Bruno Altieri 11y

La generación dorada

Muchas historias, cuando se escriben de adelante hacia atrás, empiezan a entenderse por las fotografías. En esta colección de hechos sin precedentes para el básquetbol argentino, hay una que ilustra a fondo lo que fue este equipo para el deporte doméstico y mundial.

La gala de premiación en Atenas 2004, con la bandera argentina en lo más alto -relegando a la de Estados Unidos un par de escalones por debajo- significó la confirmación de un grupo de jugadores que, nacidos basquetbolísticamente décadas atrás, se encargaron de romper los moldes para construir un nuevo mapa deportivo a lo largo y a lo ancho del mundo.

Han pasado nueve años de ese hecho, pero sin embargo la llama sigue tan encendida como el primer día.

Para entender esta historia hay que retroceder algunos casilleros. Y revivir algunas proezas, como por ejemplo el mito del Dream Team -surgido en Barcelona 1992-, derrumbado dos veces por Argentina en una década. Primero fue en su propia casa, Indianápolis, cuando el equipo dirigido por Rubén Magnano venció por 87-80 en el Mundial de mayores (fue la primera caída en 59 presentaciones de los profesionales de EE.UU en el mundo FIBA) y luego en Atenas 2004, cuando volvió a triunfar por 89-81.

Dos jornadas tan inolvidables como infrecuentes. Una caída del sueño americano puede sonar a mala noche, pero dos en un plazo de tiempo tan corto -sólo dos años de diferencia- llevaron a pensar que Argentina había encontrado la llave para abrir la caja blindada que se le negaba al mundo.

"Yo creo que la generación nuestra, la camada del 76/77, empieza con un protagonista muy importante que pocos reconocen al día de la fecha, y es Guillermo Vecchio. Es una persona que ha quedado un poco en el olvido, supongo que por errores de manejo que le trajeron problemas con la prensa y con algunos jugadores. Pero yo creo que él es quien encuentra un grupo de jugadores jóvenes con talento y cambia por completo la mentalidad de este grupo. Pasa a hablarnos de poder ganar campeonatos, de sacrificio, de NBA, de jugar en Europa. En otras palabras, nos hace creer que es posible, que hay chances de algo más. Recuerdo que a él en su momento lo tacharon de loco porque hablaba de podios y hoy por hoy no escucho mucha gente que esté diciendo que tenía razón. Al fin y al cabo él es quien nos recluta en cadetes y juveniles, forma el núcleo grande de esta generación y luego suma algunos jugadores como Montecchia, Sconochini (Hugo) y Wolkowyski (Rubén)", señaló Pepe Sánchez, base titular del equipo campeón olímpico, al ser consultado por el origen de esta selección única e irrepetible.

No existe una fecha de corte para saber cuándo nació exactamente este equipo, porque muchos hablan del despertar del gigante en el Premundial de Neuquén 2001, con un título ganado sin perder partidos. Pero sí se puede decir qué tenía de diferente respecto a los demás. Tenían la fisonomía de un plantel europeo, con mucha rotación y mucha actividad defensiva. El juego sin pelota fue la gran diferencia respecto a equipos anteriores, porque se comenzó a entender que a partir de la construcción de la muralla luego se iba a desprender el ataque como una cuestión natural, como un organismo vivo que reacciona a los impulsos lógicos de la naturaleza.

El cambio físico de los jugadores fue un factor determinante. En décadas anteriores, los seleccionados europeos -ni hablar los estadounidenses- habían aplicado a rajatabla conceptos que nacían con el profesional: entrenamientos duros, trabajos de gimnasio aplicados a conciencia con ejercicios de básquetbol y seguimiento individualizado.

El básquetbol argentino comenzó a ejercer esos cambios a partir de la Liga Nacional creada por León Najnudel. La competencia, de todos modos, vio sus frutos terminados en la selección nacional compuesta por este grupo de jugadores, muchos de ellos ya asentados en los primeros planos del básquetbol mundial, a nivel clubes, cuando llegó el momento de la competencia en Atenas.

