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La palabra del patrón

BUENOS AIRES -- Boca tuvo una última semana agitada, en la que emergió una supuesta interna (otra más) de ese vestuario que está a punto de convertirse en mitológico.

No vamos a insistir aquí con los pormenores, ya que fue la gran comidilla deportiva de estos días. Digamos simplemente que el ajetreo se cerró con un monólogo de Riquelme (con un pétreo Bianchi de testigo y aval) en el que se culpó al periodismo de sembrar cizaña y de poner al hincha en contra del equipo.

Como represalia, el capitán de Boca anunció que los jugadores no hablarían con la prensa. A menos que algún periodista revelara sus fuentes y dijera quién es el pérfido compañero (si es que existe) que ventila los presuntos conflictos del vestuario.

No sería una novedad que algún escriba exagere fricciones de la convivencia en busca de un título redituable. Pero tampoco sorprendería a nadie que un jugador amigo de los cronistas que frecuentan el entrenamiento les sople por lo bajo los asuntos que no se pueden deschavar a cara descubierta. Así funciona la cosa.

Pero ese no es el tema. El tema es el liderazgo de Riquelme. El diez de Boca acaparó miradas y especulaciones a partir de este entuerto y se erigió en patrón único del vestuario, hablando, según dijo, en nombre de todos, y relegando al mismísimo Bianchi al rol de comparsa.

Si bien la figura de Riquelme se recorta como el rey sol en el sistema boquense (por mérito histórico y por apoyo del público), pocas veces se había enfatizado tanto su centralidad.

Acaso parte de la explicación resida en el partido ante Racing, ese arduo triunfo que le otorgó al equipo un oxígeno indispensable. Aunque el nivel de Boca no autorice a ilusionarse con una continuidad victoriosa.

En Avellaneda, Riquelme fundó su comandancia en una gestualidad para las cámaras (recomendaciones ostensibles a sus compañeros), más que en un servicio eficaz como eje del equipo, cargo que se supone debe ejercer como prioridad laboral.

Siempre atento al ojo de los medios, por ejemplo, se lo vio tapar una lente que juzgaba indiscreta de la transmisión de Fútbol para Todos cuando daba consejos privados a un compañero camino al vestuario, en el entretiempo.

Sin embargo, su padrinazgo hizo agua en términos de juego. Tal vez por cansancio, por falta de ritmo o por otros impedimentos, su pie no tuvo la certeza ni la participación que suele esperarse.

Por el contrario, dos pérdidas de pelota con su firma iniciaron los ataques más profundos de Racing, cuando el equipo local buscaba con más sudor que talento el empate.

Con el marcador uno a uno, su reemplazo por Acosta, un joven todavía inexperto pero movedizo y muy capaz, le dio a Boca la posibilidad de alguna acción profunda. Un pase limpio de Acosta, precisamente, fue la llave del segundo gol.

A pesar de su baja performance, Riquelme no vaciló en hablar para los micrófonos apenas concluido el partido, violando la solemne amenaza proferida durante la semana previa.

Es probable que la victoria lo haya tornado locuaz y propenso a olvidar el pasado inmediato. Pero también cabe interpretar que Román, en los tiempos que corren, tiene en los medios un aliado al que necesita tanto o más que a sus colegas. Para deslizar ironías o quejarse del maltrato, no importa la materia. Las cámaras y los titulares de los diarios, al multiplicar su voz de mando, excluyente, le restituyen una distinción y una importancia que en la cancha no logra ganarse.