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El efecto Riquelme

BUENOS AIRES -- La floja campaña de Boca habilita una pregunta permanente: ¿Deben seguir en el club Riquelme y Bianchi? Como iconos de la etapa venturosa que se intenta reflotar (y líderes en el escalafón contractual), sobre ellos cae la responsabilidad de una prolongada racha de desaciertos.

Al parecer, la gente de Boca no renuncia a la gratitud. Por lo menos eso indican las entrevistas callejeras que hacen los canales de televisión. Justo es decir que Riquelme es quien cuenta con el apoyo más decidido.

En la reciente victoria sobre Godoy Cruz, el diez de Boca ofreció otro puñado de razones para volcar la hinchada a favor de su continuidad.

Según los tiempos de veteranía que corren, Román intervino con dosis moderadas de su claridad mental para orientar el resultado. Su pie certero en el pase –más que sus ampulosas instrucciones a los compañeros– sigue siendo la llave ofensiva cuando las defensas se tornan ásperas.

Corre poco, es cierto. Y su ritmo particular suele marginarlo del partido en ocasiones. Tampoco se anima mucho al área ni a reclamar la descarga de las jugadas. Pero ahí está. Dándole a Boca instantes de fluidez que de otra manera no consigue. Y, de tanto en tanto, ornando su pedestal con alguna gema como el tiro libre ante River.

Pero si bien la tribuna funda sus predilecciones en la calidad de los jugadores, luego la conexión con sus ídolos excede el rendimiento futbolístico.

La mayoría boquense sabe que la versión actual de Riquelme es notoriamente inferior a la de aquel joven que los enamoró con su pisada y, sobre todo, con sus triunfos.

También saben los hinchas que Román es pan para hoy y hambre para mañana. En cualquier momento, lesiones de diverso calibre pueden dejarlo fuera del partido del domingo o del resto del torneo.

Sin embargo, su presencia le da otro volumen al equipo. Y ya no hablamos solo del talento. Sino de cómo algunos apellidos, algunas figuras que surcan la cancha portando una historia feliz y el reconocimiento unánime de propios y extranjeros, expanden el alcance de una camiseta.

Cada vez que sale a la cancha, Riquelme revaloriza los colores de Boca. Y no es inercia de antiguas glorias. Es puro presente.

Sin embargo, no se trata de cotizaciones, sino de lazos afectivos. El público, cuando la relación con un jugador es tan duradera y próspera, no funciona como una mesa evaluadora. No califica según la eficacia de una actuación. Su motor es el cariño. Simplemente acompaña, alienta, goza de esa presencia como quien goza en casa de un invitado entrañable.

Salvando las distancias (aunque con él, las distancias son siempre insalvables), algo similar ocurría con Maradona durante su largo ocaso deportivo. Un genial cronista dijo que la gente iba a la cancha a verlo trotar, así como los tangueros iban a escucharlo toser al deteriorado Polaco Goyeneche de las últimas canciones. Apenas eso. Eso que justifica sacar una entrada el fin de semana o elegir un club para toda la vida.