Luego del subcampeonato en Indianápolis -perdido a manos de Serbia, con la recordada controversia surgida de la mano de los árbitros en un desenlace imposible de olvidar-, Argentina enfocó su mirada en los JJOO 2004.

El conjunto albiceleste logró la plaza olímpica en el Preolímpico de Puerto Rico 2003 y a partir de ese momento todo parecía indicar que se podía hacer un papel interesante en Atenas. Pero la preparación en Córdoba, para el Súper 4, hizo despertar algunas dudas: Manu Ginóbili, recién llegado de los San Antonio Spurs tras su paso por NBA, se paseaba con guardaespaldas y era una fiebre en su propio país; Walter Herrmann había sufrido la peor noticia de su vida con la muerte de su padre, víctima de un ataque cardíaco -un año antes, el mismo día, falleció su novia, su hermana y su madre en un accidente-, y el resto de los jugadores no estaban del todo bien desde un punto de vista físico. Rubén Magnano, el conductor del equipo, sabía que tenía que acomodar algunas armas para llegar con todo a la competencia olímpica.

El nivel de Argentina en aquel entonces había sido absurdo: en el Súper 4 jugaron Venezuela, Brasil, Argentina... y terminó ganando la selección B de España, conducida por Moncho Monsalve.

Argentina integró el grupo A -denominado por la prensa especializada como la zona de la muerte, ya que cuatro de los seis equipos estaban en condiciones de pelear por una medalla- junto a China, España, Italia y Serbia y Montenegro.

Quizás el arranque de ese torneo fue simbólico: Argentina venció a Serbia 83-82, en el último segundo, con un doble de Manu Ginóbili tras asistencia de Alejandro Montecchia, reeditando lo que había sido la fatídica final del Mundial dos años antes. Ese partido fue bisagra: si Argentina perdía en la jornada inaugural, no sólo hubiese complicado su clasificación, sino que Serbia, uno de los rivales más temidos del torneo, hubiese sido mucho más peligroso de lo que finalmente fue.

En la segunda jornada, el equipo de Rubén Magnano cayó ante España 87-76 (con Pau Gasol y Juan Carlos Navarro en plano protagonista) y luego venció en la tercera a China por un claro 82-57 y en la cuarta a Nueva Zelanda por 98-94, confirmando su clasificación a la segunda ronda. En el cierre de la jornada de grupos, Italia derrotó a Argentina por 75-74, en lo que sería un anticipo de la definición del campeonato.

En esta clase de torneos, a diferencia de lo que puede darse en un Mundial, los grupos son tan importantes como las series definitorias, porque las posiciones definen enfrentamientos contra rivales que pueden ser letales antes de jugar.

LA RUTA DE LA SEGUNDA RONDA
Argentina, al perder frente a Italia en la jornada de cierre de la Zona A, se había cavado su propia fosa: enfrentaría al local Grecia en cuartos de final, y en caso de ganar -ya se veía difícil-, enfrentaría al poderoso Dream Team en la revancha de Indianápolis.

No fue nada fácil el triunfo ante Grecia. El equipo argentino, tras un primer cuarto parejo, sufrió un parcial de 14-0 en el segundo y terminó cerrando la primera mitad seis puntos abajo (29-35). Fue increíblemente emotiva la segunda mitad, ya que Walter Herrmann, disparado desde el banco, saltó para sustituir a Andrés Nocioni, quien había caído en problemas de faltas, y terminó siendo crucial en el triunfo. Su aporte, más el protagonismo de Luis Scola en el cierre, le permitieron a Argentina ganar 69-64 ante los helenos en su propia casa.

La profundidad de la rotación, los gritos de aliento desde el banco, sin distinción de titulares y suplentes, mostraron que Argentina estaba preparada para algo grande. Y lo mejor estaba por venir.

LA CAÍDA DEL SUEÑO AMERICANO 2
Es difícil vencer a Estados Unidos una vez. Pero hacerlo dos veces, tiene sabor a imposible.

