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Alemania sorprendió a Holanda

Así cubrió la gran final de la Copa del Mundo 1974 el diario español La Vanguardia Diario La Vanguardia

MUNICH -- Uno tras otro, la final del Mundial ha hecho añicos todos los pronósticos que el corazón o la razón, el entusiasmo o el interés, habían osado aventurar. Ni uno solo, en efecto, han quedado en pie después del partido. Ni uno solo se ha salvado de la quema de esta lección de soberana rebeldía a todas las predicciones y de independencia de todos los convencionalismos que ha dado el fútbol. Ni siquiera el del tiempo, que los metereólogos prometían soleado, y ha sido hoy, fiesta de San Fermín, nublado, ventoso y fresco.

El pronóstico unánime, el de la crítica, el de la calle, el de los técnicos, sin olvidar el de la «cátedra», ni el de los propios alemanes que al fin se habían contagiado del consenso general y aceptaban, entre conformistas y entristecidos, una derrota que parecía inevitable, se ha hundido de manera estrepitosa esta tarde en el estadio olímpico de Munich.

A nadie le será ahora demasiado fácil justificar su equivocación como no sea confesando su ofuscación. Les dije en mi último comentario que los holandeses estaban seguros de ganar, pero que los alemanes estaban decididos a ganar. Con este matiz, con esta sutil distinción quise expresar el fundamento de una posible victoria alemana. Porque el equipo de Alemania Federal ha ganado el Mundial 74 venciendo al de Holanda por 2 a 1 gracias a su inquebrantable decisión. ¡Y en qué circunstancias, Señor!

DOS PESOS, DOS MEDIDAS
Comparada con la vida de Henry Kissinger, los dos millones de pesetas que cuesta la Copa del Mundo no valen nada. O, por lo menos eso es lo que parece significar la diferencia de protección con que ambos, el político americano y el trofeo de oro, con una diferencia de media hora escasa, en primer lugar la copa, han llegado esta tarde a la puerta principal del estadio olímpico.

La Copa, por la que ardorosamente han peleado los mejores equipos de fútbol del mundo y finalmente esas dos extraordinarias Selecciones que son las de Alemania Federal y Holanda, apenas si se ha hecho notar sino porque era transportada en una furgoneta verdosa, sin más recibimiento que algunos aplausos de los pocos espectadores que el tupido cedazo de la policía había dejado llegar hasta la entrada de honor del estadio. Un funcionario uniformado la ha sacado del vehículo en un estuche parecido si de los relicarios de Espafia, ha entrado con él en el estadio y poco después ha salido sin su valiosa carga.

Eso fue todo. La llegada de Kissinger ha sido precedida, en cambio, por un momento de viva expectación al acercarse su automóvil blindado flanqueado por un enjambre de docenas de policías, con las metralletas dispuestas para hacer fuego. Junto a mí, unas mujeres temblaban, pero no vayan ustedes a creer que asustadas, sino de frío. Eran las componentes de uno de los coros que iban a actuar en el espectáculo inaugural, vestían ligeros trajes de un color rojo de fuego, y el tiempo era desapacible.

ESPÍRITU Y EMOCIÓN DE LA SOLIDARIDAD
Por encima de la ancha alfombra tendida ante las gradas de la entrada de invitados, ha pasado esta tarde la flor y nata de la vida política, social y deportiva de medio mundo y, como se dice en las crónicas de sociedad, sería imposible evitar omisiones lamentables si se quisiera citar todas las personalidades que asistieron al partido.

La puntualidad ha sido absoluta y aunque el espectáculo daba comienzo a las tres de la tarde y el encuentro a las cuatro, a los das en punto ha llegado el arbitro del esperado choque, el inglés John Keith Taylor (44 años, 1,85 de estatura, carnicero de profesión, 23 veces internacional, y que no habla más que inglés, naturalmente), cuya designación tanto ha molestado a su compatriota -¿o los escoceses no son compatriotas de los ingleses?- Bob Davidson. Le acompañaban los liniers, el uruguayo Barreta y el mejicano González, y el arbitro suplente Karoly Palotai, húngaro.

A continuación de los arbitros, fueron llegando numerosas personalidades que se disponían a compartir durante dos horas las palpitaciones de unos corazones sencillos -los del pueblo de todos los países del mundo- al ritmo de las emociones que todos nos disponíamos a vivir durante la tarde. Y ciertamente que, para empezar, la actuación de orquestas, bandas y coros, con una suntuosidad, coreografía y disciplina como sólo saben desplegar los alemanes, había de dejar en todos una impresión imborrable. Eran canciones de todo el mundo coreadas fervorosamente por hinchas de todo e! mundo, convocados por el embrujo del fútbol. Tenían razón quienes se apresuraron por llegar con tiempo al estadio.

SORTEO DE LUJO CON MONEDA DE ORO
Con precisión cronométrica, las 1.500 voces de los coros enmudecieron entre atronadores aplausos a las 15,37, minuto fijado para lo que podría considerarse como el cambio de suerte. Ha finalizado la parte folklórica de la reunión, para dar comienzo los prolegómenos del acontecimiento deportivo.

