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Historia de los JJ.OO. - Atlanta 1996

BUENOS AIRES -- Muchas y variadas denominaciones se le pueden dar y se le dieron a Atlanta 1996. Desde los Juegos del Centenario hasta los del Mercantilismo. En mi caso, después de asistir como periodista a Montreal, Moscú, Los Angeles, Seúl y Barcelona, significaron vivir en el corazón de los Juegos, al hacerlo como jefe de prensa de la delegación de la Argentina.

Existió una diferencia notable entre la visión captada en plena competición y la de formar parte de la Villa Olímpica. Fue estar del otro lado del mostrador. Fue conocer la intimidad de los habitantes de una gigantesca casa: la de los atletas, entrenadores, auxiliares, médicos y dirigentes.

Entonces, advertí su similitud a cuanto sucede en la viña del Señor. Surgió a través de las observaciones de las actitudes de los actores. Estaba el deportista concentrado en su meta, al cual se lo veía muy poco. Estaba el deportista turista, constante habitante de los centros de esparcimiento y de las prolongadas tertulias en el comedor, donde degustaba cuanto deseaba, con la voracidad de un recién rescatado de una isla desértica, para regresar a su país con varios kilos de más.

Con los dirigentes sucedió algo similar. Algunos eran esclavos de sus funciones, dignos de ser admirados. Otros, en una proporción bastante mayor, eran quienes desayunaban, asistían a cierta actividad para hacerse ver, paseaban y retornaban para cenar y dormir. Es decir, disfrutaban de los beneficios de pertenecer a la familia de los zánganos de la colmena olímpica.

EN EL GEORGIA INSTITUTE TECHNOLOGY
Al margen de lo positivo y de lo negativo de quienes integran la afamada Familia Olímpica, en el Georgia Institute Technology perteneciente a la Universidad de Georgia, respiré el aire olímpico de la convivencia de razas y religiones. Compartí historias de sacrificios anónimos, pasiones silenciosas, alegrías y tristezas.

Disfruté de la lavandería, jugando al truco con los boxeadores Pablo Chacón y Omar Narváez. De las charlas nocturnas, con los entrenadores de básquetbol, hockey sobre césped y voleibol, en el jardín existente entre que los dos bloques de edificios de clásico estilo inglés.

De las reuniones de delegados a primera hora de todas las mañanas. De conversar tranquilamente con el boxeador cubano Félix Savon, con el atleta argelino Noureddine Morcelli, con el nadador ruso Alexander Popov, con el marchista ecuatoriano Jerfferson Pérez o con el fabuloso atleta norteamericano Michael Jonson, durante la espera del transporte interno o en una recorrida por la Zona Internacional.

También pasé momentos de zozobra, en la madrugada del 27 de julio, cuando una bomba estalló en el Parque del Centenario, y recorrí habitación por habitación para tener la certeza que ninguno estaba en el lugar del atentado y noté la ausencia de uno de los hermanos Curuchet. Pero pronto se aclaró: el ciclista estaba autorizado a cenar y pasar la noche en la casa de un amigo residente en Atlanta.

En el Georgia Institute Technology viví en el refugio de la intimidad, donde la francesa Jeannie Longo, la mejor ciclista de todos los tiempos, festejó el triunfo y el atleta británico Lindford Christie lloró la derrota. A la vez, en el escenario donde comenzaron nuevos romances, el de la sana diversión, el de la tristeza sin consuelo, el del mundo unido por el deporte.

POLÉMICA Y DESORGANIZACIÓN
Atlanta 1996 estuvo envuelta en la polémica. Por ser los Juegos del Centenario se sostenía que Atenas debía ser su escenario, más siendo una de las postuladas como sede.

La designación de la ciudad norteamericana, apenas 12 años después de Los Angeles, hizo pensar en la presión de la empresa Coca Cola, uno de los principales sponsors olímpicos, cuya casa central está situada en ese lugar.

Ahora, viendo los problemas que tuvo Atenas 2004 se puede pensar que aquella decisión no fue del todo desacertada, porque realmente no estaba en condiciones económicas de emprender semejante empresa.

