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Se debe someter a evaluación

El comisionado Bud Selig levantó ámpula cuando expuso la propuesta a la prensa en mayo pasado AP Photo/Richard Drew

La NFL es considerada como la personificación de todo lo que es sagrado y brillante en el mundo de los deportes, lo que significa que cualquier cosa que Grandes Ligas realice para emular a la NFL será festejado y honrada. El béisbol podría decidir delinear los jardines con marcajes de yardas y un segmento de la prensa esclavizante asentaría de forma reflexiva con la cabeza, pasándose la mano por el mentón y luego escribiría algo acerca del movimiento del béisbol para desarrollar una estrategia que piense de manera progresista, su disposición para abrazar la tecnología y su deseo refrescante por hacer a un lado sus formas rígidas.

Entonces, el anuncio de Grandes Ligas de que expandirá de forma considerable la repetición para abarcar todo excepto bolas, strikes y -en una tangente extraña- bateadores golpeados, es considerado como uno de los saltos evolucionarios más grandes desde los cascos para batear. Le darán a los mánagers tres retos por partido, uno en las primeras seis entradas y dos en los últimos tres innings, porque cualquiera que haya observado un juego de béisbol sabe que los errores en las marcaciones se congregan al final del partido, como las gaviotas en el AT&T Park.

Oh, pero este es un paso hacia adelante, sin importar las imperfecciones. ¿Por qué? Porque la tecnología existe y la repetición expandida hace un esfuerzo por obtener la marcación correcta. Si ustedes quieren garantizar que la gente concordará con ustedes, solamente digan esas cuatro palabras. Obtengan la marcación correcta. ¿Quién puede discutir contra eso? De entrada la propuesta de Grandes Ligas es terrible. Está destinada a conseguir tres objetivos accidentales: (1) extender los partidos, tanto por el tiempo que toma revisar la jugada y el tiempo que le toma a un mánager decidir si quiere revisar; (2) añadir una capa de responsabilidad clerical al trabajo de un mánager y (3) irritar las sensibilidades frágiles de cada ampáyer.

¿No creen todos que los partidos de béisbol ya son demasiado lentos? ¿No es por eso que todos los niños están jugando baloncesto y videojuegos, y montando sus patinetas por toda la alberca vacía de Walter White? Añadirle seis retos para repetición a un partido Yankees-Medias Rojas y tendríamos una situación de rehenes. Pero los fetichistas de obtén-la-marcación-correcta podrían argumentar de vuelta que una discusión se llevaría más tiempo que seis repeticiones. Seguro, pero entiendan esto: a la gente de hecho le gustan las discusiones. En serio. Les gusta cuando su mánager se enfurece, y lanza su gorra y patea tierra y le grita a Joe West. Eso es divertido, y nadie se ha sentado con un cronómetro en mano y se preguntó cuándo se detendría Ron Gardenhire en su rabieta contra un ampáyer, para que todo mundo pueda volver a observar a Brian Duensing lanzando su curva. Y a veces, créanlo o no, hay estrategia involucrada en la decisión de un mánager para explotar con furia. Ellos salen al campo porque intentan defender a uno de sus muchachos, o para motivar a sus peloteros, o porque quieren volver al vestidor y así ya no tener que ver a sus pequeños equipos miserables arruinar otro partido.

Y aquí tenemos más sacrilegios para ustedes: el peor argumento para la repetición expandida puede ser encontrado en una liga: la NFL. (Oh, vean: acabo de ser impactado por un rayo). El sistema de repetición de la NFL ha creado a un grupo de réferis dudosos y con fobia al compromiso, que se quedan quietos observándose los unos a los otros durante algunos segundos cada que hay una jugada debatible en las diagonales. Ellos esperan que el otro oficial marque la jugada y, justo cuando la cosa comienza a ponerse incómoda, uno de ellos encoje los hombros y luego señala el touchdown, sabiendo que todos los touchdowns son siempre revisados, entonces, ¿a quién le importa?

El punto es este: No tenemos que obtener cada marcación correcta más de lo que los jugadores tienen que fildear cada roletazo en el cuadro, y los mánagers tienen que escribir la alineación perfecta y hacer el llamado correcto al bullpen. El béisbol es un esfuerzo humano, tal y como lo es la vida. Mantengan las repeticiones de cuadrangulares debatibles/batazos que no son cuadrangulares. No hay problema con esto. No es razonable esperar que un ampáyer corra desde segunda base para ver si una pelota bateada pegó en un riel o un muro a 200 pies de distancia. ¿Pero si el ampáyer de primera base se equivoca cuando un corredor venza a un tiro desde las paradas cortas por la longitud de un spike? Difícil. Vivan con eso. Inténtenlo, ninguna liga deportiva puede legislarse hasta llegar a un estado alegre libre de errores.

Y no se quejen por ser un aficionado de los Cardenales, y por Don Denkinger y por el curso de la historia, y la sufrida lealtad de su padre hacia un equipo que pudo haberlo hecho feliz una última vez si Satanás no hubiera secuestrado los ojos de Denkinger. A menos que hayan jugado en el equipo y les hubieran arrebatado su parte de dinero por ganar la Serie Mundial, maduren y sigan adelante. ¿Su vida sería considerablemente diferente si una cámara hubiera sido capaz de revertir la marcación? Probablemente no. Además, ahora tienen una excusa.

Aquí hay una idea evolucionada y con pensamiento progresista para Joe Torre y Tony La Russa: lidien con los ampáyers problemáticos. Exijan cursos de control de la ira para aquellos que lo requieran. Enséñenles cómo lidiar con la gente de una forma que no sea entrometida. Integren un grupo de actuación en el receso de temporada para aquellos que sientan la necesidad de ser el centro de atención.

La calidad del arbitraje empeora, y no tienen nada qué ver con los errores en la marcación mezclados con la disponibilidad de cámaras en alta definición. El deporte sería un mejor lugar si los ampáyers dejaran de quitarse sus caretas y cazaran a los peloteros por todo el campo, retándolos para que les digan algo y así puedan expulsarlos.

Hay mucho más involucrado con obtener la marcación correcta que permitir a un mánager ondear un pañuelo tres veces en un partido -dos en las últimas tres entradas, cuando cada partido está decidido- para comprobar si el segunda base estaba sobre la almohadilla o solamente cerca de la misma.