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La ceremonia inaugural

WASHINGTON -- Por primera vez en la historia de los Mundiales, la ceremonia inaugural se llevó a cabo en las calles de la ciudad sede y no en un estadio. Aunque nadie dudó de la originalidad de la fiesta y de la hermosura de París, el espectáculo recogió comentarios tanto positivos como negativos. A continuación, la nota publicada en el diario argentino Olé.

La fiesta inaugural del XVI Mundial fue rara. Muy rara. Rarísima. A tono con el fin de siglo. A tono con lo que los franceses (o los parisinos, para ser más precisos) suponen que significará el Mundial para su currículum.

Muñecos gigantes caminando hacia la Place de la Concorde, muñecos pequeños desparramados por toda la ciudad, figuras extraterrestres invadiendo la ciudad, enanos de todos los colores ensayando pasos extraños, millones de Capitanes Escarlata poblando una ciudad que siempre se caracterizó por su charme, por su clase, por su estilo...y porque, al menos una vez por siglo, una serie de personajes "extraños" se ocuparon de sacudir al mundo. El fútbol los desbordó, los pasó por arriba, los convirtió en otra cosa. No se sabe aún muy bien en qué, pero lo único que está claro es que nunca volverán a ser los mismos o al menos tardarán en recuperarse, cosa que, por cierto, también saben hacer.

La fiesta fue producida integralmente para la TV. La única forma de disfrutarla a pleno fue a través de las imágenes que transmitía la próspera caja boba, con esa voz sensual de mujer, de aquéllas que sólo se escuchan en el Planetario cuando uno va a mirar las estrellas. "Acaso los gigantes tienen sueños gigantes o tienen multiplicaciones de sueños. Acaso los gigantes necesitan de gigantes o sólo necesitan de millones de pequeños seres", se le escuchó decir. O... "para jugar hay que aprender las reglas. Los países tienen sus reglas que son leyes y no sólo hay que conocerlas sino saber aplicarlas". Charly García diría Filosofía barata y zapatos de goma.

El muñeco azul, Romeo, representaba a Europa; el amarillo, Ho, a Asia; el naranaja, Pablo, a América; y el negro (¿cuando no?), Mouse, a Africa. Oceanía quedó afuera del reparto, que es lo mismo que decir del mundo futbolero, por no tener ningún representante en el Mundial. Todos fueron avanzando durante tres horas por la ciudad (tardaron más que el General Alais en llegar a Monte Caseros o que Napoleón en llegar a Rusia, si nos ponemos a tono con los locales) hacia la Place de la Concorde, donde los esperaban 6 mil invitados y 80 mil personas. Todos estaban allí, justamente en el lugar donde María Antonieta perdió la cabeza (no es una figura sino la realidad).

Los muñecos gigantes medían 20 metros cada uno y pesaban 30 toneladas. Los organizadores no pudieron cumplir con uno de sus compromisos: inflarlos un rato antes de que empezara la fiesta. Como no hacían a tiempo, ya a las 10 de la mañana se los podía ver distribuidos por la ciudad. Estaban ubicados estratégicamente en el Puente Nuevo, en el Arco de Triunfo y en el Campo de Marte. Los turistas empezaron a disfrutar y a padecer la fiesta desde temprano.

Además desde hace una semana, y para que los muñecos pudieran pasar, fueron barridos 72 semáforos. Y los taxistas parisinos están en llamas.

Recién cuando la fiesta llevaba tres horas, el locutor de la tele francesa remarcó que, por primera vez, aparecía una pelota. E ironizó: "¿Saben que mañana se juega un Mundial?". La cereza la puso Juliette Binoche: "El fútbol es muy lindo, me encanta la ola". Nada nuevo a pesar de las novedades. Después de todo, ¿a quién le gustó una fiesta inaugural?