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¿Administrar o refundar ?

BUENOS AIRES -- "En el primer tiempo fuimos reconocibles", dijo Gerardo Martino sobre la actuación de su equipo, Barcelona, en el súper clásico ante el Real Madrid.

Agregó que, en la segunda parte, sus dirigidos adoptaron "un tono dudoso", por lo que echó mano del banco de suplentes para enderezar la historia y conservar el triunfo. Y no le tembló la voz para reconocer ante los periodistas que hizo un cambio de corte defensivo.

De modo que, tomando las palabras del propio entrenador, en el segundo tiempo, el equipo dejó de ser "reconocible". Es decir, comenzó a parecerse a otro. O a otros.

Se hizo indistinguible, en contra de la tradición de los últimos años en los que el club catalán se recortó como un ejemplar único. El rey de la posesión, del toque maratónico, de la precisión inigualable, de todos los torneos.

Una maquinaria que produjo un blend excelso de belleza y eficacia para llevar al fútbol a su peldaño más alto.

Es verdad: este equipo no alcanza aquellas alturas. Sigue reuniendo a buena parte de los mejores futbolistas del planeta y sigue jugando muy bien, pero se ha hecho falible.

Iniesta y Xavi, a veces, entregan la pelota en forma defectuosa. El indicador más claro de que han descendido a la escala humana. Messi, aquejado por lesiones, tiene altibajos; Piqué no es el coloso infranqueable de otros tiempos. La lista podría seguir.

Sobra decir que, aun en retroceso, Barcelona continúa aspirando a ganar todos los certámenes en los que participa. Y en la liga española cumple una campaña excepcional. Encabeza la tabla en calidad de invicto, con 9 triunfos y un empate.

Y viene de ganar el derby. No 5 a 0, como en la edad de oro de Guardiola. Pero igual reconforta. Y alimenta el orgullo catalán, siempre en picante rivalidad (no sólo deportiva) con Madrid.

Algunos observadores anuncian desde hace rato el declive de Barcelona. Desde la derrota amplia ante el Bayern Munich, al que señalan, justamente, como la vedette emergente en el firmamento europeo, en consonancia con un nuevo apogeo alemán.

Frente a este panorama, el entrenador Martino podría proponerse administrar un equipo ganador y seguir poblando las vitrinas centenarias, aunque su equipo no quede en los anales del club. Sería un buen trato con el destino.

Otra opción es aceptar que un ciclo brillante ha terminado. Pero que es posible inaugurar otro, con idénticas ambiciones de exuberancia futbolística y de resultados. Para lo cual hay que acometer algunos cambios. Vale decir, dejar de replicar el pasado, de imitar lo que ya no es.

Cabe pensar que Martino, lejos del conformismo, imagina esta segunda opción. Acepta públicamente que, por ahora, su incidencia en el equipo es mínima por falta de conocimiento cabal de sus dirigidos.

Pero aun así, se lo ve perfilando un Barcelona que deje atrás la referencia gloriosa e intente otra versión de la excelencia.

El trato con Messi (y ciertos detalles posicionales), la inclusión progresiva de Neymar, la recuperación total de Alexis Sánchez y la voluntad de armonizar lo mejor del plantel (que jueguen todos juntos) en pos de optimizar recursos ofensivos son algunas señales de que Martino no está allí para controlar un botín depreciado. Sino para refundar el esplendor. La jerarquía impar de los futbolistas permite dar por verosímil una apuesta semejante.