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Prohibido festejar en casa ajena

BUENOS AIRES -- ¿Es necesario que San Lorenzo festeje en el estadio Amalfitani? La pregunta de Miguel Calello, presidente de Vélez, es comprensible.

Como dueño de casa, sería responsable si el público de su club incurriera en actos de violencia el domingo 15. Ese día, San Lorenzo podría salir campeón y, en tal caso, sus jugadores quizá se vean tentados de un imperdonable atrevimiento: celebrar el logro.

El sentido común forjado en las canchas (no hay peor enemigo del razonamiento que el sentido común) indica que los desbordes de alegría en calidad de visitantes equivalen a faltas de respeto. A provocación.

Así, no sólo se ha impedido que algún adversario picante perpetre la vuelta olímpica donde no le corresponde; también se ha consentido que en las plateas, donde acuden los educados señores de la clase media, se trompee a algún despistado por gritar el gol de su equipo en rodeo ajeno.

Usos y costumbres, decíamos, que caducaron con la restricción al público visitante. Pero claro, todavía quedan los jugadores visitantes. Y a menos que también se prohiba su ingreso a los estadios, se seguirá asistiendo a ese incómodo hábito que comparten con los hinchas: gritar los goles y los títulos propios.

Y aquí nos encontramos con el dilema que plantea Calello. Habiendo tantos lugares para festejar, tantos bonitos restaurantes, por ejemplo, ¿por qué los futbolistas de San Lorenzo, si se consagraran campeones, tendrían que volcar su emoción justo en Vélez, que después de todo es una cancha y no un salón de fiestas?

El planteo es absurdo, claro. Y, por lo tanto, Calello se ataja y puntualiza: "Lamentablemente, estamos en la Argentina". Inferencia: país de forajidos, país ridículo; en Europa no habría ningún problema.

Lo que el presidente de Vélez demuestra es el acatamiento sumiso de una derrota cultural. La consagración de una lógica violenta (que no inventaron las barras, ojo), disfrazada de realismo y precaución.

Calculo que Calello, del mismo modo, debe entender como inevitable que en su club o en su trabajo se discrimine negativamente a los judíos y a los inmigrantes limítrofes. Simple y lamentablemente porque estamos en la Argentina. Qué le vamos a hacer.

En la Argentina también se puede colocar el caballo delante del carro y no detrás. En lugar de disciplinar a los jugadores de San Lorenzo para que no expresen su alegría, ¿no habría que hacerlo con los intolerantes para que no expresen su ira?

El conflicto entre Vélez y San Lorenzo -rivalidad con un prontuario de dos muertos por ataques entre hinchadas- no reside en el hipotético festejo de los jugadores de Pizzi.

Y si se teme que, efectivamente, una vuelta olímpica visitante desate una ola de agresiones peligrosas, habría que prever un partido a puertas cerradas. Ni locales, ni visitantes. Al parecer, en algunos casos, es el único modo de mantener el fútbol en paz.