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Dejen que Puig siga siendo Puig

De todas las cosas con las que los aficionados al béisbol deben lidiar actualmente -- barbas de playoff horripilantes, el más reciente drama en la corte que tiene a Alex Rodríguez subiendo posiciones de nuevo en la gráfica de los Jonrones del Mentiroso Patológico -- apegarse a las Reglas No Escritas del Béisbol a estas alturas del año merece el mayor desacato.

Particularmente, cuando el código se aplica de forma tan arbitraria como se hizo con el sensacional novato de los Dodgers, Yasiel Puig, el lunes por la noche.

Y todo porque el cubano de 22 años tuvo la audacia de festejar extravagantemente su cuadrangular que no precisamente se fue del parque durante el Juego 3 de la Serie de Campeonato de la Liga Nacional contra San Luis. En lugar de eso, terminó con un triple.

Aunque los puristas están aullando como si no se hubieran dado cuenta, las reglas no escritas se suspenden en todo momento durante la postemporada -- tal y como debe de ser.

¿Acaso Max Scherzer, de los Tigres, no salió del terreno gritando y casi fracturando a sus compañeros cuando chocaban las manos tras librar una situación de bases llenas y sin outs en el Juego 4 de la Serie Divisional ante Oakland?

¿Acaso el Big Papi de Boston no se queda observando a sus cuadrangulares cuando salen de Fenway Park, como si estuviera posando para una estatua de bronce que sería colocada y dedicada cerca de Faneuil Hall?

Puig no tiene ningún problema. La Iglesia del Béisbol a veces lo tiene.

Si usáramos la lógica que esos poderosos amantes del tablero de ajedrez esmeralda aplicaron a Puig, nosotros nunca hubiéramos tenido a Carlton Fisk impulsando a su cuadrangular justo adentro del poste de foul en aquella época. Joe Carter y Aaron Boone debieron haber sido golpeados en los nudillos por la forma en como galoparon alrededor de las bases tras conectar cuadrangulares que ganaron enormes series para sus equipos. Cerradores como Dennis Eckersley y cada pitcher antes o después de él no deberían tener el derecho de celebrar un lanzamiento que les permitiera salir bien librados de una entrada.

Ellos debieron haber cumplido con su deber y simplemente quedarse viendo a la tierra, mientras trotaban a la caseta.

Puig recibió una reprimenda por atreverse a arrojar su bate (una hazaña por sí sola) y dejar sus brazos en alto mientras daba sus primeros pasos fuera de la caja de bateo. Cuando Puig se dio cuenta que, después de todo, no había botado la pelota del parque, él encendió su velocidad ridícula y de todas formas llegó a tercera base. Luego, se levantó y celebró de nuevo con sus brazos extendidos, mientras los aficionados que agotaron las localidades en Dodger Stadium lo vitorearon ruidosamente.

El hecho de que Puig atraiga tanto desprecio en este momento particular de la historia de los Dodgers es también especialmente rico.

Ustedes difícilmente podían presenciar una transmisión en los días recientes sin ver repeticiones de un adolorido Kirk Gibson arrastrándose alrededor de las bases, ahora que se cumplieron 25 años de su épico cuadrangular como emergente que permitió a los Dodgers robarse el Juego 1 de la Serie Mundial de 1988. ¿Alguien ha reprendido a Gibson por la forma como pasó por primera base, halando el cordón imaginario de una motosierra imaginaria?

Por supuesto que no.

El hit de Gibson y su celebración eufórica que desató se clasifican como uno de los momentos indelebles en la historia reciente del juego.

Pero Puig supuestamente merece un lugar especial en el infierno porque -- escondan a los niños, aseguren las ventanas, enciendan la luz del porche para que puedan verlo venir -- él no es un ofensor común del código no escrito del béisbol. Él es un ofensor repetitivo.

Basta. Deténganse ya.

Dejen que Puig sea Puig.

Él es la versión latina de Bo Jackson. Él es un competidor con vehemencia, una estrella de cinco herramientas que explotó en el escenario para hacer cosas sorprendentes, como siempre lo ha hecho. Al igual que Mike Trout y Bryce Harper hace un año, Puig ha sido una de las mejores cosas que le han ocurrido al béisbol esta temporada.

Y no olviden, el despertar de los Dodgers tras el letargo al inicio de campaña que casi le costó el empleo al mánager Don Mattingly, coincidió casi exactamente con la promoción de Puig para ser el jardinero derecho titular de Los Ángeles. Él ha sido una revelación desde entonces.

Si los que regañan son honestos, reconocerán que Puig de hecho ha tenido muchas razones válidas para regocijarse por el hit del lunes. Él estaba atascado en un slump, bateando de 11-0 que incluía siete ponches, cuando mandó la pelota a estrellarse contra la barda del prado derecho. Él impulsó la segunda carrera de los Dodgers ante el as de San Luis, Adam Wainwright, quien venía de maniatar genialmente a los Piratas para amarrar la Serie Divisional a favor de los Cardenales. Y los Dodgers necesitaban desesperadamente una razón para creer en ese momento.

Ellos habían visto que sus dos mejores pitchers, Zack Greinke y Clayton Kershaw, ambos alguna vez ganadores del Cy Young, no pudieron vencer a los Cardenales en los primeros dos partidos de la serie.

Un ligero olor de pánico comenzaba a inundar el ambiente.

Los rumores de la seguridad laboral de Mattingly empezaban de nuevo, aunque los Dodgers estaban a un paso de la Serie Mundial.

Y luego Puig encendió el interruptor. Él cambió todo.

"Yo sé, que por su exuberancia, a veces al equipo rival no le gusta", dijo el veterano utility de los Dodgers, Jerry Hairston Jr. "Pero ellos deben entender: no quiere decir nada con eso. Simplemente quiere hacer las cosas bien".

Ahora, es cierto que, a diferencia de Gibson o algunos otros héroes mencionados previamente, el triple de Puig en la cuarta entrada no ganó una serie o al menos el partido para los Dodgers. Pero quizá lo haga, ahora que su bate está encendido de nuevo.

Entonces, si los seguidores del código no escrito son inteligentes, dejarán de quejarse y tomarán nota de cómo la actuación de Puig impactó a Mattingly -- el mismo Donnie Baseball, un hombre quien siempre fue celebrado por jugar al béisbol de forma correcta. Mattingly ha tenido varias reuniones en su oficina con Puig esta temporada.

Mattingly esperaba para una de esas entrevistas acordadas entre innings desde la caseta, durante la transmisión de TBS, cuando Puig pegó el hit. Cuando a Mattingly se le preguntó acerca de la celebración de Puig, incluso el mismo Mattingly no pudo contenerse.

Él empezó a reírse. Intentó detenerse. Y luego se rio un poco más.

"Así es... él", dijo Mattingly. Y es la postemporada. Si los peloteros no pueden disfrutar el juego ahora, ¿cuándo podrán?

Dejen que Puig sea Puig.

Si a los puristas del béisbol no les gusta una muestra auténtica de emoción como esa -- ni siquiera luego de que un imparable clave, que acabó con un slump y que generó semejante ruido que el viejo Dodger Stadium corría el riesgo de desplomarse en ruinas -- ellos son los que deben callarse. Relájense. Y luego quítense del camino del muchacho.

Ellos están arruinando un gran espectáculo para el resto de nosotros.