<
>

El dicho y los hechos

Ramón es, sobre todo, un hábil declarante Fotobaires.com

BUENOS AIRES -- En un extremo está, digamos, Miguel Ángel Russo, entrenador que concede la proximidad de los micrófonos, pero que jamás filtra una opinión. Todas sus contestaciones suenan a parodia; la inanidad de sus frases parece estudiada.

"Son decisiones que uno debe tomar", dice Russo, pero jamás ejemplifica. Jamás dice cuáles son esas decisiones. Es como si, interrogado sobre su rol como DT en Rosario Central, respondiera: "Y... es un trabajo que uno tiene". El hombre ha hecho un arte de la evasión, un milagro de la retórica que se merece un estudio detallado.

Ante semejante panorama, no queda más remedio que evaluarlo, que descifrar sus intenciones, a través del obrar de su equipo. Deduzco que es lo que Russo prefiere.

En el otro rincón está Ramón Díaz, un personaje del show. Un hábil declarante, un pícaro que sazona la vigilia de los partidos con alguna chicana bien calibrada, de modo que nadie se ofenda, que nadie confunda la ironía con agresión.

Los cronistas que frecuentan los entrenamientos y los corredores de los estadios lo adoran. Sus salidas abastecen las mesas de discusión y "análisis".

El riojano también abunda en expresiones laudatorias sobre River. Su grandeza, su historia, sus méritos deportivos. No es un gran orador, pero, como en sus tiempos de futbolista, conoce las sentencias eficaces, aquellas que lo ratifican como un hijo dilecto del club. Siempre el más indicado para conducir al equipo, el máximo experto en genética riverplatense.

Su protagonismo tiene, en tiempos de vacas flacas como el presente, un efecto benéfico. El DT concentra la atención y libera a los jugadores.

Claro que Ramón, hueso duro para criticar en primera persona, ha optado por no hablar más de fútbol. Salvo las generalidades acerca del linaje riverplatense (que ha esgrimido en forma más que inoportuna luego de perder ante Boca), su libreto es un manual de excusas que apuntan a un enemigo recurrente: el árbitro. Una falta de imaginación alarmante para alguien con la chispa del Pelado.

Ultimo capítulo: la furia contra Pompei por un supuesto penal no sancionado ante Newell´s. Pero, mal que le pese a Ramón, cuando se disipe la polémica artificial, su fraseo lleno de ocurrencias correrá la misma suerte que los aforismos insulsos de Russo. Entonces tanto el público como otros observadores se atendrán a la realidad del equipo para formarse opinión. Encontrarán allí, como debe ser, como decía el General, la única verdad.

Y verán que el temple ganador de River está más arraigado en el discurso del entrenador que en los planteos específicos de cada partido. Y que el equipo, reforzado a pedir de Ramón, está cumpliendo una campaña deslucida, inferior a la del torneo pasado. Con el agravante de que este plantel fue bendecido con expectativas de alto vuelo.

Fabbro es posiblemente la ilustración más acabada del plan hasta aquí fallido. Del River dispuesto a recuperar el brillo de sus marquesinas con los ejemplares más apetitosos del mercado. Pero que, a la hora de definir un lenguaje para el equipo, una dirección por el momento errática, acude a los juveniles curtidos en el club.

Ramón goza de un crédito amplio y merecido. Precisamente por eso, en lugar de endulzarle la oreja a sus hinchas, podría dejar de fingir que mira para otro lado y ofrecer algunas explicaciones que no incluyan a los referís. Sería un gesto de correspondencia al cariño que la gente le demuestra.