Jordi Blanco
Corresponsal
10y

La Final de la Copa del Rey llega en el momento más triste de Messi

BARCELONA -- Lionel Messi nunca ha perdido tres partidos seguidos con el Barça. De hecho, de la actual plantilla azulgrana apenas Xavi, Puyol y Valdés conocen esa sensación olvidada en el tiempo. Cuando a finales de enero de 2003 Louis van Gaal fue despedido del cargo y el Barça enlazó tres derrotas ligueras, Leo era un crío de 15 años que maravillaba en las categorías inferiores pero de quien apenas se sospechaba llegaría a romper todas las marcas del fútbol mundial. Hoy, al cabo de once años, la Pulga lidera a un equipo que se enfrenta, a través de una final, a su historia. Para no repetirla.

De Van Gaal a Vilanova, el devenir del Barcelona mutó desde el fracaso a la excelencia antes de caer en esta depresión actual con que, a las órdenes de Gerardo Martino, afronta una final sin vuelta atrás y en la que el '10' es protagonista de excepción. En los últimos meses han sido tantos los que de una u otra manera han intentado dar por acabado su reinado en el entorno de un campo que cada partido, cada actuación, cada triunfo o cada tropiezo ha sido examinado con lupa.

De Leo nadie duda en el Barça. O nadie debería o nadie se atreve a admitirlo. Pero en el universo azulgrana se ha instalado de forma grave una sensación de tristeza entorno a él que provoca una sospecha permanente. Apenas tres semanas después de liderar el asalto liguero al Bernabéu y multiplicar los sueños con tres goles y una exhibición en el último Clásico, Messi pasó en silencio por el Calderón sin ser capaz de conducir a los suyos a la semifinal de una Champions de la que le echó sin miramientos el Atlético de Madrid. Y al cabo de tres días, en Granada, la depresión alcanzó la cúspide con una derrota que le señaló por su nula trascendencia en el campo.

Con la Pulga no existe el término medio. Por mucho que la hinchada sigue fiel a su héroe y responde con ánimos cada una de sus apariciones en el Camp Nou, los medios no le ofrecen ya coartada ninguna y sus dos últimos partidos merecieron una crítica que puede llegarse a entender despiadada.

Así se presenta a la final menos alegre que se le recuerda al Barcelona y, por supuesto, a su estrella más rutilante. Sin tener en cuenta todas las vicisitudes que atravesó desde que se lesionó hace ahora un año, que siguió con la denuncia de Hacienda, el escándalo de una noticia (que se demostró falsa) en que se relacionaba a su padre con el blanqueo de dinero a través de la droga, su lesión en el campo del Betis, los problemas con un contrato que el club se resiste a adecuar... Un año infernal que en clave Barça degeneró esta última semana con la pérdida de un título y medio y le tiene en puertas de una final sin vuelta atrás. Y todo ello con el Mundial de Brasil a la vuelta de la esquina, en que su figura es contemplada como trascendental en la suerte que pueda tener Argentina.

Millonario. Pero persona. Divino en el campo pero persona al fin y al cabo, como todos, a Leo Messi no se le ha apagado ese fútbol que regaló al mundo desde el día en que Frank Rijkaard le dio la alternativa en un amistoso jugado en Oporto frente al entonces equipo de Mourinho, que tampoco podía sospechar que ese jovenzuelo argentino acabaría por representar junto a Guardiola la peor de sus pesadillas en un futuro no demasiado lejano.

Este miércoles Messi regresa a Mestalla, al estadio en que un 13 de mayo de 2009 estrenó la catarata de títulos que consiguió bajo el mando de Pep Guardiola. Han pasado cinco años y parece que transcurrió una eternidad. Ni la derrota de dos temporadas después frente al 'guerrillero' Real Madrid de Mou se encajó con el ambiente previo a este encuentro que asoma frente al mismo rival en una final con sabor desconocido.

A pesar de su silencio, Leo tiene plena conciencia de lo que se cuece alrededor de su persona y también del equipo. Si no lee la prensa directamente está igualmente al tanto de lo que se escribe y de lo que se dice en tertulias de todo tipo en que todos parecen, o se creen, con el derecho de pontificar acerca de él. Triste o alegre, tímido o soberbio, sobre Messi se ponen siempre todos los focos esperando 'algo'. Para bien o para mal, nunca deja indiferente.

Y quizá sea por esa simple razón, por el ascendente que no se le supone, sino que posee, que la final de este miércoles ante el Real Madrid sea contemplada como la oportunidad mayúscula de dar un golpe sobre la mesa y dar a entender que el fútbol vive más allá del éxito permanente en lo que a títulos se refiere pero, a la vez, se reserva el lugar adecuado para sus héroes.

Porque Leo Messi nunca perdió tres partidos seguidos vistiendo de azulgrana. Y no se entiende que pueda estar dispuesto a estrenar tan triste record en una jornada tan señalada como la de este miércoles.

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