Pero en Atlanta la organización tuvo profundos huecos, al cumplirse lo anunciado previamente por veteranos expertos en cuestiones olímpicas: "Deberán tener mucha paciencia. Nada será sencillo". Un despliegue tecnológico imponente, recursos económicos abundantes, estructuras flamantes, medios de transporte cómodos y modernos. Todo muy bonito, pero carentes del concepto básico de cada servicio por parte de quienes estaban a su cargo.

EL REGRESO DE CLAY CONVERTIDO EN ALÍ
Cuando a los 18 años ganó la medalla de oro de los semipesados en los Juegos de Roma 1960, se llamaba Classius Clay y, al volver a Louisville, la arrojó al río Ohio, desde el puente Jefferson, para evitar la saña de un grupo de blancos que lo perseguía para quitársela. Y, al hacerlo, expresó: "Total es ordinaria como cualquier objeto".

En Atlanta, 36 años más tarde, atacado por el mal de Parkinson, regresaba a la escena olímpica, como Mohammad Alí, pero no para recuperar la medalla perdida.

Las manos y los brazos temblorosos, su enorme silueta vestida de blanco, recortada en la noche. Y, enseguida, el mágico instante que acercó la antorcha a la guía invisible al cielo oscuro, para hacer brillar, tras un mágico serpenteo, el fuego olímpico en el alto pebetero.

Ahí estaba él, para sorprender al mundo, para ser el protagonista del momento más excitante del día, para expresarse con la firmeza de su mirada desafiante como siempre. Era la medianoche. Alí iluminaba los corazones con la llama de la entereza. Anudaba las gargantas para decir sin hablar: "aquí estoy, sigo siendo un grande". Era el símbolo ideal de las premisas olímpicas para poner fin a los actos tradicionales de la ceremonia inaugural.

JOHNSON, NUEVO MONARCA DEL ATLETISMO MUNDIAL
Un rayo atravesó la noche de Atlanta y sólo la consagración lo contuvo. Cuando Michael Johnson cruzó la meta no tenía rivales a quien mirar, porque estaban demasiado lejos. Su cara deformada por el dorado grito del triunfo inundó la pantalla. Su vista se clavó en el reloj y observó los 19.32 segundos, que lo erigían en la megaestrella de los Juegos.

Había concretado lo vedado a todo atleta antes y actualmente. Ganar los 200 y 400 metros. Único. Espectacular. Entró al estadio vestido de oro, desde el aro en la oreja izquierda hasta las zapatillas que le permitieron volar bajito por el andarivel tres.

De estilo poco ortodoxo, de postura recta, rodillas apenas flexionadas y con pasos más cortos respecto de otros colosos de la pista, Johnson emprendió la fuga al abrumador récord mundial, para superarse a sí mismo en un poco más de un mes.

Parecía como escapado de otra galaxia, con más torso que longitud de piernas. Cubrió los primeros 100 metros en 10,12 segundos y los segundos en ¡9s20! Fantástico e increíble si uno no lo presencia.

De 28 años, hijo de un camionero y una maestra de Dallas, graduado en marketing, Michael no sólo deslumbraba en la pista, sino también lo hacía fuera de ellas, donde llevaba ganado más de un millón de dólares a esa altura de su vida.

La madrugada lo sorprendió en el festejo, con sus padres y amigos, en el Planet Hollywood. Ese lugar era el universo de la celebración. El otro mundo, el del reino de la velocidad, ya le había dado la bienvenida al nuevo monarca del atletismo mundial.

PUDIERON SER HÉROES Y DIERON POBRE IMAGEN
Hacía 44 años de la última medalla oro obtenida por Argentina y su fútbol, campeón mundial en 1978 y 1986, estaba a punto de alcanzar la gran hazaña: jugaba la final ante Nigeria y, por lejos, era el favorito indiscutido.

