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Una invasión silenciosa

Luego de un letargo de más de medio siglo, el gigante del Caribe ha despertado y poco a poco reclama su lugar.

Cuando todavía no había lanzado la primera pelota de béisbol en República Dominicana, Venezuela o Puerto Rico, ya un cubano había plantado huella en las incipientes Grandes Ligas, hace casi siglo y medio, allá por el lejano año de 1871.

Fue el habanero Enrique Esteban Bellán, quien jugaba para los Troy Haymakers, quien sembró esa semilla inicial que germinó como fuente inagotable del innegable talento de sus compatriotas.

Y fueron cubanos los que regaron por otras tierras vecinas la pasión de lo que en el Caribe se conoce como "la pelota".

En los albores del siglo XX ya eran habituales las excursiones de equipos de Grandes Ligas a La Habana, para topar y en muchas ocasiones salir derrotados, ante equipos cubanos.

Al mismo tiempo, los cazadores de talento recorrían la isla en busca de posibles fichajes para el mejor béisbol del mundo, que en sus inicios era un club demasiado cerrado y exclusivo, limitado sólo para jugadores de raza blanca.

Mientras persistía la barrera racial, muchos cubanos de piel oscura derrochaban su talento no sólo en su país, sino en otros circuitos extranjeros que si les permitían jugar, como en México y las Ligas Negras de Estados Unidos.

De hecho, fue un cubano y no Jackie Robinson, el primer escogido para intentar desbancar la barrera racial.

Sin embargo, la actitud belicosa de Silvio García hizo que Branch Rickey, gerente de los Dodgers de Brooklyn, se decantara por Robinson, previendo los problemas adicionales que el cubano podría añadir a su ya arriesgada decisión de contratar a un pelotero de raza negra.

Incluso, un mulato o mestizo, Tomás de la Cruz, jugó en las Mayores antes que Robinson, en 1944 con los Rojos de Cincinnati.

Pero llegó el tormentoso año 1959 y los acontecimientos políticos en la isla cerraron de golpe el grifo hasta ese momento inagotable de talento cubano hacia el mejor béisbol del mundo.

Sólo los que ya estaban de este lado del Estrecho de la Florida continuaron sus respectivas carreras y en la medida en que concluían iba languideciendo el nombre de Cuba en las Grandes Ligas.

O estaban también los casos de hombres como José Canseco y Rafael Palmeiro, nacidos allá, pero formados como peloteros en Estados Unidos.

En 1984, como una rareza, apareció Bárbaro Garbey con los Tigres de Detroit, campeones de la Serie Mundial de ese año.

Garbey estaba suspendido de por vida y salió de la isla por el puente marítimo del Mariel, en 1980.

A pesar de ese bloqueo férreo establecido por las autoridades de La Habana, que impidió a varias generaciones brillantísimas de jugadores probarse en las Mayores, aún es Cuba el país latino con más integrantes en el Salón de la Fama de Cooperstown: Atanasio 'Tany' Pérez, Martín Dihigo, José de la Caridad Méndez y Cristóbal Torriente, los tres últimos estelares en las desaparecidas Ligas Negras, cuando todavía existía la barrera racial.

Pero llegó 1991 y el lanzador derecho René Arocha escapó de la selección nacional en una escala en Miami, sin imaginar que, de cierta manera, se estaba convirtiendo en el Jackie Robinson cubano.

Arocha, firmado por los Cardenales de San Luis, rompió una barrera de décadas y marcó un camino que desde entonces han seguido decenas de compatriotas.

Primero fueron los lanzadores quienes más sobresalieron, especialmente los medios hermanos Liván y Orlando 'El Duque' Hernandez.

Pero el espectro ha ido cambiando y ahora son los jugadores de posición los más destacados.

En este mismo momento hay 18 peloteros nacidos en Cuba en las plantillas de Grandes Ligas, de los cuales, diez ocupan posiciones titulares en sus respectivos equipos.

Yasiel Puig (Dodgers), Alexei Ramírez y Dayán Viciedo (Medias Blancas), Kendrys Morales (Marineros), José Iglesias (Medias Rojas), Aroldis Chapman (Rojos), Jose Fernández (Marlins), Leonys Martin (Vigilantes) y Yoenis Céspedes (Atléticos) son figuras fundamentales en sus novenas.

Además, hay otra veintena de cubanoamericanos, muchos de los cuales, en otras circunstancias, es muy probable que hubieran llegado a la vida en la isla.

A eso súmenle alrededor de 25 jóvenes más firmados por las diferentes organizaciones y que luchan en las Menores por subir.

Las cifras podrían parecer pequeñas, si se compara con las cantidades de dominicanos y venezolanos que están ahora mismo dominando entre todos los peloteros foráneos.

Pero los números son más que significativos si se tiene en cuenta que por cinco décadas los peloteros cubanos han sido rehenes de un gobierno que no les permitió decidir su propio destino.

El muro se ha ido agrietando, lo cual ha obligado a las autoridades a modificar su enfoque hacia el que fue una vez desterrado béisbol profesional.

En febrero Cuba se reintegra a las Series del Caribe después de una ausencia de medio siglo y algunos peloteros de la isla han recibido permiso para competir en la liga mexicana, mientras otros esperan el visto bueno para participar en los circuitos de Japón o Taiwán.

Entretanto, las organizaciones de Grandes Ligas se frotan las manos, pues cada vez son más las señales de que estamos a las puertas de una avalancha de talento masivo desde la mayor de Las Antillas.

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