Argentina lo consiguió con una fórmula repetida dos años atrás. Es cierto que Estados Unidos venía golpeado en este torneo tras perder ante Puerto Rico y Lituania, pero había destrozado a España -el equipo sensación- en la instancia anterior, y parecía que estaba listo para conseguir el oro y recuperar la hegemonía estadounidense perdida en Indianápolis.

Argentina hizo el partido perfecto esa noche. De la mano de un iluminado Pepe Sánchez en el traslado -manejando los tiempos y llevando a Estados Unidos a la desesperación por jugar a un ritmo mucho más lento de lo habitual, sin la energía eléctrica de la transición- y de Manu Ginóbili en el plano anotador (cerró con 29 unidades), el equipo de Magnano entendió que podía ser posible.

Pero, como siempre, fue un notable trabajo en equipo, en los dos costados de la cancha. Máxima concentración, aportes de Scola, Nocioni y Montecchia, defensa con dientes apretados y enfoque. Esas fueron las claves. Sólo Tim Duncan parecía entender dónde estaba el camino para los de Larry Brown, que caían en los arrebatos de Stephon Marbury y Allen Iverson, quienes pretendieron ganar con talento un juego basado en la inteligencia.

En el tercer cuarto, Argentina llegó a sacar 16 de ventaja (58-42) y, pese a la magnitud del rival, la ilusión empezó a ser real. Sánchez hizo los minutos pesados, y pese a una recuperación de 9-0 de los estadounidenses, la sobrecarga de faltas de Duncan hizo insostenible el regreso. Argentina ganó 89-81 y evitó la cuarta corona consecutiva de los estadounidenses en los Juegos Olímpicos.

Hasta entonces, habían ganado todos los torneos olímpicos desde que se aceptaron profesionales (Barcelona 1992, Atlanta 1996 y Sidney 2000).

"Los tiempos han cambiado, a ellos los conocés y sabés que un triunfo no es algo inalcanzable como era, por ahí, hace doce años. Por eso digo que esta vez no vinimos a perder por poco. Vinimos a ganar el partido, sabiendo qué teníamos que hacer y por suerte lo hicimos bien", dijo Manu al cierre del juego.

EL DÍA QUE ARGENTINA FUE DORADA
Argentina volvió a enfrentarse a Italia en el cierre del torneo, luego de que los azzurros venciesen a Lituania, favorito europeo, en la otra semifinal.

Sin embargo, el equipo albiceleste, cargado de motivación luego del extraordinario triunfo ante EE.UU, no pudo contar con Fabricio Oberto: el centro de Las Varillas sufrió una fractura en una de sus manos ante los estadounidenses y tuvo que mirar la definición desde afuera.

Scola fue el gran jugador de la final. No sólo concluyó su planilla con 25 puntos, sino que anotó nueve puntos seguidos en el tercer cuarto, cuando la cosa iba punto a punto, para que Argentina despegue en el marcador 60-54, habiendo cerrado el primer tiempo dos puntos abajo (41-43).

En el último cuarto, Italia, gracias a su poderío ofensivo, llegó a ponerse dos puntos por detrás en el marcador (71-69), pero Scola, Wolkowyski y, principalmente, Montecchia, autor de dos triples, empujaron a Argentina a cerrar el marcador 84-69 para quedarse con el oro.

La sinergia entre compañeros, la solidaridad, la profundidad de variantes y el espíritu de conjunto fueron los valores que hicieron que este equipo sea el mejor conjunto de la historia del deporte argentino.

"No puedo entender la dimensión de este logro", aseguró Scola. "Es increíble, no puedo parar de festejar".

A partir de Atenas, la mística de este grupo se desparramó como un virus contagioso en los torneos posteriores. Fue una década cargada de éxitos y títulos a lo largo y ancho del mundo.

54 años después del campeonato mundial obtenido en el Luna Park, el básquetbol argentino había vuelto a encontrar su gran historia. Esta vez, fue en los Juegos Olímpicos, donde sólo otros tres países, en la historia, alcanzaron un logro semejante: Estados Unidos, Rusia y la desaparecida Yugoslavia.

Se cumplen nueve años. Sobran los motivos para inflar el pecho y volver a celebrarlo.

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