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Historia de los JJ.OO. - Tokio 1964

BUENOS AIRES -- La imagen de Yoshinori Sakai nunca se borró de mi mente, al verlo ingresar al estadio olímpico como último portador de la llama olímpica. Ese joven de 19 años, había nacido el 6 de agosto de 1945, el día de la explosión de la bomba atómica sobre Hiroshima y constituía el mejor de los símbolos llamando al reinado de la paz en el mundo.

Ese mensaje sobresale netamente sobre lo acontecido antes y durante los XVII Juegos Olímpicos de Tokio 1964, organizados por Japón con la mentalidad de divulgar su recuperación y la de su industria que ya empezaba a invadir los mercados del planeta.

Muchos dijeron: "Nunca habrá una Olimpiada como la de Roma". Cuatro años mas tarde tuvieron que reconocer que Tokio la había superado. Los japoneses tomaron los Juegos como una empresa en la que se jugaba el honor nacional, haciendo recordar el comentario de Carlomagno: "Allá, en el sol naciente existe un pueblo que cuando debe luchar se une como lo hacen los dedos de manos para formar un sólido puño".

Así, a pesar de estar pagando indemnizaciones a los vencedores, invirtieron una cifra millonaria, transformaron la vieja ciudad de 11 millones de habitantes, con calles sin nombres y sin números, demoliendo vetustas casas para construir modernos edificios, una red de ocho autopistas y un monocarril aéreo de 13 kilómetros para unir el aeropuerto con el centro ciudad.

En ese sentido, no se quedaron atrás respecto de las instalaciones deportivas. Ampliaron el estadio del parque Meije, en el de Kamasawa se creó un amplio complejo con gimnasio, estadio cerrado, un velódromo, canchas de hockey sobre césped, una monumental recinto para la natación y los saltos ornamentales, con capacidad para cerca de 14.000 espectadores, y el famoso Judokam Hall.

La Villa Olímpica, muy cercana al Estadio, constaba de edificios de cuatro pisos y bungalows. Un impactante conjunto de obras que llevó al presidente del COI, Averige Brundage, a decir: "Estoy ante la catedral del deporte"

Inauguraron los torneos preolímpicos, para tener en cuenta los detalles organizativos y todo funcionó como un reloj e, inclusive, editaron diariamente una publicación, en inglés, francés y japonés, para ser distribuida entre los atletas y los 3.204 periodistas acreditados. Y la venta de los derechos de televisión por 1.577.000 dólares constituyó un valiosísimo aporte para la financiación de la organización.

LA HAZAÑA DE DAWN FRASER
"Sabía que tenía que ganar o morir. Era la cosa más grande de mi vida y mi corazón latía muy fuerte en el momento de la partida...". Antes de la final del 100m, libre, la nadadora australiana Dawn Fraser no dudaba de la importancia que representaba esa prueba para su carrera deportiva.

La traviesa Fraser tenía como antecedente las medallas de oro en esa distancia obtenidas en Melbourne y en Roma. Su objetivo era sumar un tercer oro consecutivo, algo que, hasta ese momento, ningún nadador había conseguido. Pero Dawn, tenía conciencia que su estado no era el mejor.

El 29 de febrero de 1964, la primera y única mujer que nadaba en esos tiempos por debajo del minuto, había superado la barrera de los 59s, al emplear 58s9, marca que se mantendría como récord mundial hasta 1971. Pero, 15 días después, sufrió un terrible accidente automovilístico, en el que murió su madre y ella quedó gravemente herida.

Durante un mes y medio tuvo que llevar un cuello ortopédico que le impedía entrenarse. Apenas pudo ingresar al agua se dedicó de pleno a prepararse en procura de lograr la hazaña.

A los 27 años, llegó a Tokio carente de un estado metal y físico ideal. En la serie, igualó su récord olímpico (1:00.6) y en semifinales bajó el minuto (59.9).

En la final, su rival era la estadounidense Sharon Stouder. La salida de Fraser fue perfecta. Estableció el ritmo de carrera, pero faltando 25 metros, Sharon, de 15 años, tomó la delantera. La australiana realizó el último esfuerzo y se queda con su tercer oro en 100m, libre, con 59s5.

Unos días después, la turbulenta Dawn Frazer volvió a ser noticia. Fue arrestada por la policía japonesa por complicidad en el robo de la bandera olímpica que ondeaba en el Palacio Imperial. El emperador Hirohito la eximió de pena y le regaló la bandera, pero la federación de su país la suspendió por diez años. De esa manera, concluyó la carrera de una de las grandes nadadoras de la historia, con un palmarés olímpico de cuatro medallas de oro y cuatro de plata.

