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Un día verde con Michael Laudrup

BUENOS AIRES -- Después de la tormenta me levanté relajado, con el vientito que me daba en la cara. Realmente, me sentía un hombre nuevo. Hoy es mi primer día de vacaciones después de mucho tiempo. Sin embargo, me di cuenta tarde que necesita un manojo de dólares. Me iba a disfrutar de las playas de La Paloma, en Uruguay y necesitaba efectivo. Agarré 200 dólares y salí a cambiarlos a un banco.

Cuando bajé del subte en Florida, vi una cola de gente que daba la vuelta. Pregunté y me dijeron que era para comprar dólares en un banco. Hice la cola, el día estaba nublado y soplaba un viento que amenazaba con una tormenta. De pronto me golpean la espalda:
-- Oye, muchacho. Disculpa, ¿esta es la cola de los dólares?, me dijo una voz extranjera en un castellano recién aprendido.

Cuando me di vuelta me encontré con un hombre de campera blanca, anteojos negros impecables, pantalón pinzado de lino color crema. Una pinturita el hombre. Rubio, bronceado parejo. Estaba tomado del brazo de una señorita divina.

Me sorprendí porque le vi cara conocida:
-- Acá es la cola, caballero, le respondí y luego agregué de pura curiosidad. Disculpe, ¿usted es Michael Laudrup?
-- Sí, muchacho. ¿Cómo me reconoció? Hace más de treinta años que dejé el fútbol.
-- Nunca podré olvidar su desempeño en el Mundial de México 1986.
-- Oyeme, muchacho. Nunca entendí esto del dólar. ¿Por qué es tan difícil conseguir dólares en este país? ¿Eso no genera un gran malestar y una desesperación de aquellos que quieren los billetes?
-- Es complejo hablar de política en este país, querido Laudrup.

Laudrup supo ser uno de los grandes jugadores de la selección dinamarquesa de fútbol. Estaba acompañado de una señorita brasileña. "Paulista", para más datos. No miento, era una de las mujeres más lindas que vi en mi vida. Piel blanca, ojos verde mar muy sugestionadores; pelo castaño oscuro. Un sueño.

La cola ya llegaba hasta el Obelisco y cortaba el tránsito del Metrobus. Daba la vuelta y terminaba a la altura de la Plaza Constitución. Todo el mundo quería comprar dólares.

Comenzó a llover intensamente pero nadie se movía. Se cortó la luz y las luces del cartel de neón de un banco se apagaron. Detrás de mí estaba Michael Laudrup y su querida esposa. Adelante mío había un famoso hincha de Boca que vende electrodomésticos y le pidió un autógrafo.

En los años 80 Laudrup estuvo a un paso de jugar en Boca Juniors. Los hinchas se acuerdan de eso. El tipo comenzó a gritar. "Ey, acá está un crack, el gran Michael Laudrup, un genio del fútbol de Dinamarca".

La gente se dio vuelta y nos daba el espacio, el lugar en la cola y pronto llegamos a una cuadra.
Pero ya era tarde para mí y para todas aquellas personas que necesitaban cambiar sus ahorros para poder vivir o irse de vacaciones. Un ciclón apareció de golpe y sacudió al obelisco de la ciudad quebrándolo en dos partes. Todos los que hacíamos la cola en ese momento, nos agarramos de las manos y fuimos expelidos varios metros hacia el cielo. En segundos estábamos a la altura de las nubes, formando una gran hilera de cambiantes fracasados. Yo aproveché para aferrarme de la mano de la señorita de Laudrup.

Pensé: "Ojalá que el viento me saque de esta ciudad, crucé el Río y me tiré del lado uruguayo". El pobre Laudrup me dijo y todo por querer cambiar apenas 500 dólares. El viento también arrancó de cuajo a la Casa de un banco que voló por los aires, soltando por sus ventanas y puertas los miles de dólares acumulados con mucho recelo durante cinco o seis años.