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Una criatura enigmática

BUENOS AIRES -- Tal vez como gesto de despedida (el año que viene abdicará, según anunció), don Julio Grondona logró que el comité ejecutivo de su AFA levantara la mano al unísono una vez más, ahora para aprobar una transformación radical en el fútbol argentino.

A partir del año 2015 habrá treinta equipos en lugar de veinte (un módico incremento del cincuenta por ciento), lo que en principio generará algún tumulto y una que otra presencia no del todo merecida en la categoría mayor (el décimo del próximo torneo de la B Nacional ascenderá con idénticos derechos que el campeón).

Pero más allá de peculiaridades y de que no se registran parangones en el mundo de un certamen tan concurrido (la FIFA lo desaconseja), la pregunta del millón es por qué.

La reciente creación de AFA suena a desmesura y, al menos entre el público, no ha cosechado demasiados apoyos. Claro, quizá los hinchas de Chicago -por poner sólo un ejemplo-, club que está por ascender a la B Nacional, vean con excitación la posibilidad de sortear en un semestre una categoría y regresar por un tubo a la Primera.

Son entusiasmos que se comprenden, pero no pueden aplicarse como criterios para diseñar una competencia profesional, que se pretende rentable.

Los argumentos esgrimidos en la superficie hablan de fomentar "los proyectos de largo plazo", una "mayor paciencia y tolerancia" y la federalización del fútbol.

Si fueran ciertas estas razones, se podría organizar un torneo de 150 equipos y tres años de duración. De ese modo, hasta la barriada más humilde del interior tendría su representante en la Primera y las urgencias de hoy se convertirían en un amable tedio.

Los equipos podrían perder 25 o 30 partidos al hilo y ningún hincha se sobresaltaría, pues habría infinidad de revanchas, de meses y años prósperos en los cuales revertir la mala racha. Y todo dentro de un mismo campeonato.

Nada de esto es creíble. El móvil de la transfiguración del fútbol es una vez más el dinero. Los clubes tienen bolsillos de payaso, que nunca se colman. Y la AFA consiente, en estricta violación de su propio estatuto, las administraciones irresponsables. Así que siempre hay que generar mayores ingresos.

La cuestión es que este torneo, a menos que haya cláusulas ocultas (y mágicas), no parece ofrecer las mejores posibilidades de fortalecer la caja.

Con que los clubes se ahorren los gastos de una pretemporada no hacemos nada. Tampoco habrá más partidos para explotar las boletarías.

Todavía no existen garantías de que el Estado aumente la cantidad anual que le destina al fútbol y el viejo anhelo del Prode bancado sigue siendo, por el momento, eso mismo, un anhelo.

Si la financiación estatal a través de Fútbol para Todos no varía sus montos, los diez clubes que asciendan mantendrán su caché de la segunda categoría. Es de esperar que, en tal caso, no se les ocurra reforzar sus equipos más allá de los fondos disponibles y la prudencia recomendable porque provocarían el efecto exactamente inverso al buscado por AFA.

Pues bien, con el correr de los días acaso surja el motivo oculto, la llave que destrabe el enigma y le otorgue sentido a una transformación que hasta aquí no lo tiene.

Por lo pronto, hacer más severos los controles de las tesorerías e impedir los habituales dislates de los clubes (pensar que el hombre que hundió a Colón era el niño mimado de AFA) es un buen modo de reducir el riesgo de colapso por el que siempre parece atravesar el fútbol.