Alejandro Caravario 10y

De la hipótesis a la realidad

BUENOS AIRES -- Lo que hace un tiempo era un mero ejercicio intelectual, una hipótesis sin anclaje en la realidad, hoy se vislumbra como un escenario verosímil: ¿Y si la Selección Argentina tiene que jugar sin Messi?

La fragilidad del genio del Barcelona se ha tornado crónica. De su nuevo desgarro volverá recién a comienzos de 2014, y habrá que ver si no existen secuelas psicológicas, razonables luego de un año de lesiones en continuado.

De modo que un panorama con un Messi inestable, propenso a la ausencia inesperada, ya no es disparatado a sólo meses del Mundial de Brasil.

Una cosa es una falta excepcional, que el equipo de Sabella ha sabido afrontar con éxito. Otra es el hueco permanente que podría dejar el mejor jugador del mundo.

Esto último obliga a asumir la posible pérdida del plus decisivo, del capital deportivo que diferencia a un campeón de un equipo cualquiera.

El partido de Argentina ante Ecuador dio algunos indicios preocupantes de esa vulgaridad de la que hablamos.

Con cierta candidez, cuerpo técnico y muchos observadores intentaron reducir la cuestión del ser o no ser al dibujo táctico. Sin Messi, es cierto, se mantuvo el 4-3-3, la voluntad ofensiva, el deseo de aprovechar la contundencia y velocidad de los atacantes (con la alternativa de Lavezzi por Agüero), pero no hubo profundidad.

No hubo, en verdad, cambio de guión. Álvarez cumplió como falso Leo, arrancando desde la raya derecha, pero de la semejanza gestual no se vive. Messi alienta siempre la utopía.

En el caldo de un partido mediocre, de un equipo sin ideas, él puede inventar otro mundo. Lo saben los rivales, los compañeros y el público. Si se quiere, es una ventaja especulativa. Pero influye como un gol de media cancha.

Para colmo, la conciencia de una debilidad defensiva hasta aquí incorregible limita las variantes para buscar el gol. Por caso, Roncaglia y Orban, nombres de recambio que Sabella atinadamente decidió probar, restringieron su recorrido a la marca. A lo sumo, intentaron alguna escalada tímida, no el auxilio permanente que se requiere cuando el adversario se cierra y está Messi.

Aun así, la solidez de la última línea sigue sin aparecer. Fue más notorio por el lado derecho, donde el inquieto Montero clavó su gambeta con suma eficacia.

Si la Selección no robustece su defensa (se incluye al arquero Romero en esta observación), no puede proponerse como equipo de contraataque, que es en apariencia el modelo más propicio para sus veloces delanteros.

La presencia de Messi acaso posterga estas definiciones sobre la identidad porque él resuelve los desequilibrios. Sin el rosarino, hay que empezar a dar otras respuestas.

Quizá esta sea la última tregua de Messi. De aquí en más tal vez retome un ininterrumpido paso ganador, tal la costumbre que lo hizo el número uno. Su necesidad de jugar todos los minutos de todos los partidos (prerrogativa que su nuevo entrenador en Barcelona no le concede) seguramente sigue intacta.

De cualquier manera, a la par de las compensaciones estructurales, tácticas, la Selección deberá ir practicando algún tipo de consuelo positivo, de plan B anímico, por si el líder no está y Argentina pasa a ser un equipo más entre muchos.

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