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Los pibes de River y las españolas

La playa, uno de los atractivos principales de MDQ ESPNdeportes.com

BUENOS AIRES -- Recién llego a Mar del Plata, salto del tren en ojotas y corro hacia la playa, casi desesperado. Solo llevo un bolsito de tela de avión, un bronceador y un sanguche de jamón y queso. Dejo mi bolsito en la arena y me sumerjo en las olas. ¡La Feliz siempre es divina en verano!

¡Cómo me gustaría alojarme en el hotel Presidente! Pero los turistas de todo el país arrasaron, no hay piezas, ni reservas, ni lugares en bares ni restaurantes. Yo me mandé un poco a la deriva, a lo Horacio Quiroga, con lo que tenía a mano. No soy consumidor eso lo tengo claro, así que me paso la vida observando como otros consumen compulsivamente.

En el tren me hice amigo de unos truanes, un grupito de Florencio Varela que iba a ver a River Plate en sus clásicos partidos de verano. Pegamos onda con los pibes. Me dijeron que si me necesitaban me iban a buscar. Yo les dije que todo bien. "Si necesitamos una mano, te vamos a buscar", me dijeron.

Continué con mi vida, terminé nadando en el mar. Hice la plancha, el cielo estaba azul, sin nubes y sentí que podría quedarme en esa posición toda la vida. Sintiendo las olas pasar por debajo de mi espalda.

Recordé que Roberto Arlt decía que las merluzas eran de River Plate. Lo dice en una aguafuerte que se llama Hoy fui a ver a River. Me llamó la atención. ¿Por qué las merluzas serían de River?

De pronto, escuché voces de turistas españolas. Nadaban cerca de mí. Eran dos gallegas cuarentonas, con bikinis fluorescentes, colitas en el pelo y con cuerpos que no negaban las batallas libradas, pero todavía con fuerza para librar otras batallas mayores.

Pensé "a estas gallegas con plata, me las levanto de alguna forma". Ellas eran mi oportunidad de salir de la malaria de estar en Mar sin un mango. A cada rato pegaban un saltito, se reían y se ponían de espaldas para la ola les diera en la colita.

Me sumergí y nadé varios metros entre las piedras y los bichos de mar hasta verle las piernas y asomé la cabeza como un tiburón. ¡Qué susto se pegaron las gallegas cuando me vieron!

"Hola chicas, ¿disfrutando del mar?", las encaré.

Las gallegas estaban curtidas, venían a Sudamérica en busca del sabor de la vida y estaban acostumbradas a porteños caraduras como yo, que las encaraban en todos lados y sin parar. Sin embargo, había una mínima onda que debía explotar con mucho talento y creatividad. Fue ahí cuando escuché a los muchachos de River, los del tren, ¿se acuerdan?

Uno de ellos era vecino de Funes Mori, me acuerdo que me contaron. "Eh, Santi, me gritaron desde la arena, necesitamos tu bolso, andamos mal de plata". Agarraron el bolso y salieron saludándome desde la arena.

Nadé con todas mis fuerzas, pero cuando llegué a la orilla me encontré con menos de lo puesto, porque mis ojotas habían sido arrastradas por una ola y ahora debía estar morfándosela algún tiburón. Me senté y comencé a llorar de la bronca. ¿Cómo iba a volver a Once?

Al rato las gallegas salieron del agua y me vieron. Me dio una vergüenza bárbara contarles que me habían robado. "¿Los de la bandita de River?", me preguntas ellas, compungidas.

Estaba a merced de la bondad de las gallegas que me llevaron a su carpa y me dieron de comer y beber y me propusieron sumarse a su banda.
"¿Qué banda?", les pregunté. Nosotras distraemos a los turistas en el mar, mientras los chicos de River les roban en la arena sus pertenencias.