EL CANTO DEL CISNE
Todo comienza y todo termina en la vida. Tokio asistió al canto del cisne de la gimnasta soviética Larisa Latynina. A punto de cumplir los 30 años, una edad casi prohibitiva para este deporte, Larisa conservaba la belleza y la delicadeza de sus cautivantes movimientos.

La gracia flotaba a su alrededor y maravillaba con sus desplazamientos. Los estudios de danza clásica de su niñez aportaron lo suyo, pero fue su talento natural la convirtieron a Larisa Semyonovana Latynina, nacida en Ucrania, en una de las diosas de las gimnasia.

Sus antecedentes indicaban cuatro oros en Melbourne y tres en Roma. Ya llevaba cosechado otros dos en Tokio, cuando apareció en escena la checoslovaca Vera Caslavska y le dejó solo la plata en la clasificación general. En ese instante comprendió que su trayectoria había concluido y se escuchó el triste canto del cisne ucraniano.

Detrás de sí, dejaba la estela de un récord aún no superado en la historia olímpica. En su fino y blanco cuello colgaban 18 medallas, nueve de oro, cinco de plata y cuatro de bronce, mientras con su gracia habitual se despedía del azul tamiz.

ABEBE BIKILA CON ZAPATILLAS Y UN TRAGICO FINAL
El maratonista descalzo, asombroso ganador de Roma, le pasó de todo antes de competir en Tokio. En los meses previos, el etiope Abebe Bikila fue acusado en su país de formar parte de un complot militar, del que realmente nunca fue integrante. Esto le valió varios meses de cárcel, pese a la cercanía de los Juegos Olímpicos y ser héroe nacional.

Por si fuera poco, una vez liberado y en plena preparación, una apendicitis determinó su operación 40 días antes de la fecha establecida para la maratón. Lógicamente, ya no era el favorito y hasta muchos dudaban de que pudiese completar los 42km195.

A la hora de la verdad, allí estaba, con su delgadez, con sus finos bigotes, su mirada chispeante, pero luciendo zapatillas blancas como contraste de aquellos pies descalzos de color de ébano, para demostrar con su estilo, ya convertido en arte, la capacidad motora de la raza africana.

Bikila demolió a sus rivales. Cruzó la meta con una ventaja de cuatro minutos respecto del segundo y dejó constancia de su potencial con una marca de 2h12m11 segundos, y un promedio de 19km152 por hora, algo nunca antes visto. Si eso fuera poco, ya convertido en el único ganador de dos maratones olímpicas consecutivas, maravilló al público haciendo una serie de ejercicios como si quisiese dejar en evidencia que no sintió en lo más mínimo semejante esfuerzo.

En México 1968 no pudo completar el triplete. Convaleciente de una fractura de la pierna derecha, abandonó a los 17km. En marzo de 1969 la existencia de Bikila se opacó cruelmente por un accidente automovilístico. Durante ocho meses fue asistido en un hospital de Londres, del que salió paralítico y en silla de ruedas.

Una multitud dolida y llorosa lo recibió a su regreso a Addis-Abeba. La gente que por mucho tiempo lo aclamó, no se acostumbraba a verlo en esas condiciones. Así, enfermo, con sus piernas muertas y una triste sonrisa, Abebe Bikila, el mejor maratonista del mundo y primer ídolo de Africa, terminaba su ciclo en la tierra. Una hemorragia cerebral acabó con su vida el 25 de octubre de 1973, a los 41 años.

UN PROFESOR DE MATEMATICAS Y LA PROTESTA DE UN BOXEADOR
Cuando los alumnos se enteraron de que su profesor de matemáticas iba a intentar clasificarse para los 400m de los Juegos Olímpicos, murmuraron por lo bajo: "Tiene 31 años y, si bien de joven se dedicó al atletismo, las lesiones destrozaron sus piernas. ¿Recuerdan cuando se rompió el tendón de Aquiles?". Y dijeron: "¡Es un iluso!".

Pero Mike Larrabee consiguió clasificarse e integrar el equipo norteamericano para Tokio. Nadie apostaba un céntimo por él. Ni en su país, ni en el mundillo atlético. Estaba en la sexta ubicación en los 200 metros. Se mantenía lejos al ingresar a la recta. De repente, arrancó como una saeta. El público se puso de pie. Sus rivales parecían postes y sobre la línea de llegada superó a Wendell Mottley, de Trinidad-Tobago. Después de 32 años, un blanco había vuelto a triunfar en esa distancia.