Los equipos participantes desfilan representados simbólicamente por los autobuses que han estado a su servicio durante el Mundial. Cada uno llevaba pintado con grandes letras en sus costados el nombre del país respectivo y en la portezuela una muchacha con.el traje típico correspondiente. En ellos suben los niños de los coros que han actuado, mientras en las gradas 80.000 espectadores aplauden, gritan, cantan y flamean banderas, en su mayor parte alemanas sin que falten, aunque en notoria minoría, las holandesas. Los alemanes se han asegurado una primera ventaja -¿será la única?-, la de la superioridad en las gradas.

Los minutos transcurren en medio de una tensión emocional que va en aumento. A las 15.47, Sir Stanley Rous, presidente honorario de la FIFA, el Dr. Hermann Gosmann, presidente de la Federación Alemana, y el Dr. Mermann Neuberger, presidente del Comité organizador, ocupan un podio ante la tribuna, pronunciando discursos alusivos el doctor Gorman y Sir Stanley. Este, a sus cerca de 80 años, termina haciendo votos por el Mundial de Argentina en 1978.

Quienes se hacen esperar por encima del horario establecido son los jugadores -¿era inevitable?-, pues salen al campo cinco minutos más tarde de lo previsto. Son casi las cuatro menos cinco. Como les anticipé ayer, los lesionados están todos recuperados y figuran en las alineaciones iniciales. Suenan los himnos nacionales de los contendientes. Y el Príncipe Bernardo de Holanda y Sir Stanley Rous entregan al arbitro una moneda de oro del «World Wildlife Found». Con esta moneda, Mr. Taylor sorteó el campo. Como puede verse, un sorteo de lujo con moneda de oro.

DE PRONTO, SENSACIONAL GOLPE DE TEATRO
Un fallo -¡oh!- de la organización alemana retrasa unos minutos más el comienzo del partido. Se han olvidado de colocar los banderines de los córners. Subsanada la deficiencia, Cruyff da la primera patada al balón. Le devuelven la pelota y avanza, avanza, avanza, y se mete dos palmos en el área de penal. Y, entonces, un goípe de teatro increíble e inesperado, Hoeness le derriba y el arbitro no duda en castigar a Alemania a los 50 segundos de juego, en una final del Campeonato del Mundo, ante 80.000 espectadores, con un penal que hiela la sangre en las venas de los alemanes.

Neeskens, con su endemoniada inexorabilidad, bate a Maier. El primer pronóstico que señalaba a Müller o Cruyff como los jugadores con mayores porcentajes para marcar el primer gol, ha fallado. ¿Es posible imaginar una situación más trágica? Todas las esperanzas -¿locas esperanzas?- de millones de alemanes, comprometidas al minuto de juego de la excitante final.

¿Será capaz de reaccionar el equipo germano? De que lo consiga depende, en primer lugar, la demostración de su grandeza como aspirante al título, y en segundo término, la posibilidad lejana pero todavía no imposible de que sea campeón del mundo.

El partido puede haber terminado, pero también puede comenzar de nuevo precisamente ahora, al minuto de juego con 1 a 0 en contra de Alemania. Estos son los términos del dilema. Pronto veremos que los grandes equipos no lo son de boquilla y que las famas no se ganan por carambola. El partido, la gran final que todos esperábamos, no ha hecho más que empezar.

EMPATE ALEMÁN CON OTRO PENAL
El equipo alemán, que no se ha hundido, serena sus nervios, capea el temporal y comienza a lanzar su ofensiva. Y sólo quien padece el acoso de los alemanes puede saber cómo es. En media hora de presión, sólo interrumpida por los contraataques holandeses, los alemanes fuerzan siete saques de esquina, Breitner pone en apuros a Jongblond a los 8 minutos, Müller, que está buscando el penal porque sabe que el arbitro no lo va a escatimar, se pelea con los defensas contrarios y Haan le da un puñetazo, y a los 25, Holzenbein es zancadilleado dentro del área por Jansen y el penal desde el penal contra Alemania, un penal a Holanda era una jugada cantada- lo tira Breitner engañando al portero y empatando a un gol.

Después, Vogts y Hoenes desaprovechan espléndidas oportunidades y Beckenbauer obliga a Jongbloed a ceder córner, mientras los holandeses, que se han defendido como han podido del agobio alemán, tienen una ocasión al encontrarse Cruyff y Resenbrink frente a Beckenbauer, repeliendo el portero en una salida desesperada el disparo raso de Resenbrink. Ha sido una gran ocasión, para los holandeses, a los 37 minutos, y a Resenbrink resentido de su pasada lesión le costará la sustitución en la segunda parte.

