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La guerra de un hombre calmo

Telam

BUENOS AIRES -- Los tiempos de penuria parecen no acabar para Independiente. Al todavía fresco descenso, se le suma un comienzo de torneo en la B Nacional muy lejano a las expectativas de un grande.

En tres fechas, el equipo de Brindisi aún no ganó. Además, perdió de local con un recién llegado como Brown de Adrogué y acaba de resignar una victoria que se perfilaba segura -también en Avellaneda- frente a Aldosivi.

Está claro que ni el estadio legendario ni la camiseta de connotaciones épicas inspiran respeto adicional. En una categoría pareja y competitiva -el nivel se asemeja al de Primera-, Independiente es uno más. Toda vez que la calidad de su plantel no aventaja al resto.

Montenegro encarna la excepción de jerarquía en un grupo que, seamos francos, no se distingue del que viste los colores, por ejemplo, de Defensa y Justicia.

Está por verse si el público más numeroso y el trato preferencial de parte de la prensa, dos aspectos en los que Independiente sí encabeza la tabla, tienen alguna incidencia en la campaña.

Todo hace pensar que no. Que el único auxilio provendrá de la actitud y destreza de los jugadores. Y, en estas instancias, la serenidad también hace un valioso aporte.

Se dice, quizá con razón, que Independiente, un equipo que todavía renguea anímicamente, deja escapar situaciones favorables o no revierte las que vienen mal barajadas porque cae en la desesperación.

Tal cosa se sostuvo acerca del 2-0 que terminó en 2-2 ante Aldosivi, más allá de los cambios (forzosos o no) que habrían resentido la estructura.

Miguel Brindisi, al margen de sus saberes tácticos, luce como la persona ideal para combatir la desesperación y las miserias que de esa debilidad derivan.

Educado, respetuoso, propenso a la autocrítica sin mella del optimismo y renuente a la demagogia a la que incitan las cámaras, el entrenador es la persona indicada para capear la turbulencia.

Tiene además el mérito de haber puesto el pecho cuando el equipo estaba barranca abajo, condenado al descenso. Lo hizo sin quejarse ni reclamar un mausoleo a su nombre por la inmolación.

Podrá decirse que la experiencia, la madurez, la distancia que proporciona el puesto y las obligaciones de un líder son razones de esta conducta. Aunque existen cientos de ejemplos en contrario, démoslo por válido.

Ahora bien, unos peldaños más arriba, en los escritorios donde la dirigencia trama una estrategia institucional, también son indispensables estos atributos. Y se ve que la comisión directiva de Independiente los echa en falta.

En su momento convocaron de urgencia a Gallego, imbuidos de cierto pensamiento mágico (lo suponían poseedor de alguna fórmula secreta para evitar el descenso). Luego lo hicieron a un lado pues sus dotes de brujo (o de "ganador", es lo mismo) no dieron resultado.

En medio del mar picado, flota el rumor de que a Brindisi, el gran bálsamo durante estos meses dolorosos y de desconcierto, le mostrarían la puerta de salida para llamar a cualquier otro.

Si bien el chisme no ha sido desmentido con la debida firmeza, tampoco se lo puede acatar como cierto. Veremos qué sucede.

La improvisación, el despido histérico de técnicos sin tener plan alternativo y las chapucerías en general son gestos propios de clubes sin trayectoria. Recuperar la grandeza, gran tema que atañe al herido orgullo de Independiente, en parte es tarea de los dirigentes.

A
sí como han tenido el coraje de plantarse ante los mercenarios de la tribuna y se bancaron el descenso, es necesario que envíen señales nítidas de que sus decisiones son previsibles y duraderas. Y de que valoran al personal contratado, sobre todo cuando ha demostrado idoneidad y compromiso. Patear el tablero por un par de malos resultados no es gobernar.