Leonardo Ayala 10y

El malabarista de Ciudad Evita

BUENOS AIRES -- Vuela la raqueta. Una y mil veces. No se le cae ni la tira, más allá de que alguna que otra vez haya descargado su ira de esa manera. Hace malabares. La maneja cómo quiere. Pega derecha, revés a dos manos, gana el punto y vuelve a volar su raqueta. No hace magia. Su tenis va por otro lado. Esfuerzo, voluntad, perseverancia y humildad, sus marcas personales. Y los malabares, claro. En los tiempos difíciles, supo cómo salir. En momentos delicados, de juego y también personales -como cualquiera-, se abrió paso. Y vuelve a volar su raqueta, en la esquina de su casa o en París. Da igual. Jamás olvidó sus raíces. El malabarista de Ciudad Evita.

Julián Alonso, Diego Nargiso y Mashiska Washington. Tres nombres que no dicen nada uno pegado al lado del otro, salvo que se hiciera emisión a los tres primeros verdugos de Juan Ignacio Chela en partidos ATP, en 1999. Todos jugadores fuera del Top 160. Recién ante el último de ellos, en su debut sobre hard, logró su primer set. Con el cambio de milenio, nuevos aires. Su primer desafío del año, en México, luego de dos meses y medio sin partidos oficiales. El objetivo: su primera victoria en el circuito. Y se dio. Triunfo ante Byron Black. Siguiente reto: Gustavo Kuerten, por entonces N°6 del mundo y campeón en Roland Garros 1997. También triunfo. Aún con un récord negativo (2-3), ya contaba con un éxito ante un Top 10. Y la semana terminaría de la mejor manera, con el título. En apenas su cuarto torneo en el circuito. Increíble y asombroso. Digno de un malabarista. Pocos meses después, en ese mismo 2000, caerían en sus redes Tim Henman (10°) y Yevgeny Kafelnikov (3°; ex N°1). Era cosa seria. El show ya estaba en marcha.

Hace frío. Ni siquiera una campera ayuda a paliar la baja temperatura que envuelve al banco blanco que se encuentra a unos tres metros de las canchas de tenis. Hoy ése es el único refugio en Mitre. El bar no abre sus puertas los lunes a raíz de la nula actividad del sector de golf, el área que salva sus arcas mes a mes. En verano se disfruta al sol. En invierno, se sufre. Y Ahí, firme, su madre. Con un termo con agua caliente y sacos de café y té para convidar. Firme las tres o cuatro horas que duraba el entrenamiento. Los tiempos no le daban para volver de Albarellos y General Paz hacia Ciudad Evita; y regresar. Por eso, esperaba. Miraba atenta, sin hacer ademanes ni emitir palabras hacia el otro lado del alambrado, donde estaban las canchas de polvo de ladrillo. Todos la veían. Todos sabían de ella. Todos esperaban por esa semana en París.

El Flaco llegaba a Roland Garros con algunas credenciales. Su nombre salía con el N°22 en la siembra y con el antecedente positivo de haber ganado unos meses antes el ATP de Estoril, con una más que interesante final ante Marat Safin. Sus tres títulos sobre arcilla fueron reflejados en las primeras dos rondas, con victorias en sets corridos ante el israelí Harel Levy y el español Fernando Verdasco. En tercera, otro ibérico. Y con un palmarés que asustaría a cualquiera: Alex Corretja. El catalán arribaba en el cierre de su carrera, a cinco años de haber tocado el N°2 del mundo, pero con la ilusión de repetir las finales de 1998 y 2001. Cuatro sets y a octavos de final, donde eliminó por la misma vía al francés Olivier Mutis, uno de los últimos locales en quedar de pie. Era turno de Tim Henman.

Ya va a despegar. Potencial tiene. Sólo le falta hacer el click. Frases que aún resuenan en el club Mitre. A los 15 años, los resultados en los torneos aún no irradiaban lo que él brindaba día a día en los entrenamientos. Mientras, él, de buen humor, regalando chistes a doquier y haciendo malabares con su raqueta. Una y otra vez. Su herramienta de trabajo volaba, daba miles de vuelta y volvía siempre a su mano. Tenía todo bajo control, en los malabares y en el tenis. Era sólo cuestión de aguardar por el estallido. Y llegó, nomás. Un ordenamiento, una serie de tres torneos nacionales para conseguir ranking de inicio para la siguiente temporada, encontró su mejor versión. Sumó triunfos, ganó en confianza y, finalmente, despegó. Ahí cambió todo. Comenzó un camino nuevo, que lo terminó depositando en el N°15 de la ATP, le dio seis títulos y lo dejó enmarcado como uno de los seis argentinos en pasar las 300 victorias en el circuito, honor que comparte con Guillermo Vilas, José Luis Clerc, David Nalbandian, Juan Martín del Potro y Martín Jaite.

Impensado una semana y media atrás. El inglés danzaba sobre el piso rojo de París de la mano de su coach Paul Annacone. Su propósito de atacar en cualquier superficie le dio rédito en las primeras cuatro rondas, en las que vivió dos momentos críticos ante tenistas franceses: Ciryl Saulnier y Michael Llodra lo forzaron a levantar un 0-2 en sets y ganar en el quinto. Henman, en silencio, avanzaba y veía cómo Andre Agassi y Mark Philippousis, dos de los favoritos en su llave, se iban en el debut. Siempre soñó con Wimbledon. Las semifinales se lo negaron en cuatro oportunidades en La Catedral. Ahora tenía su revancha del otro lado del Canal de la Mancha, pero era una incógnita. Si bien se había ganado el pase a cuartos de final en buena ley, su mejor triunfo había sido ante el N°79. Las otras tres victorias, ante jugadores por fuera del Top 90. No falló. Fue un verdadero vendaval en una jornada con nubes cargadas de lluvia y se convirtió en el primer británico en estar entre los mejores cuatro en París en 41 años, luego del paso de Mike Sangster en 1963. Y también se quedó con las ilusiones de Chela.

El tenis del Flaco de Ciudad Evita siguió girando y tuvo, tiempo después, una especie de revancha. Ya en la curva descendente de su carrera, mostró que aún tenía resto. Se subió a un impecable Torino amarillo, en una pintoresca historia retratada por ESPN, y volvió a cuartos de final de Roland Garros. Su barrera, tal como en 2009 y 2010, fue Andy Murray. Otra vez un británico. Cosas del destino. "Lo veía muy lejos. Que siete años más tarde esté en cuartos es increíble", remarcaba de todas maneras el argentino en conferencia tras su paso por París en 2011. Pese a su grata celebración, esto no quitó la espina. Por lo menos así lo reconoció en el diario español Marca, una vez ya retirado. "La derrota que más me dolió fue la de Henman en los cuartos de final de Roland Garros 2004, porque en caso de avanzar los cuatro semifinalistas hubiéramos sido argentinos. Era un partido para ganar, pero él fue muy superior y me venció en tres sets", conmemoró. Ese día el malabarista no pudo dar su función...

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