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Fútbol por correspondencia

BUENOS AIRES -- De pronto, sonó el timbre de mi casa de Almagro. Nadie llama tan temprano, casi todo en mi vida lo hago por mail o enviando mensajitos de textos. Hace años que no uso el teléfono casero y todo gira en una tranquilidad antigua, podría decirse.

Sin embargo, ayer a la mañana tocó mi puerta un cartero. ¡Un cartero! ¡Faaa! Inmediatamente pensé en Charles Bukowski y su divertidísima novela. ¿La vida de los carteros será tan aventurera como la describe Charles?, me pregunté de entrada antes de darme cuenta que hace años que no me tocaba a la puerta un cartero.

Lo más asombroso de todo es que tenía una carta para mí. Una estudiante de una universidad estadounidense me la había enviado. La carta venía de Boston, una ciudad hermosa en la que estuve hace años.

Esta joven formaba parte del equipo femenino de soccer de la universidad y leía mis crónicas a diario. Me sorprendió que no me envío un mail y la carta venía dulcemente manuscrita. Pensé: qué curiosidad, ya nadie manda cartas, ni postales. Me sentí extraño, la abrí temblando y muy emocionado. Recordé la última carta que le había escrito a mi padre antes de morir, mientras yo estaba en Alemania. Mi padre no usaba mails ni nada, así que tuve que escribirle. ¡Eso fue hace diez años!

Después de esa carta, jamás le envíe una carta ni una postal a nadie. Todo fue por mails y mensajitos de texto. Ahora me llegaba una carta manuscrita para mí. Aunque la carta, escrita en castellano, sólo me recordara mis días en Boston y fuera básicamente una carta que me pedía consejos de un amateur acerca de cómo moverse en el campo de juego.

No soy director técnico, pero a menudo me preguntan cómo deben ubicarse los jugadores en la cancha. Y no sé, siempre pensé que los jugadores no debían tener un puesto fijo, que debían ser versátiles e ir en contra de su habilidad. Moverse por todos lados. Jamás creí en las marcaciones de zona. Ni en los deportes ni en la vida, me parecieron interesantes las cuestiones rígidas, demasiado esquemáticas. De cierta manera el deporte como el arte, deben ser espacios de creación, de inspiración y no de contención y de destrucción del espíritu atrevido del otro.

En fin, es más que interesante lo que hizo Carlos Bianchi, colocando en otra zona de juego a Paredes, un jugador que es volante de creación, casi un diez talentoso, se lo ubica en una posición extraña, de marcador lateral en reemplazo de Sánchez Miño. Compartiría la cancha con Riquelme. Dos monstruos dirigidos por un técnico inteligente acostumbrado a romper los esquemas.

Retornando a la carta, me emocionó muchísimo sentarme a leerla, aunque mi inglés deja mucho que desear, casi no tuve problemas y me emocionó. Sentí que era un bello regalo para mí. Aunque más que nada se tratara (como ya lo dije) de pedir consejos futboleros técnicos, me gustó mucho el gesto. A vez sentí que tenía muy poco para decirle a Liz Anne Taylor, número 9 del equipo de soccer de la Universidad de Boston City.

Deberé responderle por escrito del mismo modo. ¿Por qué Liz me habrá mandado una carta y no un mail? Sin lugar a dudas, el fútbol debe de ser para ella algo muy especial. Me veo en la obligación de sentarme a escribir una carta, con una bic en la mano, ya van cuatro hojas que tiro al tacho de basura. No sé cómo empezar.