<
>

El zoológico de cristal

Derrick Rose aún luce desafiante en las calles de Chicago. La cartelería sobre su regreso permanece intacta, como si la pesadilla de lo que fue aún tuviese la chance de regresar a la instancia de lo que pudo haber sido.

Rose intenta hacer lo que hizo miles de veces. Incursiona en territorio hostil, pero su cuerpo ya no es el mismo. El balón continúa siendo una extremidad más, pero la reacción es diferente. En el cambio de velocidad siente el crujido: algo en su rodilla no está bien. Salta una, dos veces y palpita la tranquilidad de que no es la lesión que lo perturbó tiempo atrás. Sin embargo, esa calma dura escasos segundos. Duda. Y esa duda es la que enciende la alarma. Su mente le dice que siga, pero su cuerpo ya no responde.

Rose respira y hace una mueca de dolor que da inicio al Déjà vu.
El mensaje de tono amenazador sobre su regreso, entonces, vuelve a foja cero. Las piernas de hierro, que nunca fueron verdaderamente de hierro, muestran su fragilidad. La expectativa, sumisa, agacha la cabeza y avanza al galope al casillero de la frustración. El vestuario, sumergido en silencio, acepta lo ocurrido con la naturalidad enfermiza que producen las segundas veces.

El sueño americano cumple su ciclo antes de tiempo. Rose pasa a ser una ficha más en el zoológico de cristal de la NBA. Otro elemento condenado a desarrollar un papel absurdo, avasallante, cargado de presión física y psicológica que produce en la realidad inmediata un resultado diametralmente opuesto a lo que el mundo espera de él.

Rose se perderá la temporada tras lastimarse los meniscos de la rodilla derecha, una lesión diferente a la que lo había marginado en 2012-13 en la rodilla izquierda (ligamentos cruzados). Olvidemos por un momento lo que pasará con los Bulls y pensemos específicamente en Rose, un joven de 25 años que decidió no jugar los playoffs pasados pese a la presión generalizada que le pedía a los gritos regresar antes de tiempo.

El base armador de los Bulls no estaba listo para volver. O, al menos, para regresar al ruedo como el toro que había sido en su temporada de MVP. Sus 15.9 puntos, 35.4% en TC y 4.3 asistencias por encuentro son números respetables para un jugador que regresa de una lesión de ligamentos cruzados, pero si lo miramos con la lupa del exitismo desmedido -esa que utilizan muchos especialistas para los jugadores franquicia-, podemos ver esas cifras como las más bajas en promedio de su carrera. Algo real, pero completamente injusto si mezclamos las matemáticas con algo de sentido común.

Rose tuvo que desempeñar, de manera inconsciente, el rol de Atlas en una Liga que así lo sugiere. Sostener el mundo con sus manos es un precio que suele venir, a largo plazo, con consecuencias. Y, por qué no, con fecha de vencimiento. Su contrato de 94.5 millones de dólares despertó deberes, pero lo preocupante fueron las obligaciones. El primer mandamiento -no escrito en ningún papel, claro- que lo obligaba a demostrarle al mundo que ninguna de sus capacidades se había perdido en los meses de ausencia, resultó letal. Como si se tratase de un superhéroe y no de un ser humano. Como si fuese girar una perilla para que todo regrese al orden natural de un segundo a otro. Es curioso, pero la NBA suele convencer al mundo de cosas que ni los mejores directores de Hollywood pueden imaginar.

Kobe Bryant, Rajon Rondo, Danny Granger, Greg Oden y otra colección de notables con la etiqueta de estrellas han probado el cóctel alucinógeno de vivir por encima de las expectativas, sobrexigiéndose para pasar del éxtasis masivo de los festejos a la soledad del quirófano.

El astro de Chicago promedió más de 30 minutos por juego en estos pocos partidos con su equipo. Más allá de su condición física natural, parece demasiado para un jugador que en su plenitud participó en algo más de 35 por noche. Incluso, su estilo de explosión natural, aplaudido por muchos, también debería haber entrado en las contraindicaciones: pocas veces un jugador ha sufrido tantas consecuencias por extralimitar sus propios recursos naturales.

El paradigma de la NBA está construido a partir de premios y castigos. Si la lógica funciona, los dividendos son grandes. Si deja de funcionar, házte a un lado que estamos trabajando. No es algo cuestionable, es el modelo de negocio que se construye alrededor de jugadores, entrenadores, directivos y también fanáticos. Éxito y peligro son las dos caras de una misma moneda.

La prensa de Chicago ya descarta a Rose para los años que vienen. No sorprende el modo, pero sí la alteración de los tiempos: esta sería la segunda etapa de la vida de una estrella. De ser un manjar de restaurantes selectos, Rose ha pasado a ser comida rápida en un buffet de baja monta. Úselo y tírelo según las circunstancias.

Los Bulls analizan la posibilidad de enfriar motores pensando en el próximo Draft, una posibilidad remota teniendo en cuenta que Tom Thibodeau, uno de los entrenadores más combativos de la Liga, está en el banco de suplentes. Los contratos por expirar de Kirk Hinrich y Luol Deng, la posibilidad de utilizar la cláusula de amnistía en Carlos Boozer, la experiencia de vivir por encima del impuesto al lujo y la llegada inminente de Nicola Mirotic reevalúan el escenario de los Bulls.

Mientras tanto Rose, el genio que estuvo bajo la luz en los últimos meses, volverá a esperar en las sombras. El zoológico de cristal adquiere una nueva pieza.

Y, seguramente, no será la última.