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Sin luz y sin fútbol

BUENOS AIRES -- Estoy en un ciber, desapareciendo, goteando y goteando sin parar, no hay aire acondicionado y grandes gotas caen sobre el teclado de la máquina. Tengo que escribir, tengo que escribir lo más rápido posible y borrarme de este lugar.

Me cortaron la luz, como a la gran inmensa e infinita mayoría, en la esquina mis vecinos queman contenedores e imagino que pronto se quemarán ellos mismos. Yo estoy metido en una cápsula, transpirando sin parar.

¿Qué voy a hacer sin luz, sin agua, con las cuatro paredes de mi departamentito de la calle Sarmiento irradiando un calor insoportable?

Miro en el televisor del ciber y pasan los goles de Carlitos Tévez en la Juventud y me pregunto ¿cómo es posible que no juegue en nuestra selección? Las decisiones de los técnicos a veces no se comprenden.

Entre Lavezzi, Di María y Tévez, me quedo toda la vida con Tévez. ¿Y entre Agüero y Tévez? ¡Tévez! Tévez baja y recupera pelotas, es más luchador y no tan dependiente… Diciembre no tiene fútbol y debo contentarme con el partido de despedida de Gabriel Milito, el fútbol europeo que tiene lo suyo pero no me conmueve.

Las canchas europeas tienen demasiado dinero encima como para que se juegue bien al fútbol. Por lo menos un fútbol brindado desde la emotividad. Estoy a punto de desaparecer, textualmente me derrito, dentro de poco seré una gota más vaporizada por el calor de este verano mortal.

Vuelvo para casa y veo a un grupo de vecinos con la camiseta de River, dándole a los tachos de Macri e incendiando cartones y gomas. Piden por agua, por luz. Pero también comienzan a cantar y piden por Cavenaghi, se acuerdan de Passarella (y no de la mejor forma).

Los vecinos hinchas de River, descubren un caño de agua maestro. Lo rompen y el agua fluye. En el furor clandestino del caño pinchado, aparecen en escenas unas vecinitas de un edificio nuevo y cheto, bajan en ojotas, con sus hombros tatuados, sus pelitos con olor a Pantenne. Sus shortcitos se les meten entre las nalgas cuando cargan el agua con baldes. Niños, perros, gatos, jubilados, todos se lanzan al charco de agua. La pobre e insignificante calle Sarmiento está cortada.

Los hinchas de River festejan y no dejan de cantar por Cavenaghi. Se acuerdan de Passarella. Pero el agua no llega, el calor no disminuye. Los equipos europeos siguen sin motivarme. ¡Qué jodida es la vida sin agua, sin luz y sin fútbol! ¡Cambiemos de canal!

Como si todo esto fuera poco, aparece una camionetita cachusa, casi sin fuerza, una fiat fiorino cargada de ploters, con las gomas desinfladas, con dos obreros gordos, transpirados, con fiaca o sueño. Es una camioneta que viene a arreglar la luz, es de una empresa que contrató Edesur.

Los obreros bajan, cansados, saturados del calor y la vida y el sueldo de miseria. ¿Para qué bajaron? Los vecinos se les fueron encima, dispuestos a lincharlos. Estos dos cristianos, estos dos pobres hombres padres de familia, tercerizados, aburridos del mundo, de pronto están a punto de morir en manos de los vecinos furiosos.

Pero aparecen los hinchas de River, siempre dispuestos a poner la cara por una causa noble. Ponen orden, los salvan de una muerte horrenda que hubiera ocupado todos los diarios y canales del mundo. Los salvan de ser pan de este circo.

La vida sigue muchachos, sin fútbol, sin agua, sin luz, sin motivaciones. ¡Oh Dios, ilumíname!