Alejandro Caravario 10y

Noche de contrastes

BUENOS AIRES -- ¿Existe en el fútbol la cultura del trabajo? El Cholo Simeone parece ser uno de los entrenadores que abonan esa doctrina. Pero, a diferencia de otros que sobreactúan su contracción al entrenamiento, sabe que la fajina semanal no alcanza para abrigar grandes ambiciones.

Y a falta de grandes estrellas que marquen una brecha con los competidores, el argentino confía en un suplemento de mística, de espíritu colectivo, de hambre bien entendido que, tanto o más que la preparación física y táctica, puede compensar la ausencia de pies prodigiosos.

No le importa que su Atlético por momentos tienda a aburrir. O que, en otros, ceda la iniciativa a la espera de una oportunidad. En lugar de la exuberancia del Barcelona, la bandera del equipo es la austeridad y el sacrificio. Si ha de haber un derroche, será el de energía. Dedicado por lo general a la recuperación de la pelota.

En los detalles que determinan las diferencias suelen estar el brasileño Diego Costa, un animal de área a la medida del Atlético, el turco Arda Turan, estratega de fino instinto, y un arquero que salva partidos, Courtois.

Pero la base, el alma que ha catapultado a este equipo a cuartos de final en la Champions y a disputar el título en la liga es ese deseo común, la fortaleza de ánimo (por momentos es frenesí) que en la cancha se traduce en infinidad de escenas favorables: desde la superioridad numérica en las jugadas hasta la toma de rebotes. Nada que brille, tal vez; pero para las cuentas de la gente modesta, todo suma.

Simeone, cuya postal como jugador lo muestra con un cuchillo entre los dientes, es gran responsable de esta actitud. Sólo habría que decirle que su voz de mando, su beneficioso liderazgo y el cariño del público no mermarán si, en lugar de relatar el partido a la vera del campo (una costumbre que contagia nerviosismo), se acomodara en el banco muy plácidamente como el que no tiene nada que temer. Ni que corregir a los gritos a último momento. En fin, pequeñas cosas que también suman.

El portentoso espíritu del Aleti resaltó todavía más en el choque ante el Milan. No sólo porque el local ganó con holgura y demostrando el ardor que lo distingue. También porque el equipo italiano es el reverso exacto de los españoles.

A la endeblez de funcionamiento (su defensa debe ser de las más permisivas del mundo), el Milan le sumó una tibieza escandalosa. Frente al vigor de los futbolistas del Atlético, dispuestos a ganarse una página en la historia sin ayuda de las publicidades de tarjetas de crédito, la formación italiana parecía un desfile de glorias detenidas en el tiempo. Saciadas, hartas, sin reflejos ni voluntad.

Kaká y Robinho, por caso, fueron pálidas recreaciones de aquellos futbolistas geniales que conocimos. Pero el caso más escandaloso es el de Mario Balotelli, astro precoz con más prensa que meritos deportivos, que sin embargo se maneja con una indolencia y una arrogancia propias del que ha descubierto la manija de la pelota.

Que un jugador de ese renombre no tenga ganas de jugar ya es una estafa. Pero que el entrenador Clarence Seedorf lo tolere en el campo los noventa minutos ya se convierte en un disparate.

Frente a ningún otro equipo podrían haber lucido más los atributos del Atlético de Madrid.

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