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Un hincha de San Lorenzo en Brasil

BRASILIA -- Estoy desconectado. Deprimido por no obtener respuesta positiva de la vida, me fui a Brasil y me desconecté del fútbol argentino.

Brasil te desenchufa, con su belleza, sus espacios imponentes, su naturaleza animal y vegetal infinita. Acá todo es grande y exagerado. Al pisar tierra brasileña, uno siente que es trasplantado hacia otro mundo y que las reglas de ese nuevo mundo comienzan a primar en su vida. Eso te pasa en Brasil, siempre.

Estoy en la Casa de la Cultura Mario Quintana, acabo de dar una breve charla sobre literatura trash del Río de La Plata. En la primera fila, hay varias morenas que me atosigan con su sola presencia. Me impresionan viva y trágicamente. Detrás de una gran mujer sobrevive siempre una gran tragedia. Es el oxímoron perfecto de la existencia humana.

Mientras doy la charla no puedo parar de mirarlas, me hago el intelectual, el "profe" apasionado, las miro profundamente a los ojos y les hago un escaneo de los tobillos hasta el último pelito. Ella me sonríen, hay una afinidad desconocida. El extranjero siempre lleva las de ganar. A los brasileños, les diría, nadie es profeta en su tierra.

Clodia y Ameraldina, son dos fantásticas morenas de Minas Gerais. Han venido a verme especialmente. ¿Para qué vendrían a verme semejantes camiones?, me pregunto. Una es muy parecida a Susana Romero, pero más oscura. Me encanta, me enamora al instante. No para de sonreír.

Cuando termina la charla se me acercan y me dicen el verdadero motivo de su visita. El novio de Ameraldina es argentino y está feliz que yo visite Brasilia. "Su sueño es conocerte, Cucu", me dice la morena con unos labios gruesos que no puedo parar de mirar.

El novio argentino me invita a través de las damas, a tomar una caipirinha en el bar de la esquina. "¡Pero por qué no ha venido él mismo, che!". "Disculpa que Gustavo no asistió a tu charla, pero le dan alergias las actividades culturales", se disculpa ella. "El fútbol también es una gran actividad cultural", le digo. "Sí, sí, tienes razón, Cucu, pero mi novio no es amplio como voce".

No sé si tengo ganas de tomar una caipirinha con un argentino. Pero las negras me insisten, me dicen que vamos a pasarla súper bien. Ya, qué más puedo hacer, voy. Vamos al bar.

El muchacho estaba envuelto en una bandera de San Lorenzo de Almagro, con tres caipirinhas en la mesa. Sonaba la Samba. ¡Brasil es un pueblo tan alegre! La cara del Papá Francisco, me miraba a través de la tela de la bandera del club de Boedo.

El hincha se me abalanza al verme.

"Cucurto, maestro, sigo sus notas en Espndeportes.com, todos los días. No deja de sorprenderme con su prosa salvaje. MI nombre es Roberto, soy de Rivadavia y Boedo. Hace quince años que vivo en Brasilia".

El hincha me dijo que era fanático del club de Boedo, que lo seguía siempre por internet y estaba enterado de todo. "Juan Antonio Pizzi, es un maestro, Cucu", me dijo. Estaba emocionado con el triunfo contra Belgrano por 4 a 2 y, a sólo tres fechas, pensaba que San Lorenzo iba a salir campeón.

No sé, no podría asegurarlo. El muchacho era hincha de verdad, me hablaba de los históricos, Veira, Silas, etc, grandes jugadores todos. Pero yo estaba desconectado, no tenía ganas de hablar de fútbol. Además las dos morochas se aburrían de tanto fútbol.

El muchacho me hablaba de su San Lorenzo querido de la actualidad y yo no podía dejar de pispear cada tanto a las piernas de las morenas.

"Si San Lorenzo llega con posibilidades, Cucu, dentro de quince días viajamos los tres a Buenos Aires", me dijo Roberto.

Y me tiró una indirecta muy concreta. "Empezá a escribir de San Lorenzo que te podés comer un caramelo doble", me dijo.