Washington Cucurto 10y

Dos cuervos

BUENOS AIRES -- El calor es sofocante, el calor no deja respirar y te moja la piel como una pileta. Detrás de nosotros vienen mi padre, y más atrás muchos vecinos del barrio, viene Rigo, Leopoldo, Jacinto, Antonio, Luis, el chileno, los hermanos a los que todos llamamos Los Parchis; todos hablando entre sí, riéndose, con una cara de felicidad que no lo puedo describir; todavía no existen las palabras para describir un solo momento de tanta felicidad.

Y más atrás, hay un pilón de gente, chicas lindas muertas de risa que yo me sorprendo, porque cada que pasamos por su cuadra nos miran con odio. El kiosquero, el señor del ciber que le ha puesto a su negocio "Los carasucias". Salen y se incorporan a nuestro paso, gente de los negocios, gente que baja en taxi, gente que viene en colectivo desde Florencio Varela, nos dicen.

Banderas tremolantes, rojas y azules, azulgranas. La cara de Marcelo Tinelli llorando en una pantalla gigante. La avenida Boedo se ha convertido en un mundo de un solo color. Y ahí, detrás de unos y por delante de otros, vamos con mi hijo, que casi tiene mi edad, que podemos hablar el código futbolero.

Hace apenas media hora estábamos viendo el partido en el barcito de una estación de servicio de Bartolomé Mitre y Mario Bravo. Nos mordíamos las uñas, nos tomábamos todas las coca-colas y los tostados.

Vélez, que es un gran equipo, avanzaba dispuesto a todo y se escuchaban los goles de Lanús y luego de Newell´s y viceversa, hasta que terminaron en un pobre empate.

Ahora estamos en medio del desfile, de miles de cuervos que van a San Juan y Boedo a festejar el campeonato.

Mi hijo y yo, dos cuervos que hablan el mismo idioma. Pasa un camión lleno de gente agitando banderas. ¡Qué escándalo! ¡Qué calor! Parece que va a llover y no llueve nunca.

Nunca estuve tan rodeado de felicidad, pocas veces en mi vida, vi gente tan contenta, riéndose, muertos de risa, aplaudiendo y alentando a un solo campeón. Gente conocida del barrio y muchos a los que jamás vimos. Mi hijo y yo abrazamos, con las camisetas puestas, muertos de felicidad, dándonos besos en las mejillas.

Gente común cantando. No están los famosos, ni Vigo, ni Fabián Casas; tampoco están los grandes hinchas pensadores que acaparan la atención en internet usando el nombre de San Lorenzo. Sólo hay hinchas desconocidos que se aglomeran en los bares, en las esquinas, en las vidrieras de Frávega.

Detrás, pero también delante de nosotros, mucha gente sudando, cantando, muriéndose de la risa. Las hermanitas Bronte; los hermanos Morsa. Mi padre que está en el cielo, de alguna manera también está porque estamos nosotros dos.

Nos perdemos en el muchedrumbrerío, cantando, riendo, desintegrándonos. ¿Habrá algo más maravilloso que ver a gente común festejando el triunfo de su equipo campeón?

^ Al Inicio ^