Alejandro Caravario 10y

Cuestión de actitud

BUENOS AIRES -- Luego de la ¿inesperada? derrota de Boca frente a Belgrano, en la Bombonera, el entrenador Carlos Bianchi, poco apegado a la introspección crítica como es, señaló "la actitud" del equipo como la explicación del paso en falso.

Idéntica reacción tuvo Ramón Díaz, otro DT al que le cuesta revalidar las glorias pasadas. Después de perder en Santa Fe con Colón, dijo: "No me gustaron las formas. Para jugar con esta camiseta se necesita más actitud, carácter. La exigencia es para todos."

Ramón sabe cómo tocar las fibras íntimas del hincha exhibiendo no sólo su amor por los colores, sino su doctorado en River, obtenido a través de décadas de esfuerzo y, sobre todo, éxitos.

River soy yo, le gustaría decir al entrenador riojano, a la manera del monarca francés. Pero nadie puede arrogarse semejante representatividad, ni siquiera como gesto desesperado.

Desde el púlpito, entonces, Díaz dictamina cómo se debe sudar para estar a la altura de la institución. De paso, se libra de la responsabilidad que le compete como conductor del grupo.

La eyección de Teófilo Gutiérrez en el entretiempo fue un gesto enfático en esa dirección. Habría que ver si la sanción implícita en el cambio fue un acierto táctico. Este cronista cree que no.

¿Por qué salió Carbonero, que venía de un partido brillante y no estaba jugando mal? ¿Por qué entró Fabbro, lento e indolente desde que llegó a River? ¿Fueron cambios decididos en virtud de la ineficacia del equipo o en aras de inyectar temperamento riverplatense?

En su desconcierto, el entrenador debilitó al equipo, le quitó recursos al mover las piezas, y además estuvo lejos de aportarle la sangre caliente de un caudillo. Ni chicha ni limonada.

Más acá del rendimiento individual, el técnico de River tiene una responsabilidad central en la nueva decepción. A las modificaciones incomprensibles realizadas en pleno partido se debe sumar el armado de la defensa (talón de Aquiles durante toda la noche), otra demostración de sus previsiones erróneas, su observación deficiente.

Tal vez fue un arresto de dogmatismo, como si el tridente defensivo, al margen de los nombres, garantizara un mejor funcionamiento.

Pero dejemos de lado el quehacer más técnico. En la actitud de un equipo, mal que le pese a Ramón, se nota la influencia del técnico.

Cuando él cuestiona la disposición anímica, el escaso compromiso de sus futbolistas, se está refiriendo a una deuda propia.

La nula perseverancia en la presión sobre el rival denunciada por el DT significa falta de libreto. Falta de cohesión o de rodaje para desarrollar un argumento de juego. La actitud colectiva no se puede improvisar. Es producto del trabajo. Por lo tanto, las indefiniciones de esta índole hay que facturárselas al entrenador.

Un problema más grave es el desgano. O la omisión como ademán de rebeldía o de fastidio, que parece ser el ejemplo de Teo, crack indiscutible en constante tensión con una conducta que lo disminuye.

Estimular, insuflar confianza y entusiasmo, trazar metas alentadoras, obtener la respuesta homogénea y positiva de los dirigidos también es tarea de un líder. La más difícil, probablemente, en una feria de vanidades como el vestuario.

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