GOL DECISIVO DE MULLER
Pero todavía faltaba la culminación del titánico esfuerzo que estaba desarrollando el equipo alemán. Los ataques se suceden con una velocidad y una profundidad asfixiantes. Los hombres del centro del campo, empujados por Beckenbauer y coordinados allí por Overath, están superando a los holandeses, en cuyo conjunto las famosas individualidades, que otros días han hecho irresistible a su equipo, están ahogadas en el duro forcejeo y el impecable marcaje a que les tiene sometidos el rival alemán. Ni Cruyff, ni Jansen ni Van Hanegem, ni Neeskens lucen como otras veces. Les superan Overath, Bonhof, Hoennes, Breitner, Vogts.

Grabowski avanza por la derecha y lanza a Bonhof por la misma banda, centra Bonhof y Müiler, aunque se embarulla luchando con los defensas, logra tirar raso y batir a Jongbloed. 2 a 1 a favor de Alemania Federal a los 43 minutos de la primera parte es un resultado en el justo momento psicológico. El gol de Müller no es el único del partido, como él quería, pero sí será el decisivo. Su deseo se ha cumplido a medias, pero no creo que Müller se lo reproche. Ha sido un gol decisivo.

Córner holandés en el último minuto en el que Maier vacila, pierde la pelota, pero evita al fin que se apodere de ella un contrario. El arbitro descuenta 20 segundos y señala el final de este primer tiempo que ha comenzado con un hecho sensacional -el penal a Alemania- y termina con el resultado vuelto al revés por el tesón de los alemanes.

OTRO GRAN EQUIPO EL VENCIDO
Hasta aquí, espoleado por la banderilla de fuego del gol de le penal, no hemos visto más que a los alemanes. La segunda parte, después de un cabezazo de Bonhof que deja clavado al portero, estaba destinada, bajo la necesidad acuciante de atacar para marcar, a ver de lo que son capaces los holandeses en una situación desfavorable. La exhibición de fuerza y ambición ha sido extraordinaria y admirable.

Con todos sus hombres avalanzados -a veces hasta imprudentemente-, los holandeses, que ahora juegan con Van de Kérkhof en lugar de Rensenbrink en la delantera, han puesto cerco al reducto alemán de manera que parecía imposible que se salvase. Los alemanes, por su parte, han confiado ciegamente en su capacidad y poderío defensivo, y en la sobresaliente forma de su portero Maier, hasta un punto que parecía suicida. La presión holandesa con Cruyff pasando de delantero a medio y hasta a defensa cuando hacía falta, con cuatro hombres en el ataque, apretando, empujando, debatiéndose, peleando con todas sus fuerzas, han sido un espectáculo impresionante.

Ocho córners han lanzado los holandeses en esta parte. La pelota ha alcanzado en varias ocasiones la puerta de Maier con la amenaza de gol casi inevitable. Bonhof ha salvado en la linea un cabezazo de Cruyff a los 6 minutos y uno de Van Hanegem lo ha parado el portero. A los 23 minutos, Rijsberger, lesionado, es sustituido por De Jong.

DRAMÁTICO, TITÁNICO, ESTÉRIL ESFUERZO
Después de una pausa, en la que los holandeses parecen desanimados, pero lo intentan todo, Holanda se dispone a realizar un esfuerzo supremo para igualar. Y, en efecto, entre los 25 y los 36 minutos, parece que una ola de fuego se abate sobre la puerta alemana. El balón apenas sale de su área defensiva. Cruyff tira a bocajarro y repele Maier, De Jong y Rep prueban suerte y el portero neutraliza sus disparos, Suurbier lanza un centro-tiro que pasa ante la puerta y sale rozando el palo, insiste Rep, la emoción es asfixiante, y los alemanes no pasan de lá mitad del campo.

Por fin, los holandeses dan muestras de desaliento, parecen mortalmente fatigados y aflojan el dogal. Entonces los alemanes lanzan sus últimos y poderosos ataques, como esos soldados que tras un terrible bombardeo de aviación y artillería sobre sus trincheras salen de ellas y embisten a la bayoneta a sus enemigos atacantes y los repelen. En los últimos minutos, el partido es definitivamente alemán. Y el arbitro se traga un penal de Jansen. 45 minutos y 15 segundos y Mr. Taylor pita el final. El delirio.

Aplausos, abrazos y banderas. Los holandeses cabizbajos, decepcionados, desilusionados desaparecen. Nadie les presta atención. El estadio es para los vencedores. Para ellos, todo. Siempre ha sido así. Con la copa, que acaban de recibir de manos del presidente de la República Federal de Alemania, herr Waiter Scheel, los jugadores campeones dan la vuelta de honor.

Su fortaleza, su poderío -no cambiaron un solo hombre en todo el partido-, su titánico esfuerzo, frente a un adversario de calidad y codicioso, pero menos experto y menos resistente, que se ha opuesto con una dramática y estéril lucha, les ha dado el campeonato del mundo en las condiciones más extraordinariamente difíciles que pudieran imaginarse, levantando limpiamente el resultado tras un penal (justo) a los 50 segundos de juego.


*Publicado en el diario La Vanguardia de España del martes 9 de julio de 1974.