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La delantera perdida

BUENOS AIRES -- River acaba de perder el amistoso ante Central Norte, un rival a todas luces inferior, lo cual, aun en plena pretemporada, activó algunas alarmas.

Habría que decir que, a pesar de la crítica perfeccionista y científica, por llamarla de algún, River no hizo un partido del todo malo y llegó con frecuencia y peligro, sólo que encontró un arquero encendido.

Macaya Márquez, el abanderado del preciosismo, señaló en sus comentarios por televisión los pecados "posicionales" del equipo de Ramón Díaz. Pero la verdad es que, sin el iluminado Di Giorgi, River podría haber ganado sin dañar la justicia deportiva (sabemos que el fútbol no es justo, pero igual se lo exigimos), y hoy estaríamos hablando de un River que se perfila como candidato a lograr el título que se le escapó en el torneo anterior.

Pero estamos hablando, sobre todo porque es un tema con el que Ramón Díaz insiste, de los refuerzos que en apariencia el equipo necesita como el aire. El nuevo cero (engañoso cero, quedó dicho) subrayaría la debilidad ofensiva de River y su urgencia por contar con delanteros consistentes.

Ahora bien, habría que revisar el pasado inmediato para que esta demanda del entrenador no se transforme en una mera excusa prospectiva. Es cierto que alguna incorporación que matice la soledad de Luna no sería improcedente. Pero luego habría que ver cómo se gestiona esa renovación para que efectivamente se convierta en fortaleza.

River tenía cinco delanteros y, por distintos motivos, se quedó con el de menor jerarquía: Luna. A Trezeguet primero lo marginó una lesión y luego el entrenador lo consideró fuera de moda.

Y a Mora, un atacante de un nivel superior al promedio, River lo despilfarró. Ramón lo confinó al banco y al desánimo cuando su aporte debió ser (si el técnico hubiera cumplido con eficiencia su tarea) un factor de triunfo. Ninguno de los nombres que suenan como salvadores (Teo Gutiérrez y Melano) es mejor que Mora.

Por último, a Funes Mori lo destituyó la tribuna y para colmo entró en conflicto con el club, e Iturbe, un proyecto más que interesante, volvió a Porto.

En suma, River ha sido vaciado de atacantes, pero cuando tuvo su quinteto disponible (un potencial envidiable en el fútbol doméstico) no supo sacarle provecho.

Ramón Díaz suplica por delanteros con credenciales acordes a un club grande. Si tales plegarias son atendidas, los dirigentes tendrían que exigir un rendimiento proporcional a la inversión realizada. Cuando un gran jugador no funciona y ninguna formación ofensiva resuelve los problemas, algo de responsabilidad le cabe al entrenador, ¿no?

Más acá de los apellidos rutilantes, ahí están los pibes Andrada, Kaprof y Simeone para cubrir algún día los puestos en los que faltan aspirantes calificados.

Habrá otra selección de juveniles que jueguen en otros sectores del campo y que, en el mediano plazo, deberían asegurarle a River un recambio exitoso. Esa también es tarea de Ramón Díaz.
Porque sentarse en el banco y pedir que compren jugadores lo hace cualquiera.