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Recife, entre cines y tiburones

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BUENOS AIRES -- Viví unos días inolvidables en Recife, esto fue hace un tiempo. Era joven y la playa y la música eran la preferencia de mi vida. La naturaleza explotaba por todas partes en esa ciudad mágica y lejana para mí.

Recife era sorprendente, nunca se acababa y combinaba a la perfección las grandes autopistas, los puentes de principio de Siglo con el mar, la playa y sus encantadoras mujeres. Lo primero que me encantó de esta ciudad es que tenía un monumento gigantesco, mirando al mar, de Manuel Bandeira, el prócer de la ciudad.

Por donde fueras había grafiteados, impresos en carteles e incluso en el piso mismo, los versos del gran poeta brasileño. ¡Estos brasileños son geniales les hacen estatuas a sus artistas!

Recife caló mucho en mi vida, creo que es la ciudad que mayor influencia poética me transmitió. Cuando me enteré que sería sede del Mundial de fútbol me alegré. No es para menos, Recife es un paraíso único ubicado en la punta noroeste de Brasil, como dándole la bienvenida al Atlántico norte.

Recife es una de las primeras ciudades a las que llegaron los portugueses. De hecho, cuando llegaron no entendían nada, imaginaron que se había muerto y estaban en el paraíso. Pero, no, señores, estaban en Recife.

Recife es la ciudad de los cines, el centro de la ciudad es pequeño, pero lleno de cines a los cuales uno puede acceder por unos pocos reales. Con la misma intensidad estos cines pasan películas actuales y de todos los tiempos.

Constantemente el pasado y el presente se mezclan en esta ciudad con una vista al mar impresionante. El mar es todo un tema en Recife. Por esas cosas de la naturaleza, Recife es la preferida de los tiburones.

Con una cercanía que asusta, los tiburones pasan a saludar a los bañistas. Si uno toma sus precauciones puede subir a una lancha y mirarlos de cerca. Plateados, largos y con dientes poderosos son un espectáculo único para el hombre de la ciudad.

Discotecas, bares, caminatas por las playas y los cines, sin duda son grandes atractivos en Recife, pero nada se compara con la vista en bote de los tiburones. A pleno día, bajo un cielo brillante y el agua transparentes se mueven estos cetáceos.

Yo me subí a uno, por supuesto, fui un gran inconsciente. Me subí al lomo de un tiburón pequeño y casi aplastándolo con mis nalgas, comencé a cabalgarlo. El agua me llegaba hasta cintura y el animal se desesperó por no poder nadar mar adentro.

El peso de mi cuerpo lo asustó y comenzó a acelerar como una moto de agua. Me agarré con mis dos manos de su aleta puntiaguda pero flexible como una goma. En un momento pensé "me va a llevar al centro del mar", pero no tenía la fuerza suficiente. Le faltaba espacio y agua, casi lo asfixio contra la arena del mar. Pero de pronto, apareció un pozo de varios metros de profundidad y el tiburón se sumergió con elegancia, rapidez y fuerza. ¡Ahora sí, íbamos buceando y yo seguía aferrado a su aleta y a su lomo!

Finalmente lo solté y nadé hasta la orilla. Pienso que será un buen ejercicio para los integrantes de las selecciones que vendrán a Recife. ¡Dense un buen baño en aleta de tiburón antes de entrar a la cancha! ¡Estarán con todos los sentidos atentos, encendidos, nadie podrá ganarles!