Alejandro Caravario 10y

Fútbol de verano

BUENOS AIRES -- El sábado jugaron Atlético de Madrid y Barcelona. El partido fue bastante deslucido, a contramano del enorme entusiasmo que despertaron dos equipos de campaña excepcional.

Barcelona, incómodo ante un rival tenaz para defender y falto de los recursos mágicos de las épocas doradas (y sin Messi ni Neymar durante buena parte del juego) naufragó en una rutina de pases largos sin demasiada convicción.

Los dirigidos por Simeone celebraron el empate y eso lo dice todo, más allá de algún nombre para aplaudir como el turco Turan Arda.

En la Argentina, el verano dispara la veda futbolera. Así que lo ocurrido en Madrid, a pesar de su opacidad, se colocó en el centro de la agenda deportiva.

El fenómeno no es nuevo. Con un mundo pequeño e híper conectado, ningún equipo es absolutamente extraño. Y ni hablar de las ligas más afines a los sentimientos criollos como la española y la italiana.

Con nuestros mejores compatriotas en aquellas tierras, insertos en un medio de altísimo nivel, el rating del fútbol europeo está garantizado (la liga inglesa también suma adeptos de irreductible fidelidad).

Mientras que de este lado del mapa los futbolistas se desentumecen con algunos partidos de aperitivo que nadie se toma demasiado en serio, allá los choques son decisivos. El del sábado es un buen ejemplo.

Así que tanto por jerarquía como por la importancia de los torneos, ambas situaciones son incomparables.

Para colmo, los jugadores más brillantes y más jóvenes de la escena local siguen partiendo tempranamente hacia cualquier competencia que cotice en euros.

Uno podría imaginar que, de aquí a poco, empalidecido ante la calidad y la variedad que nos acerca la televisión todos los días desde el hemisferio norte, el fútbol argentino sufrirá una merma de público vertiginosa.

Pero todos sabemos que, aunque no hubo incorporaciones de relevancia que fortalezcan el interés, apenas los equipos se apresten a jugar por los porotos, la modesta liga doméstica eclipsará a las estrellas del primer mundo.

Y, a diferencia de otras actividades (la política principalmente), en las que se reclama una copia milimétrica de modelos lejanos y aplicados en culturas diversas, siempre en tono de idealización, en el fútbol nadie ruega por la importación de aquel mundo de fantasía.

Cualquier hincha reconoce que el Bernabeu es más confortable que la cancha de All Boys y que entre todos los jugadores de todas las categorías del fútbol argentino no hacen un Messi, ni un Cristiano, ni un Di María, sólo por hablar de España.

No obstante, la calidad y el confort no son todo. Es más, diría que es lo de menos. La conexión feliz con el club querido y el interés por la trama casera del fútbol superan en intensidad cualquier oferta de los lugares más prósperos.

Las conversaciones más apasionantes y comprometidas seguirán versando sobre el equipo del barrio.

Hay un antiguo misterio que sobrevive por fuera de la racionalidad del negocio.

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