"Ningún país africano ganó una competencia de fútbol importante", se escuchaba por doquier. "Observen el extraordinario plantel que formó el "Kaiser" Daniel Alberto Passarella", expresaban los argentinos residentes en los Estados Unidos, capaces de recorrer kilómetros y kilómetros para disfrutar del ansiado momento histórico.

Analicé el plantel: Matías Almeyda, Roberto Ayala, Cristian Bassedas, Carlos Bossio, Pablo Cavallero, José Chamot, Hernán Crespo, Marcelo Delgado, Marcelo Gallardo, Claudio López, Gustavo López, Hugo Morales, Ariel Ortega, Pablo Paz, Mauricio Pineda, Roberto Sensini. Y moví la cabeza afirmativamente.

Pero, a la vez, pensé. Este equipo nigeriano es veloz, tiene jugadores altos y en las semifinales le ganó a un Brasil con Bebeto, Ronaldo y Rivaldo. Algo deben tener. Y moví la cabeza con un gesto de duda en el rostro.

El sol brillaba. Los 7.000 argentinos de los 86.117 espectadores gritaron el gol del "Piojo" López a los tres minutos de juego, pero se callaron cuando gran parte del público festejó el empate de los rivales.

A los cinco minutos del segundo tiempo, Argentina se puso 2 a 1, con un gol de Hernán Crespo, de tiro penal. Pero, los nigerianos, delgados, muy delgados, de largas piernas, corrían cada vez más. Argentina hacia lo suyo, pero cada contraataque era para paralizar el corazón.

A los 30 minutos, un potente remate, de afuera del área, estableció la nueva igualdad. Ya todos nos estábamos preparando mentalmente para el alargue, cuando Amunike aprovechó, en un alarde de electricidad, un error de cálculo de la defensa argentina en la trampa de fuera de juego, remató a boca de jarro y colocó la pelota a un costado del arquero Pablo Caballero.

Miré el reloj. Faltaba un minuto. Mi ilusión de ver subir la bandera celeste y blanca y escuchar el himno argentino estaba hecha añicos. A mi lado pasó el presidente de la AFA, Julio Grondona, con su rostro desencajado y diciendo palabras imposibles de reproducir.

La gloria pertenecía a Nigeria. Por primera vez no era campeón olímpico de fútbol un seleccionado europeo o sudamericano. Mientras, Africa rugía por el triunfo, la ceremonia de premiación se demoraba y se demoraba.

¿La causa?. El seleccionado argentino había refugiado su amargura en los vestuarios y costó hacerlo comprender que debían estar presentes en el podio. Se los vio llegar de mala gana. Algunos se sacaron la medalla apenas se la colgaron del pecho.

Demostraban su falta del sentimiento olímpico o acaso lloraban el dinero perdido por no haber logrado el oro. Fue la única vez que no vi a los segundos felicitar a los primeros. La penosa imagen aún no me la puedo olvidar.

DATOS COMPLEMENTARIOS
Los Juegos de las figuras notables
El Atlanta se reunieron figuras notables que conforman un espectro de enorme valor. Empecemos por el adiós del Hijo del Viento.

Carl Lewis compitió cercano a los 36 años de edad. Ganó su cuarto oro consecutivo en salto en largo y sumó nueve preseas de ese metal en su historial, para compartir el segundo puesto histórico total con Paavo Nurmi (atletismo), Larissa Latynina (gimnasia) y Mark Spitz (natación).

Pero no pudo intentar superarlo, porque en las pruebas selectivas norteamericanas fue sexto en 100 metros. Muchos creyeron que a último momento iba a integrar la posta y se equivocaron. El telón había bajado en la sensacional trayectoria olímpica del Hijo del Viento.

Además:
La francesa Marie Jose Perec sorprendió por su carencia de antecedentes de mérito. La morenita se impuso en los 200 y 400 metros.

Brillante fue el triunfo del canadiense Donovan Bailey en los 100 metros, al mejorar el récord del mundo, con 9.84 segundos, que pertenecía a Carl Lewis, con 9.86.