Y para cerrar, un episodio que recorrió el mundo. Las cámaras de televisión estuvieron enfocando durante 55 minutos la imagen de un boxeador sentado en un banquito en el centro del ring. El surcoreano Choh Dong-Kih no admitía su descalificación por mantener la cabeza demasiado baja y no había manera de convencerlo a que abandonará el cuadrilátero. Al final, lo convencieron medio por las buenas, medio por las malas, tras ingresar en la historia de los increíbles hechos olímpicos,

DATOS COMPLEMENTARIOS
Brillaron las estrellas en Oriente
El remero soviético Vyacheslav Ivanov obtuvo su tercera medalla consecutiva en single sculls y en atletismo, lo mismo sucede con el estadounidense Al Oerter, en el lanzamiento de disco, a pesar de haber sufrido una ruptura del cartílago de una costilla una semana antes de competir. Lo hizo con un corsé ortopédico, desoyendo la inactividad de un mes indicadas por los médicos.

En el atletismo, por primera vez las pruebas se realizan sobre una pista ocho andariveles y la ausencia de Wilma Rudolf, la Gacela negra, fue cubierta por su hermana de color Wyomia Tyus, de 19 años, que iguala el récord de Wilma y deslumbrará en México.

Una polaca, de 18 años, comenzó una espectacular trayectoria que se extendió durante cinco Juegos Olímpicos. Se trataba de Irena Kirszentein, al ser medalla de oro en la posta 4x100 y de plata en 200 metros y el salto en largo.

La rumana Iolanda Balas, quien dominó la prueba de salto en alto desde 1957 hasta 1967, obtuvo su segunda medalla de oro consecutiva. La soviética de origen ucraniano Tamara Press volvió a ganar el oro en el lanzamiento de la bala y en esta oportunidad también triunfó en el lanzamiento del disco.

Después de ocho años
La australiana Elizabeth Cuthbert ganó los 400 metros y contabilizó su cuarta presea de oro. Las tres anteriores las obtuvo ocho años antes en su país. En 1960, en Roma, tuvo que retirarse en las eliminatorias de 100 metros por una lesión en un tendón.

El neozelandés Peter Snell hace doblete, se lleva el oro en los 800 (como en Roma, cuatro años antes) y también en los 1500 metros.

El rubio norteamericano Donald "Don" Schollander, de 18 años, se convirtió en el primer nadador en lograr cuatro medallas de oro en un mismo Juego, al ganar los 100, 400, 4x100 y 4x200 metros, libre.

El boxeador Joe Frazier ganó la medalla de oro de los pesados. En 1970 se consagró campeón mundial profesional y sostuvo memorables combates con Classius Clay. El básquetbolista William "Bill" Bradley, quien descolló en la NBA y fue senador de los Estados Unidos, integró el seleccionado estadounidense que ganó el torneo por sexta vez consecutiva.

Incorporación del voleibol
Luego de ser deporte de exhibición en París 1924, el voleibol es incorporado al programa oficial. El primer torneo olímpico masculino lo ganó la Unión Soviética; segundo fue Checoslovaquia y tercero finalizó Japón. En el certamen femenino se impuso Japón, seguido por la Unión Soviética y Polonia.

Carlos Moratorio, la única medalla argentina
Carlos Moratorio salvó el honor de la delegación argentina constituida por 129 deportistas. Con su caballo Chalán, Carlos Moratorio se lució en la prueba de Adiestramiento y obtuvo la medalla de plata. Por esa notable actuación, única en la equitación de su país, fue distinguido con el Olimpia de Oro de ese año.

Otra actuación de mucho valor fue la del remero Alberto Demiddi, quien finalizó cuarto en single scull.

El fútbol argentino retornó a los Juegos Olímpicos con un seleccionado amateur, en el que estaban futuros grandes jugadores profesionales como Roberto Perfumo y Agustín Cejas, pero empató con Ghana, perdió con Japón y quedó eliminado.

Cuba consiguió una medalla de plata por intermedio del velocista Enrique Figueroa Camue, quien escoltó al fabuloso Robert Hayes en los 100 metros, igualando el récord mundial, con 10 segundos.

Brasil, en básquetbol; México y Uruguay, con los boxeadores gallos Mendoza y Rodríguez, respectivamente, obtuvieron una medalla de bronce cada uno. Dos de plata y tres de bronce fueron la pobre cosecha de los países latinoamericanos.

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