Alejandro Caravario 10y

Procesus interruptus

BUENOS AIRES -- Ricardo Gareca acaba de abandonar Vélez, plantel del que estuvo al frente durante cinco años y con el que obtuvo tres campeonatos locales y una Súper Final.

Pingüe cosecha la del entrenador, que deja el recuerdo de un tipo trabajador, respetuoso y previsible, acorde con los lineamientos que Vélez pretende consolidar como identidad institucional.

Tal para cual, entonces. Tan es así que los directivos del club no tenían plan B con vistas a la temporada que se avecina y pretendían que continuara la gestión de Gareca, hombre de la casa si los hay.

Se dice que el técnico se veía venir un equipo diezmado por la necesidad de ventas y que por eso se bajó del caballo. Tal vez. Pero hace un año también hubo que suplicarle que permaneciera en su puesto, cuando él prefería un cambio de aire.

Es decir, las autoridades de Vélez, más acá de los resultados, abonan la teoría de los llamados procesos largos. Pero largos de verdad.

Cinco años puede parecer un tiempo prolongado, pero mientras el proyecto se renueve y queden objetivos por cumplir (un título internacional, en este caso) no habría por qué dar por cerrado el ciclo.

Se ve que los que violan los programas de largo aliento no son siempre los directivos. Los propios técnicos, ávidos de contratos mejores y de dar un salto en su carrera, tampoco resisten mucho tiempo bajo el mismo techo. Y es comprensible.

No es un tema de urgencias ni de presiones triunfalistas difíciles de soportar como se señala habitualmente, sino de plazos razonables en una actividad en la que prima la oferta y la demanda, la noción fuerte de carrera y la tentación de hacer una diferencia económica abismal en un ratito.

Esto último fue lo que le ocurrió a Juan Antonio Pizzi, cuyo discurso sobre trabajo sostenido, promoción de juveniles, identidad futbolística y otros tantos ítems grandilocuentes cayó en el olvido apenas aterrizó una oferta del primer mundo.

¿Cuál es el proyecto de recorrido largo que propone el Valencia? Ni Pizzi lo sabe. Pero apenas leyó la cifra que facturaría (o apenas la leyó su representante, lo mismo da) entendió que se trataba de un tren que quizá no volvería a pasar. ¿Quién habría obrado distinto?

El episodio Pizzi es más notable porque el título obtenido con San Lorenzo (que el DT festejó con explosiva emoción) supone un estímulo que tendría que haber reforzado el compromiso con el club y los jugadores.

Pero no. A la hora de sentarse a discutir el horizonte 2014, con las burbujas del espumante todavía crepitando en la copa, Pizzi armó la valija y se fue literalmente sin saludar.

Es de esperar que, escaldados, Lammens y compañía miren con una mezcla de sorna y desconfianza al próximo técnico que les hable de procesos prolongados, continuidad, planes quinquenales y todas esas ilusiones que agitan los capataces del fútbol sólo para que no se les vayan al humo y los quieran rajar a la segunda derrota.

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