Siria no había conseguido nunca una medalla de oro; el honor es para una mujer. Ghada Shouaa en heptatlón. Sudáfrica ganó su primera medalla de oro, tras su regreso a los Juegos, a través de la maratonista negra Josia Thugwane.

El nadador ruso Alexander Popov renovó su título de 100, libre, algo que no sucedía desde Johnny Weissmuller. Además, venció en los 50, libre.

El notable ciclista español Miguel Indurain, cinco veces rey del Tour de France, se llevó el oro de la prueba contrarreloj y la francesa Jeannie Longo, la mejor ciclista de todos los tiempos, con 10 campeonatos del mundo y tres Tours de Francia en su palmarés, obtiene la presea de oro también en la misma competencia.

El ruso Alexandre Karelin, apodado el "oso siberiano", desde el año 1987 no perdía un combate y conquista su tercer oro olímpico consecutivo en lucha grecorromana, en la categoría de 97 a 130 kilos.

Debutó el voleibol de playa. Los partidos se jugaron en una playa artificial. En varones se impuso Estados Unidos, con los famosos Karck Kiraly y Kent Steffes. En mujeres, el oro perteneció a Brasil, con Sandra Pires y Jackie Silva.

El básquetbol de los Estados Unidos se impuso nuevamente, esta vez sin lucirse tanto, con una victoria en la final sobre Yugoslavia por 95 a 69.

Inclusive, Argentina terminó en ventaja el primer tiempo, ante jugadores de la NBA, entre los que figuraban, Charles Barkley, Karl Malone, Scottie Pippen, Hakeem Olajuwon y Shaquille O´Neal.

Debut de oro de Ecuador y Costa Rica

Latinoamérica vibró con los oros del marchista ecuatoriano Jefferson Pérez, en 20 kilómetros, y de la nadadora costarricense Silvia Poll, en 200, libre, pero Cuba, pese a cosechar menos medallas que en Barcelona, mantuvo el liderazgo de la región.

El boxeador Félix Savón obtuvo su segundo título y al de él se sumaron las de sus compañeros de deporte Maikro Romero, Héctor Vicent y Ariel Hernández. En judo, triunfó D. González; en pesas, Pablo Lara; en lucha grecorromana, F. Ascuy. El béisbol y el voleibol femenino repitieron sus victorias de Barcelona y así Cuba totalizó nueve oros.

También consiguió ocho de plata: una en atletismo (Ana F. Quirot), tres en boxeo (Arnaldo Mesa, Juan Hernández y Alfredo Duvargel), una en esgrima (Iván Trevejo Pérez), una en judo (Estela Rodríguez Villanueva), una en lucha grecorromana (Juan Delis) y una en natación (Rodolfo Falcón, en 100m, espalda). Y ocho de bronce completaron la actuación cubana para hacer un total de 25 preseas.

En orden de méritos, Brasil ocupó el segundo lugar con tres de oro (dos en yachting, Robert Scheidt, en la clase Laser, y Marcelo Ferreira y Torben Grael, en la clase Star; una de voleibol de playa, Jacqueline Silva y Sandra Pires), tres de plata (basquetbol femenino, el nadador Gustavo Borges, en 200m, libres, y Adriana Samuel y Mónica Rodrígues, en voleibol de playa) y nueve de bronce, en la mejor actuación de su historial olímpico.

Argentina obtuvo dos de plata (Mauricio Espínola, en la clase Mistral de yachting, y el fútbol) y una de bronce (el boxeador pluma Pablo Julio Chacón).

Además obtuvieron siete diplomas olímpicos los yudocas Gastón García, quinto en hasta 78 kilos; Alejandro Bender, séptimo hasta 95 kilos, y la abanderada Carolina Mariani, séptima hasta 52 kilos.

En yachting, Martín Billoch y Martín Rodríguez Castells, séptimo en la Clase 470, y Serena Amato, octava en la Clase Europa. El hockey sobre césped femenino, base de las Leonas, fue séptimo y el voleibol masculino, concluyó octavo.

Completaron el cuadro latinoamericano México y Puerto Rico, con una de bronce cada uno.

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