Washington Cucurto 10y

¡Belleza y buena onda!

BUENOS AIRES -- Hola queridos lectores, por esas cosas de la vida, me enviaron un mail urgente de Manaos (acaba de ser editado un libro de mi autoría por una importante editorial de esa ciudad).

Luego sonó mi teléfono:
--¡Ring, ring, ring!
Levanté el tubo escuché a través de él:
--¿El señor Cucurto, argentino?
--El mismo en carne y hueso. Respondí.

La voz tenía un dulce toque femenino. Un olor a belleza portuguesa o brasileña que me envolvió como a un mono. Me invitaban a Manaos, a conocer una de las ciudades del Mundial y a estar alojado en el primer hotel ecológico del continente. En pocas palabras, dormiría rodeado de exóticos animales. Avestruces, grandes pájaros de colores, loros gigantes, tortugas terrestres demenciales y grandes guacamayos y pavos reales. Tengo suerte, amigos. ¡La experiencia seria inolvidable!

Cuando llegué al Aeropuerto de Manaos, me esperaba un jeep lleno de arena y plantas gigantes en su parte trasera. Venía ocupado por una rubia y una morocha, dos bellezas autóctonas de la ciudad. Muchos dicen que las temidas Amazonas no existen, pero frente a mi tenía a dos y muy afectivas en su proceder. Nunca en mi vida había llegado tan lejos, casi en el corazón mismo de mi continente. Cerca de Venezuela prácticamente.

Todo era una inmensidad de árboles, flores, ríos y animales. Era evidente que estaba en el medio de la selva y que el Río Amazonas cambiaba de nombre y la envolvía en dos afluentes llenos de color y vida.

¡Manaos, qué ciudad por Dios! Tal vez sea, sin exagerar, la ciudad más bella del Planeta.

Dimos una vuelta en el jeep por la ciudad, pasamos por el Teatro Amazónico y luego fuimos a comer al Mercado Municipal Adolfo Lisboa, al costado del Río Negro. Comimos una especular comida amazónica que consiste en caldos calientes de porotos y carnes fritas.

En Manaos estalla el verde en todas partes. Pero, después de comer tuve mi sorpresa.Mis dos anfitrionas, cortaron camino por un bosque, una selva, un espacio natural, salvaje, húmedo y oscuro y vi como miles de animales se arrojaban por encima de nosotros, con la idea de sacarnos la cabeza. Mugidos, rugidos, chillidos, alaridos, maullidos, ladridos y todo tipo de escarceos animales se escuchaban a nuestro alrededor.

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-Caro Cucurto, para ir a su hospedaje, debemos cruzar la selva. Me dijeron las bellas.

Me conmoví, me emocioné y por último me ilusioné con verme dormido en una cama con una de estas chicas anfitrionas y quedarme a vivir en esta ciudad, rodeado de animales, flores y plantas exóticas. Sentí que mi vida después del mundial podía cambiar rotundamente. ¿Formar una nueva familia en medio de la inmensidad de la naturaleza? ¿Convertirme en pescador y treparme a los árboles a descolgar mangos enormes? En Buenos Aires, vale cien pesos el kilo de mangos...

Con el correr de los días, hospedado felizmente en el hotel ecológico, comencé a pensar que no era tan delirante mi aventura y que Manaos me estaba envolviendo con su calor, su amor, su belleza única. A todos los que vayan para el Mundial, atentis: pueden enamorarse peligrosamente.

No sé ahora qué selecciones jugarán en Manaos, pero desde ya les digo, tengan cuidado, la belleza y el afecto, con las cualidades más valiosas de Manaos.

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