacer, con la sapiencia de haber estudiado antes a fondo lo que un líder hace.

LeBron, en definitiva, es capaz hacernos pensar que Chris Andersen puede ser una solución eficiente con el balón en sus manos. Es la herramienta que transforma al Heat en un equipo grande o chico sólo por decisión, no por contextura. Miami juega todas las manos con un joker bajo la manga, con todo lo que eso significa.

La solución de Spoelstra de permitir que Chris Bosh se abra con frecuencia libera la zona pintada y permite el juego de rompimiento y descarga. El Heat anotó 60 puntos en la pintura en el primer juego de la serie ante Indiana, lanzando 72.2% (13-18) en el último cuarto y tiempo extra. Informa ESPN Stats que, en temporada regular, Miami promedió 30.7 puntos en la llave, el mínimo contra cualquier rival de la liga en ese sector.

Esa tranquilidad para buscar a sus compañeros, para no tener que demostrar absolutamente nada a nadie, le ha permitido a James ser un jugador determinante en los cierres. Olvidemos el lugar común que establece que LeBron no aparece en "la chiquita": nadie convirtió más tiros para igualar o pasar al frente en el marcador en los últimos 24 segundos de un juego de playoffs que LeBron (7-16) desde que está en la Liga (2003-04).

Dice ESPN Stats que su porcentaje de 43.8% en esos tiros decisivos es el mejor de la NBA, desde su temporada de novato, entre jugadores que lanzaron al menos diez tiros de este tipo. El promedio de la Liga es de 28.3%. Por citar sólo tres ejemplos: Kobe Bryant (5-17), Dirk Nowitzki (5-12), Kevin Durant (5-12).

Está claro que James fue evolucionando en este aspecto, porque en su construcción como estrella muchas veces perdió la brújula en los últimos cuartos antes de llegar a los tiros decisivos. Pero hoy por hoy su entereza le permite disfrutar de estos momentos como nunca antes. Spoelstra le ha enseñado a atacar siempre el aro, tratando de evitar el exceso de lanzamientos perimetrales. Si llega cerca, son puntos, falta o asistencia. Y en el Juego 1 ante Pacers lo hizo yendo hacia su punto débil, la mano izquierda. Antes tomaba tiros malos de cualquier posición, ahora prefiere pasar el balón antes de ejecutar en sectores de la cancha con bajos porcentajes.

En su costumbre de quebrar marcas, LeBron se convirtió el miércoles en el primer jugador de la historia de la NBA en registrar un triple-doble con lanzamiento ganador en un partido de playoffs.

Con los fanáticos, sucederá lo mismo de siempre: lo quiero mucho, poquito, nada. Los sentimientos son respetables, pero la negación es una cualidad de los necios. James es el jugador más dominante de la tierra, porque así lo demuestra noche a noche. Cuando entendió que el básquetbol es un deporte de conjunto, y que una idea de juego está por encima de cualquier cosa -incluso de él mismo-, el rey dejó de estar desnudo. Los alaridos, entonces, se transformaron en armonía.

Y un día como hoy, en Miami, reinó la felicidad.

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