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Guardiola previno la crisis del Barça

BARCELONA -- Vitor Baia, Laurent Blanc, Giovanni Silva, Ronaldo, Luis Enrique, Fernando Couto, Juan Antonio Pizzi y Emmanuel Amunike. Son los ocho jugadores que, de una tacada, fichó el Barça en el verano de 1996, en una revolución de vestuario que se llevó por delante a Kodro, Hagi, Jordi Cruyff, Carreras o Velamazán y que convirtió la apuesta del rondo y la cantera en pasado.

Al año siguiente (1997), Núñez cambió a Robson por Van Gaal y con el holandés se incorporaron a la plantilla Hesp, Reiziger, Bogarde, Rivaldo, Anderson, Ciric y Dugarry. El rosario de cambios en el plantel enloqueció de mala manera al barcelonismo, machacado por un discurso institucional que repetido en los medios daba a entender que el Cruyffismo estaba pasado de moda y que se imponía un nuevo modelo futbolístico en todos los órdenes.

¿Les suena familiar? El presente en el Barcelona no se adivina tan diferente a aquella época que desembocó en una de las peores crisis deportivas e institucionales que se recuerdan, que condujo al club a la depresión y que en 2003 alcanzó el cénit, con el equipo clasificándose para la Copa de la UEFA en la última jornada de la temporada.

Partido el Barça en dos, recordar la fractura que se produjo hace 18 años no hace otra cosa que advertir el creciente divorcio que se observa en la actualidad. Rijkaard recuperó el discurso del balón y Guardiola lo convirtió, lo reconvirtió, en dogma. Pep devolvió el futbol azulgrana a las esencias del cruyffismo y hasta lo mejoró en todos los aspectos. Y el Camp Nou volvió a disfrutar. A ganar, sí, pero de esa manera que se consideró innegociable.

Y que hoy está en cuestión. "Esto no será eterno. Un día dejaremos de ganar y entonces hemos de ver si existe realmente fe en esta forma de ser y de jugar" advirtió un día el hoy entrenador del Bayern, hondo conocedor del barcelonismo y que expresó sus dudas respecto a esa 'paciencia' que no se observa por ningún lado. "Si el club es firme en las convicciones, saldrá adelante, pero eso hay que verlo porque en los malos momentos las ideas se tambalean", concluyó en un discurso que cobra absoluta vigencia.

Absoluta porque el Barça está atrapado en el callejón de las dudas, aquel en que gana terreno el discurso del mismo cambio que se forzó en 1996. Se mira al Vicente Calderón y se da por hecho que el físico ha derrotado al rondo y el dictado afirma que se ha acabado una moda y se impone un cambio de tendencia, sin saber exactamente cuál es, pero sí enterrando el Guardiolismo sin reservas. Por muy glorioso que fuera.

En un peligroso retorno al pasado, en el que los resultados han evidenciado las carencias de un futbol que abandonó la cultura del esfuerzo, el Barcelona zozobra en todos los escenarios. Señalado por la justicia a través del fichaje de Neymar, la sanción de la FIFA es el último, de momento, capítulo de una novela cuyo desenlace no se promete feliz.

Ahora, a la espera del perdón de Blatter o del auxilio del TAS, se multiplican las quinielas en que los fichajes ocupan listas cada vez más extensas. Y en paralelo se habla de entrenadores para sustituir a Gerardo Martino sin entrar a considerar si lo que ofrecen es lo que precisa de verdad este vestuario.

Hace tres años Guardiola avisó de la decisión a la que se enfrentaría el Barcelona cuando llegasen los malos momentos. Advirtió de la importancia suprema que tendría la firmeza en la personalidad pero, quizá, pasó por alto lo principal de todo. Más allá de la grada, más allá del vestuario, el club en sí mismo es el que ha cambiado la hoja de ruta.

Hasta el punto que ni Messi está a salvo de un remolino cada vez mayor. Probablemente sería el momento de reflexionar.