Carlos Irusta 11y

Demasiado fácil

BUENOS AIRES -- Los viejos cronistas, cuando una pelea era demasiado fácil para un boxeador, solían decir que fue "un entrenamiento en público". No se ajusta demasiado la imagen a lo ocurrido el sábado en Trelew, porque seguramente Omar Narváez recibe más castigo en un entrenamiento del que pudo propinarle su rival, el japonés Hiroyuki Hisataka.

Es cierto que Narváez (40-1-2, 21 KO) suele minimizar a sus rivales, pero en este caso, el japonés vino a la Argentina con antecedentes muy frágiles; este fue su cuarto intento por una corona mundial y ahora suma 22 ganadas con 10 KO, y, ahora 11 derrotas y 1 empate. Ubicado 15to en el ranking mundial, no parecía una amenaza demasiada seria para el argentino quien, a los 38, manifestó que "me gustaría seguir peleando para siempre, no quiero dejar de ser boxeador". El japonés, de 28 años, no lo puso en peligro en ningún asalto.

La pelea, que se efectuó en el Gimnasio Municipal de Trelew, marcó el regreso ded Narváez luego de 6 años, a su tierra natal, en su combate mundialista número 27 y en su octava defensa de la corona supermosca de la WBO. Ya desde el primer round se notó la diferencia de calidad, porque Narváez, quien habitualmente asume sus combates con cierta cautela, salió decidido a tomar la iniciativa, lanzando a fondo su izquierda en directo y cross. El retador, más alto que el campeón, no logró establecer una distancia que le fuera cómoda, porque siempre debió trabajar subordinado a los mandatos de Narváez.

Desde ese primer asalto, hasta el final, fue un concierto de golpes por parte del campeón. Punteando con la derecha –su golpe más flojo teniendo en cuenta que es zurdo-, anticipando con la izquierda… combinando la izquierda al cuerpo y a la cabeza… apoyando al rival contra las sogas, y golpeándolo a los flancos con ambas manos… lanzando uppercuts de corto recorrido… Fue, por cierto, un combate demasiado fácil para el argentino, quien ganó todos los asaltos.

El retador apeló, como recurso, a salir tirando golpes desde todos los ángulos a partir del asalto número siete, pero fue inútil cualquier esfuerzo, porque lograba mantener el ritmo apenas por medio minuto. Narváez, cuya defensa suele ser casi impenetrable, lo dejaba avanzar y descargar para luego pasar a la contraofensiva.

La pelea dejó de ser tal y finalmente, en el décimo asalto, el referí panameño Julio César Alvarado debió detenerla, ya que el japonés –que en el noveno había pasado a ser un punching ball humano, sin reacción alguna- ya no podía más. No sufrió ni siquiera una cuenta el retador. No cayó en ningún momento, pero fue tal el castigo que debió haber sido detenida antes, ya que no tenía sentido ni razón de ser.

De más está decir que, con oponentes como éste, Narváez podrá seguir reinando todo lo que quiera, porque fue poco, casi nada, lo que aportó su desafiante. Narváez volvió a hablar de tener mayores desafíos en el futuro, pero hasta ahora ninguno se concreta. Seguramente viajará a Japón, toda vez que la WBO ha sido ahora reconocida en ese país y quizás eso implique un riesgo que, este sábado, no existió.

Y así pasó una noche más de Narváez, en donde puso a la muestra todo su rico boxeo y su enorme repertorio, pero que, ante la poca calidad del rival, terminó siendo demasiado fácil, demasiado sencillo y casi hasta monótono. Se cansó de pegar ante un boxeador monocorde, sin recursos, cuyo mérito más importante fue resistir estoicamente el castigo. Ganó Narváez, si, en una victoria que muy poco agrega a su extenso record.

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